NEOMEDIEVALES
Desmantelar el proyecto de educación pública superior que garantiza el libre y democrático acceso al conocimiento es un riesgo a nuestra civilidad y a nuestra humanidad, es devolvernos a la barbarie, es acrecentar la brecha de inequidad en nuestra ya lacerada sociedad y es atentar contra el más emblemático de los “proyectos de país” que hemos logrado.
Aún siendo la Universidad tan imperfecta como el país mismo, no hay duda de que es uno de esos pocos bastiones en los que se debaten ideas con la esperanza de que impere la razón. En estos tiempos en los que la humanidad reafirma su barbarie y se asoma nuevamente a un teocentrismo barato, hipócrita y peligroso, no podemos sino defender a toda costa los pocos recintos donde se promueve lo contrario, donde se custodia y se cuestiona el saber que como raza hemos acumulado y que nos ayuda a entender tanto nuestro entorno natural como las dinámicas socialmente construidas.
Ir contra eso es ir contra cualquier esperanza de desarrollo y regresarnos a explicar el mundo desde los preceptos caprichosos de cualquier religión/superstición autorizada o de turno. Desde esa renuncia o, más que renuncia, apatía hacia el conocimiento, es que se enfilan con odio los cañones hacia lo que debería ser el recurso más sagrado de nuestra civilización: la educación pública, empírica y secular en todos sus niveles.
Ante el triste panorama económico actual no podemos darnos el lujo de sustituir universidades y escuelas por ayunos y escuelas-iglesias, que es lo mismo que decir cambiar juicio crítico por adoctrinamiento moral religioso. Pero, por supuesto, sabemos que una mayoría adiestrada desde preceptos de sumisión y de temor, es una mayoría anestesiada y manipulable que no cuestiona ni se rebela. Ese, démonos cuenta, es el proyecto que desde hace rato le viene siendo muy útil a los intereses que nos sobrevuelan como buitres y que representan ese panorama incierto de futuro al que hoy nos enfrentamos como pueblo.