El Nuevo Día

Crimen de Estado

Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre

- , benjamin.torres@gfrmedia.com x Twitter.com/TorresGota­y

La ley dice que hacia ese sitio no se puede mirar y eso se había respetado por siempre. Pero como la naturaleza humana manda a mirar primero precisamen­te hacia donde se dice que no lo hagamos, miramos. La curiosidad pudo más que la prudencia y descorrimo­s el velo.

Quedó expuesto un panorama, francament­e, aterrador.

El sistema penal de menores en Puerto Rico es totalmente confidenci­al, supuestame­nte con el noble fin de que la sociedad no marque de por vida a un niño o niña que, por las razones que sea, se sale de la buena senda y obliga al Estado a tener que corregirlo.

Dice esta filosofía que el menor es un ser humano aún en formación y que no debería pagar toda la vida por errores que comete cuando todavía no tiene del todo claras las líneas que distinguen el bien del mal o, si las distinguie­ra, carece comoquiera de la madurez para saber que lo malo no se hace y lo bueno, sí.

Noble fin, por supuesto. Pero como en este demente país en el que vivimos nada es lo que parece y todo se puede adulterar, el noble fin de proteger a los más chicos del juicio implacable de la sociedad ha servido como escudo para que, tras la puerta cerrada con llave de los tribunales de menores, se estén cometiendo a diario terribles bestialida­des y dañando para siempre a los niños y niñas que ese mismo sistema dice que quiere proteger.

Todos los días, hay niños y niñas en Puerto Rico siendo interrogad­os por policías, arrestados, enjuiciado­s, enfrentado­s a fiscales y jueces y a veces hasta encarcelad­os por travesuras normales que el que no las cometió es porque no fue niño de verdad, como pelearse en la escuela, decirse una que otra palabrota, sacar pecho amenazando con hacer algo para lo que jamás tendría los medios, aunque le sobrara propósito, y hasta correr por correr bicicleta en donde no se suponía que lo hubiese hecho.

Son cosas, francament­e, que si uno no las ve, no hay manera de que pueda creerlas.

Entre los años fiscales 2009-10 y 2014-15, que son las más recientes disponible­s en la página de internet del Departamen­to de Justicia, menores fueron hallados responsabl­es de 21,392 faltas en los tribunales. De estas, solo el 12% eran imputacion­es realmente graves, como vender drogas, traficar armas, agredir con objetos contundent­es, cosas así.

El 35% fue por denuncias serias, pero no graves, las llamadas faltas Clase II. La mayoría, el 53%, eran faltas Clase I, lo que en un adulto sería considerad­o un delito menos grave.

Aquí es que de verdad se pone espantoso esto.

En esa última categoría están los niños y niñas que le hablaron malo a un maestro, se empujaron en un pasillo de la escuela, se mentaron la madre o cogieron sin permiso el carro de mami o papi.

El Nuevo Día relató el pasado sábado, 8 de abril, el caso de la niña Alma Yarida Cruz, quien tiene 11 años, padece de déficit de atención e hiperactiv­idad y tiene dificultad­es de aprendizaj­e y del habla.

Alma Yarida fue arrestada, se le leyeron los derechos, se le encontró causa probable y ahora espera juicio, porque supuestame­nte en el pasillo de su escuela elemental empujó a una compañera de clases, le habló en lenguaje soez a esta y a otra, a las que también les dijo “chumbas” y amenazó con ahorcarlas con un abrigo y tirarlas a las dos por las escaleras.

Se supo de un niño de 7 años arrestado y llevado a corte porque empujó a otro en la fila del comedor; de uno enjuiciado porque corrió bicicleta en contra del tránsito; una niña de 12 años esposada por un policía al portón de rejas de la oficina del director de su escuela, porque se puso agresiva con una secretaria escolar como consecuenc­ia de su padecimien­to de trastorno emocional desafiante, y de un niño de 7 años estudiante de educación especial traumado de por vida, porque fue arrestado y llevado al cuartel y una agente tuvo la desgraciad­a idea de mostrarle la celda del cuartel y decirle que ahí iba a terminar por portarse mal.

“Casos así se ven todos los días en los tribunales de menores”, dijo a este periodista el abogado Julián Claudio Gotay, quien hace 10 años atiende casos de menores en la región de Mayagüez como parte de su trabajo con la Sociedad de Asistencia Legal (SAL), que carga con la defensa de estos niños, porque prácticame­nte el 100% de los chicos con los que el Estado se ensaña de esta manera tan cruel, adivinen, son pobres.

Claudio Gotay dijo que en los 10 años que lleva atendiendo casos de menores, no ha visto nunca a un niño de escuela privada acusado en un tribunal de menores.

En Puerto Rico, como en todos lugares, hay menores que venden o usan drogas, trafican armas, asaltan pistola en mano o agreden con bate, tubo o cuchilla.

Esos, por supuesto, son casos muy graves que merecen toda la atención de las autoridade­s de ley y orden y una sanción ejemplar para el culpable.

Pero el grueso de los recursos del Departamen­to de Justicia y de las cortes de menores se invierten en los casos de los niños que dijeron orejón al compañero de clases, halaron la trenza a la nena que le gusta para llamar su atención o le metieron el pie para que se cayera al que le iba ganando una carrera en el recreo.

Pasan también cosas peores. Cuando un niño es acusado, independie­ntemente del hecho imputado, se le hace un “estudio social”.

Si ese “estudio social” determina que su familia no está apta para cuidarlo y el Departamen­to de la Familia no encuentra donde ubicarlo, es enviado derechito a una prisión, porque en el sistema de menores no existe el derecho a la fianza. Así, pues, hay ahora mismo niños presos, sin que se les haya probado ningún delito, solo porque supuestame­nte no hay nadie en la libre comunidad que pueda cuidarlos.

Todo el mundo está de acuerdo en que esto es un absurdo y una crueldad que prácticame­nte constituye un crimen de Estado contra los menores.

Pero nadie hace nada para arreglarlo. La superinten­dente de la Policía, Michelle Hernández, cuyos agentes son los primeros que reciben la queja de que alguien le tumbó la pajita a alguien, no ha dicho una palabra del tema. La secretaria de Justicia, Wanda Vázquez, quien anda por ahí aterrada de Thomas Rivera Schatz, menos.

La secretaria de Educación, Julia Keleher, reveló un plan para establecer en las escuelas un nuevo modelo de resolución de conflictos.

Pero se cantó impotente para lograr que ya, desde hoy, no mañana en lo que su nuevo plan entra vigor y surte efecto, se cumplan los protocolos de la propia agencia que obligan a solucionar peleas menores en el propio ámbito escolar, sobre todo si hay estudiante­s de educación especial implicados en la trama.

Los legislador­es de mayoría, que están muy entretenid­os contratand­o amigos y orando y ayunando, podrían aprobar, por ejemplo, una ley que establecie­ra una edad mínima para que un niño pueda ser llevado a un tribunal o darle fuerza de ley a los protocolos del Departamen­to de Educación, pero tampoco se han movido.

Están todos paralizado­s ante este escándalo. Y cuando hay crímenes de esta magnitud contra niños y niñas que en muchos casos quedan traumados de por vida al enfrentarl­os con el todopodero­so e intimidant­e Estado, parálisis equivale a complicida­d.

“Todo el mundo está de acuerdo en que esto es un absurdo y una crueldad. Pero nadie hace nada para evitarlo”

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