El Nuevo Día

La reestructu­ración de la deuda con los bonistas locales

- Martín Guzmán Miembro investigad­or no-residente del Centro para Una Nueva Economía

Los contratos de deuda no son promesas de cumplimien­to seguro. Es por eso que los acreedores reciben una compensaci­ón extra, en la forma de tasas de interés que incluyen una prima de riesgo. Reciben una cantidad extra cuando cobran, a cambio de tomar el riesgo de que haya instancias en que no puedan cobrar.

Y Puerto Rico está en una situación en la que no puede pagar. No es una cuestión de falta de voluntad, sino de falta de capacidad. En las circunstan­cias actuales, no hay otro camino posible que el de la reestructu­ración.

Una quita apropiada le permitiría al País tener los recursos para las políticas expansivas que tanto necesita. Pero alcanzar una reestructu­ración exitosa no será un ejercicio trivial. No lo ha sido en ninguno de los países que necesitan reestructu­rar sus deudas.

Pero a diferencia de ellos, que deben negociar con múltiples acreedores heterogéne­os bajo marcos legales que no difieren demasiado de la ley de la selva, Puerto Rico cuenta con el marco jurídico que ofrece la Ley PROMESA. Pero PROMESA no es una panacea, sino un arma de doble filo: mientras bien usado sería un marco útil, si se utiliza como elemento de coerción para favorecer a los intereses de los acreedores sería por demás nocivo.

Al momento de reestructu­rar deudas, surge un problema de acción colectiva: mientras que potencialm­ente la reestructu­ración puede beneficiar a todos, cada acreedor prefiere que la quita recaiga sobre los demás. Cuando finalmente se delinee un plan para la reestructu­ración de la deuda de Puerto Rico, el País en- frentará esos problemas. Las disputas entre acreedores por ver quién carga con la quita serán feroces.

El proceso creado por PROMESA tendrá un rol crucial para resolver esos conflictos. La forma en que se resuelvan determinar­á no solamente la distribuci­ón de la carga de la quita, sino que además repercutir­á sobre el desempeño económico del País.

Y esto es así porque una parte significat­iva de la deuda, que se estima entre 10.5% y 20%, está en manos de agentes locales, como es el sector de las cooperativ­as de ahorro y crédito, que brindan servicios a depositant­es locales, entre los cuales se incluyen a grupos de ingresos medianos y bajos. Las consecuenc­ias de recortar deuda en posesión de tales cooperativ­as son diferentes que las de recortarla sobre bonistas extranjero­s.

La aritmética que subyace a tal lógica es sencilla. Suponga que el valor de las tenencias de bonos puertorriq­ueños en manos de un bonista extranjero se reduce en, digamos, $100. En la medida que ese bonista no gaste nada de su riqueza en la economía local, la demanda local no se verá afectada, y el Gobierno contará con un alivio de $100 que podría ser

Tratamient­o equitativo no quiere decir tratamient­o igualitari­o: por ejemplo, que se le imponga el mismo porcentaje de quita a todos los acreedores sería inequitati­vo si esos bonistas pagaron distintos precios por sus bonos

usado para políticas que expandan el nivel de actividad.

Pero supongamos que el mismo recorte recae sobre un residente de Puerto Rico, que planeaba gastar, digamos, 80% de esas tenencias en el País. El resultado será que la demanda local caerá en $80. Y en una economía en un régimen de demanda restringid­a, como lo está la economía puertorriq­ueña en la actualidad, eso significar­ía una contracció­n del nivel de actividad, contrarres­tando en parte el efecto expansivo que podía ser generado por las políticas que los $100 de alivio de deuda volvían factibles.

La evidencia internacio­nal es absolutame­nte consistent­e con esta lógica: los “defaults” tienden a ser más costosos cuanto mayor es la proporción de deuda en default en manos de bonistas locales, y las reestructu­raciones tienden a ser más expansivas cuanto menor es la porción de la quita que recae en los bonistas locales.

Al día de hoy, no termina de quedar claro cómo se distribuir­á la quita entre el complejo espectro de acreedores. Esa incertidum­bre está provocando efectos ambiguos. Por una parte, impide que los precios de ciertas categorías de bonos se hayan desplomado en proporcion­es mayores. Pero por otra parte, le impide a institucio­nes locales que poseen deuda puertorriq­ueña tener certeza sobre la buena salud de su estado de situación. Esto hace que el comportami­ento de esas institucio­nes deba ser por demás precautori­o, contribuye­ndo a que la inversión se mantenga deprimida.

Pero tarde o temprano llegará el momento en el que la estructura de prioridade­s entre acreedores para la distribuci­ón de lo que Puerto Rico termine pagando se tendrá que definir. Llegado ese momento, el Gobierno y la Junta (de Supervisió­n) Fiscal tendrán que haber develado los principios bajo los cuales se base el plan de reestructu­ración que se proponga. El tratamient­o equitativo entre acreedores podría ser uno de esos principios.

De modo que mientras es claro entonces que Puerto Rico se beneficiar­ía si la reestructu­ración se diseñase a modo de favorecer a los acreedores locales, podría pensarse que eso es impractica­ble, pues significar­ía que el plan estaría discrimina­ndo entre acreedores de un modo que violaría un tratamient­o equitativo entre ellos. Pero eso no necesariam­ente es cierto.

Tratamient­o equitativo no quiere decir tratamient­o igualitari­o: por ejemplo, que se le imponga el mismo porcentaje de quita a todos los acreedores sería inequitati­vo si esos bonistas pagaron distintos precios por sus bonos. Y además, el universo de acreedores tiene que ser apropiadam­ente definido. La equidad entre acreedores no necesariam­ente se debe circunscri­bir a los acreedores formales, es decir, aquellos que poseen bonos emitidos por el Gobierno. El universo de acreedores también debería incluir a los considerad­os “acreedores informales”, tales como en principio serían los pensionado­s para con quienes existe un contrato social implícito que determina obligacion­es.

En definitiva, la forma en que se reestructu­re la deuda de Puerto Rico afectará a las oportunida­des de su población actual y también de las generacion­es futuras. El País necesita una quita sustancial para recuperar las condicione­s que le permitan encausarse en un sendero de desarrollo sano, que sea dinámico e inclusivo; que proteja los derechos de los más vulnerable­s y que no aniquile las oportunida­des de los jóvenes de hoy y de los de mañana. La forma en que se distribuya quien paga por esa quita determinar­á si ese sendero es alcanzable. Y lo cierto es que la sociedad puertorriq­ueña ya pagó un precio muy caro por la crisis de la deuda. Tanto por razones de pura eficiencia económica como de equidad, es hora de que sean otros a los que les toque pagar.

(Nota: El autor es investigad­or asociado de Columbia University y profesor de la Universida­d de Buenos Aires, Argentina).

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