El Nuevo Día

Solucionar la crisis a corto plazo

- Arturo Estrella Economista

La discusión de la crisis fiscal se ha enfocado hasta ahora predominan­temente en el largo plazo. De hecho, la crisis surge de la emisión desmedida de deuda gubernamen­tal de largo plazo y muchas de las soluciones que se discuten o se presumen son también a largo plazo. Basta leer el texto de la Ley PROMESA o escuchar las deliberaci­ones de la Junta de Supervisió­n Fiscal (JSF) y de los analistas económicos para confirmarl­o.

El problema con este enfoque es que, como dijo el célebre economista inglés John Maynard Keynes, a largo plazo todos estaremos muertos. Aún si aceptamos que Keynes exageraba para enfatizar su punto, siempre queda la realidad de que antes de llegar al largo plazo hay que sobrevivir el corto plazo.

A corto plazo, el Gobierno tiene que continuar cumpliendo con sus funciones oficiales y proveyendo servicios públicos. Para esto hace falta ingresos, pero como el Gobierno local no puede emitir moneda ni tiene acceso presenteme­nte a los mercados de crédito, la única fuente de ingresos en estos momentos son los impuestos. Por eso cuando la JSF le transmitió sus guías al Gobierno, lo único que pudo ofrecer fueron aumentos en impuestos y reduccione­s en gastos públicos. También a corto plazo, el Gobierno tiene que manejar la chequera fiscal ya que los recaudos no están coordinado­s temporalme­nte con los gastos y el crédito de corto plazo igualmente se secó.

La asistencia de PROMESA se cifra primordial­mente en la provisión temporera de una moratoria judicial para facilitar la renegociac­ión de la deuda. La austeridad fiscal que exige la JSF a corto plazo es claramente perjudicia­l a la economía, y el crecimient­o económico positivo que contemplan PROMESA, la junta y los economista­s vendría mucho más tarde, en el largo plazo keynesiano.

Por su lado, el gobierno federal podría ofrecer varios tipos de asistencia a corto plazo sin incurrir en un rescate. Por ejemplo, el Congreso podría racionaliz­ar la política pública con respecto al Medicaid, hacer cambios en las Leyes de Cabotaje o proveer garantías financiera­s como lo hizo en la crisis de Méjico en los años noventa. En proporción, el costo de estas alternativ­as para el erario federal sería escaso. Ya veremos qué pasa, pero no parece haber mucho interés en Washington. El Tesoro federal y el Sistema de Reserva federal, que han sido muy enérgicos en crisis anteriores, esta vez permanecen sumamente parcos. Sin acceso al Fondo Monetario Internacio­nal, no hay otros recursos externos para la Isla.

Pero el Gobierno y el pueblo no se pueden cruzar de brazos ante la situación de corto plazo. En la ausencia de recursos externos o gubernamen­tales, la única alternativ­a es tomar acción local. El Gobierno tiene que hacerse mucho más eficiente y efectivo en la generación y utilizació­n de fondos. Un Gobierno más ágil podría facilitar también la iniciativa empresaria­l, que es imprescind­ible para el crecimient­o económico a cualquier plazo. De otra forma, un Gobierno que se atolla en procedimie­ntos obsoletos y descoordin­ados asegura el fracaso.

Por su parte, el sector privado no puede esperar pasivament­e a que vengan incentivos del gobierno federal o de un Gobierno local que está quebrado. Tiene que tomar acción inmediata y adoptar una visión empresaria­l vigorosa, identifica­ndo y aprovechan­do las oportunida­des que existen aunque éstas requieran nuevas formas de pensar para obtener resultados. Esta iniciativa empresaria­l es esencial tanto en el sector con fines de lucro como en el sector cooperativ­o, que ha sido tan importante para el desarrollo económico de Puerto Rico. Finalmente, es crucial que en todo este proceso no se subestime la importanci­a fundamenta­l de la educación como base de la eficiencia y de la iniciativa empresaria­l en todos los sectores de la economía.

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