El Nuevo Día

Canto al Jíbaro

- NOEL ALGARÍN NOEL.ALGARIN@GFRMEDIA.COM

Le recuerdo amable, muy correcto en su trato y algo tímido. Quien no le conociese físicament­e podía perder de vista que estaba en presencia de uno de los peloteros más importante­s en nuestra historia, pues ya lejos de sus años en el mundo del béisbol, no buscaba ser foco de atención ni protagonis­ta… pero vaya que lo fue. Su hoja de vida queda como principal argumento contra el olvido.

Luis Rodríguez Olmo, fallecido el viernes a la edad de 97 años, es un referente en nuestro deporte nacional y una figura clave en la cultura popular en el siglo pasado. Aunque Hiram Bithorn le ganó por un año la carrera en el tiempo para ser el primer puertorriq­ueño en jugar en las Grandes Ligas, el hombre al que apodaban “el Jíbaro” fue quien tuvo el impacto y legado más grande en nuestro deporte.

Ya antes de su debut en el mejor béisbol del mundo con los Dodgers de Brooklyn en el año 1943, el arecibeño había demostrado sus capacidade­s en la pelota invernal de Puerto Rico, donde participó desde su torneo inicial en 1938 con los Criollos de Caguas. De hecho, era el último jugador que quedaba con vida de los que jugó en la primera campaña de nuestra pelota profesiona­l.

En Brooklyn, el Jíbaro (mote que según contaba le otorgó la fanaticada de Caguas cuando luego de conectar un jonrón le pedían que saliera del dugout a saludar bajo gritos de: ‘¡Jíbaro, sal!, ¡Jíbaro sal!’) tuvo varias campañas destacadas, pero ninguna como la de 1945, en la que acumuló promedio de bateo de .313, con 174 imparables, 27 de ellos dobles, 13 triples (líder de la Liga Nacional) y 10 cuadrangul­ares, al tiempo que remolcó 110 carreras.

Su gran temporada de 1945 le llevó a solicitar al legendario propietari­o de los Dodgers, Branch Rickey (visionario y tacaño a partes iguales), una mejora salarial, la que no le concedió. Fue entonces que quedó en evidencia otro de los grandes atributos de Rodríguez Olmo: su entereza y carácter. Tras recibir una mejor oferta económica de la liga profesiona­l de México, dejó a los Dodgers lo que le ganó una prohibició­n del entonces comisionad­o de las Grandes Ligas que se extendió por tres años.

Aunque regresó a las Mayores para jugar otras tres campañas a partir de 1949, los años en que fue declarado persona non grata en esa liga sirvieron para que construyer­a una sólida carrera internacio­nal que le llevó a brillar no solo en México y Puerto Rico, sino en Cuba, Venezuela y República Dominicana. Gracias a ese periplo y al enorme impacto de su desempeño en esos países, se ganó el otro apodo por el que se le conoce: el pelotero de América.

Los últimos años de vida de Rodríguez Olmo estuvieron dominados por el Alzheimer, enfermedad que le avasalló y agravó su deterioro físico. Pero en momentos en que el rescate de la memoria histórica del país se hace urgente, figuras como Rodríguez Olmo reclaman un lugar. Él se marchó lleno de olvidos, nos toca a nosotros entonces recordarle siempre.

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