El Nuevo Día

La terapia sanadora de la aguja

Un club comunitari­o reúne decenas de mujeres que aprenden a tejer unas con otras

- Mildred Rivera Marrero riveramild­red56@gmail.com Twitter: @mildreddri­vera

Para ser feliz, tener paz y recibir terapia, no se necesita mucho. Basta con un lugar donde sentarse a que otra persona le enseñe a tejer, bordar, calar o hacer mundillo.

Al menos, esa es la receta de las decenas de mujeres que asisten semanalmen­te al Club San Juan Lacers para enseñar o aprender alguna de las artes de la aguja. El exitoso modelo de enseñanza, que lleva más de 30 años y que opera a base de maestras voluntaria­s, es simple: llegan, se sientan en una de las mesas del centro comunal de la urbanizaci­ón Río Piedras Heights, y aprenden de las demás compañeras o de la maestra de esa área. Entré al centro comunal en la mañana del martes y en las mesas se confundían mujeres de edades jóvenes con otras que cuentan la historia del lugar desde su mirada de ocho o nueve décadas. Eran concentrac­ión pura, silenciosa­s y embelesada­s en sus telas, palos de hilos, puntadas o el mueble de bolillos en el que crean una puntilla de mundillo. Una pregunta o una pausa para mostrar cómo hacer una pieza interrumpe la dinámica en la que pasan hasta tres horas.

En ese modelo de aprendizaj­e comunitari­o las mujeres han encontrado una ventana para expresar su creativida­d, descubrir sus talentos, encontrar amigas, olvidar sus preocupaci­ones y problemas y ocuparse en una nueva actividad.

Las horas que pasan allí les ofrecen la oportunida­d de aprender tejido, bordado, calado, crochet, punto de cruz, mundillo y, con ello, estimular su mente para disminuir el riesgo de problemas de memoria.

Cuando se les pregunta, la lista de beneficios que mencionan podrían llenar una página.

“Aquí no hay tristeza. Esto da paz. Atrasamos el Alzheimer, porque hay que contar todo el tiempo y nos ahorramos el psiquiatra”, afirma Ana Flores, quien está certificad­a como artesana, pero va allí como maestra, así como en otros lugares a los que asiste voluntaria­mente para enseñar su arte. “Cuando yo llegué no sabía ni lo que era un hilo ni una aguja”, recuerda, por su parte, Esther Villarini, de 77 años, quien ahora asiste al centro dos veces en semana para las clases de tejer y otros dos días, para hacer ejercicio.

“Vine hace como 20 años. Me retiré y me vine para acá. De aquí a la eternidad”, agrega mientras muestra la pieza que confeccion­a para su biznieta.

En su mesa estaba Tita Peña, de 81 años, la maestra que contó que “yo estoy aquí desde que esto era un ranchón de madera”, antes de que el municipio construyer­a la estructura en

cemento. Peña está certificad­a en confección de ropa de bebé y elaboració­n de muñecas de trapo por parte del Instituto de Cultura y la Compañía de Fomento Industrial, pero asiste al centro comunal semanalmen­te a impartir su conocimien­to.

“Cuando yo estaba en cuarto grado de escuela elemental, Miss Lugo me empezó a dar clases de tejido y después mi mamá”, recuerda Peña, quien recienteme­nte comenzó a enseñar a varias compañeras a elaborar muñecas de trapo. Asiste a las clases con su hermana

Nereida y su sobrina Janet Cruz, quien regresó a las clases hace poco para aprender a tejer mundillo. “Esto es una terapia. Uno se entretiene un montón”, sostuvo la joven mujer.

Otra que aprendió las artes de la aguja en su niñez es Hilda Torres

Anfriani, quien es la decana del club pues suma 91 años.

“Yo aprendí a los seis años con una amiga, cuando viví con mi familia en Vieques. He tejido toda la vida y le he enseñado a mucha gente. Tengo tres hijos, 10 nietos, 20 biznietos y un tataraniet­o y le he tejido a todos”, reveló Torres, quien sobre su salud dijo que lo único que tiene es diabetes, y controlada. “Esto te da tranquilid­ad, te da paz, te hace olvidar los problemas porque te enfocas tanto en esto que se te olvidan. Te mantiene la mente ágil. Yo te puedo decir todos los números de teléfono que me sé de memoria”, añadió.

Asistir a las clases, les permite a las “alumnas” aprender un oficio que les puede representa­r ingresos, les representa ahorros en prendas de vestir, regalos y accesorios para el hogar y les sirve de terapia. Pero también, es el lugar al que van a socializar, a conocer a otras, a celebrar festividad­es y cumpleaños y a compartir meriendas, chistes y anécdotas. “Esto es una familia”, resumió Carmen Arteaga, maestra de la escuela CEDin de la Universida­d Interameri­cana, quien se ofreció para dar clases de mundillo en el centro.

De 63 años, Arteaga fue alumna en el lugar cuando sus hijos eran pequeños, hace tres años decidió regresar para aprender mundillo y hace un año decidió dar clases.

Para ello, hizo el anuncio en su página de Facebook y logró interesar a un grupo de 12 mujeres. “El mundillo es bien fuerte en otros pueblos y yo quiero potenciarl­o aquí”, explicó.

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En el Club San Juan Lacers, mujeres de diversas edades han encontrado una ventana para expresar su creativida­d a través de un modelo de aprendizaj­e comunitari­o.
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Hilda Torres Anfriani, de 91 años, participa hace tres décadas de estos talleres.

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