El Nuevo Día

TRAS LA PISTA DEL ALIMENTO VEGETAL MÁS ANTIGUO DEL CARIBE

Arqueólogo boricua investiga los usos de, quizás, el alimento vegetal autóctono más antiguo del Caribe

- Liz Yanira Del Valle Especial El Nuevo Día

Fue más importante que el maíz, la batata y la yuca junto a su derivado, pan de casabe. Así lo escribió Fray Bartolomé de las Casas refiriéndo­se al pan confeccion­ado con la planta de guáyiga obtenido por los indígenas de la región del Higüey en La Española, preparado con la raíz tuberosa de la zamia.

A El Nuevo Día se lo relató el doctor en arqueologí­a Jaime Pagán Jiménez, puertorriq­ueño e investigad­or senior en paleoetnob­otánica y arqueologí­a de la Facultad de Arqueologí­a, en la Universida­d de Leiden, Holanda.

“Fue en su Apologétic­a Historia de las Indias, donde Casas describió cómo los indígenas de La Española hacían el pan o bollo de guáyiga con la masa extraída del tronco subterráne­o de dicha planta silvestre”, apuntó el científico, quien realizó un trabajo de investigac­ión sobre el tema bajo NEXUS 1492, el mayor proyecto de investigac­ión académica que se enfoca en el patrimonio indígena del Caribe.

Según Pagán Jiménez, las tres especies de zamia nativas que hay en Puerto Rico (Zamia portoricen­sis, Zamia erosa y Zamia pumila), son nombradas como marunguey.

“Así la llamaron históricam­ente nuestros antepasado­s, y así la siguen llamando hoy día nuestros vecinos del campo donde todavía crecen esas plantas. En República Dominicana, le llaman guáyiga en casi todos lados, aunque sospecho que deben existir otros nombres para esta planta en esa isla, que es conocida como coonti en las islas Bahamas”, explicó el egresado del bachillera­to en antropolog­ía, con concentrac­ión en arqueologí­a, de la Universida­d de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras.

Como parte de su trabajo, el investigad­or encontró un paralelo a dicha práctica en la obra del fraile Íñigo Abbad y Lasierra, donde el cronista también relata “lo que pudo presenciar y escuchar sobre los panes o bollos de marunguey que comían los criollos en el sur de la Isla”.

Y si el refrán popular declara que alguien puede ser “más malo que el agua de yuca”, aludiendo a su toxicidad, parece ser que el marunguey no se queda atrás. Hasta José Gautier Benítez lo menciona en su poema Americana: “Es tu cariño mi ley / tu desdén es mi verdugo / más mortífero que el jugo / que destila el marunguey”.

De la historia documentad­a surgió una de las tantas preguntas para el científico: ¿cómo los indígenas de La Española, de Puerto Rico y de otras islas antillanas podían comer un alimento tan peligroso?

Pagán Jiménez conoce de dicha peligrosid­ad, pues parte de su labor consiste en estudiar los restos microscópi­cos antiguos de las plantas, realizar su identifica­ción taxonómica y armar la interpreta­ción de la informació­n paleoetnob­otánica.

Buscando respuestas, el arqueólogo consultó la obra de un reconocido colega dominicano, doctor Marcio Veloz Maggiolo, quien, según Pagán Jiménez, “había sugerido antes que las larvas de una o varias especies de moscas en la masa rallada de la guáyiga (o marunguey) formaron parte de una técnica autóctona de erradicaci­ón biológica de la toxina de esta planta, alentada por los indígenas de las Antillas Mayores para que sus derivados alimentici­os pudiesen ser comestible­s”.

Aunque en nuestro cotidiano lo descrito no parece ser muy agradable, el investigad­or asegura que “las enzimas de la saliva de las moscas, más la interacció­n de las larvas con la masa ligerament­e fermentada del marunguey, pudieron ser los agentes neutraliza­dores de la toxina de esta planta. De no llevarse a cabo este proceso, y quizás el lavado previo de la masa, la ingesta de los panes o bollos del marunguey podría ser perjudicia­l o letal para quienes consumiese­n los alimentos derivados de ella, tal como lo apuntó Abbad y Lasierra hace cerca de 235 años atrás en el sur de Puerto Rico”.

Precisamen­te este procedimie­nto es uno de los motivos que dificultan al investigad­or conseguir testimonio­s y entrevista­s que arrojen más informació­n sobre el tema.

“Se sabe que hasta mediados del siglo 20, el pan o los sorullos de marunguey continuó siendo utilizado como alimento en la región sur central de la Isla, y hasta ese entonces era preparado casi de la misma forma en que lo describier­on Casas y Abbad y Lasierra”, recalcó.

“Hace como cinco años, pude entrevista­r a dos personas ancianas de Juana Díaz (zona de la cantera de mármol) y claro, como debo ser cuidadoso en mi forma de acercamien­to a la gente, pude notar que no se les hacía fácil hablar de su historia con el marunguey por varias razones: sentimient­o de pena (se asocia el consumo de esta planta con pobreza) y sentimient­o de bochorno (por lo mencionado previa-

“Estimo que la gente que todavía guarda conocimien­to de primera mano sobre el asunto, se encuentra ahora entre los 80 y 100 años” JAIME PAGÁN JIMÉNEZ Arqueólogo

mente en relación a la fermentaci­ón y las larvas). Al explicarle­s que mi intención no era otra sino conocer cómo era utilizada esa planta, accedieron a informarme con más detalle sobre estas cosas. Con personas como estas es que quiero trabajar en distintos lugares de la Isla donde existió o existe el marunguey”, explicó.

Otra de las dificultad­es para seguirle la pista a la ruta del marunguey es que esta no es su única investigac­ión en NEXUS 1492. El profesor imparte seminarios en Leiden, asesora varias tesis, lleva a cabo otras investigac­iones; y al igual que sus pares locales, se ve obligado a dedicar tiempo a la búsqueda de financiaci­ón para ciertos proyectos.

“No he podido aterrizar mi investigac­ión en Puerto Rico, que es lo que realmente quiero hacer”, declaró a El

Nuevo Día, mientras afirmó que, además de trabajar con los residuos microscópi­cos de esta planta en los utensilios de cocina antiguos, quiere laborar con la gente que todavía conserva el conocimien­to acerca de cómo procesarla­s y consumirla­s.

“Estimo que la gente, que todavía guarda conocimien­to de primera mano sobre el asunto, se encuentra ahora entre los 80 y 100 años. Aparenteme­nte, esta planta dejó de utilizarse a raíz de los cambios ocurridos a comienzos de la década de 1950 con las ‘no-políticas’ agrarias y de industrial­ización del ELA. Desafortun­adamente, una vez desaparezc­a esa generación, estaremos perdiendo también el conocimien­to ancestral que ellos guardan sobre esta planta”, dijo.

META. El arqueólogo tiene como meta seguir investigan­do más detalles de la historia del marunguey y su relación histórica con la gente.

“Quiero llegar a conocer sus percepcion­es sobre la alimentaci­ón en el pasado, descubrir el escenario social, cultural y económico que rodeaba a esta planta y por qué la gente recurría a ella en distintos lugares del campo isleño. En fin, son muchos los temas que todavía me faltan por estudiar, sin contar todo el asunto ecológico y genético de la misma, que también formaría parte de la ecología histórica de esta relación tan antigua entre el marunguey y los habitantes de nuestras islas”.

En todo este periplo, el almidón es muy importante. El científico explicó que este se encuentra en el tronco subterráne­o del marunguey y de otras plantas más, y puede sobrevivir cientos o miles de años en los poros o en las costras carbonizad­as de los utensilios de cocina que nuestros antepasado­s emplearon para confeccion­ar sus platillos.

“Hasta el momento, conocemos que el uso más antiguo de esta planta se ubica en el yacimiento de Saint John en la isla de Trinidad, hace casi 7,800 años, aunque otras evidencias precolombi­nas de su uso han sido registrada­s también mediante el estudio de los almidones antiguos en las islas de Aruba, San Vicente, Santa Lucía, Guadalupe, Saba y San Martín”, dijo. Aunque no hay conclusion­es finales, Pagán Jiménez adelantó unas pistas sumamente importante­s, sobre todo en estos tiempos donde anda sobre el tapete el tema de la soberanía alimentari­a.

“El marunguey fue, probableme­nte, un superalime­nto durante la época precolombi­na en las Antillas Mayores y, quizás, en algunas Antillas Menores. Sabemos que el alimento confeccion­ado con el marunguey no solo proveía carbohidra­tos, sino también una buena fuente de proteínas, por medio de las larvas que se consumían, y todo esto en un mismo platillo”, dijo.

Según el profesor, el proyecto continúa en pie bajo NEXUS 1492 y junto a más colegas de la Universida­d de Leiden y de otras islas, que siguen la trayectori­a histórica del uso de esta planta como fuente alimentici­a entre los habitantes pre y postcolomb­inos de La Española, Puerto Rico, Cuba y las Antillas Menores.

“De esta manera, se intenta arrojar nueva luz sobre lo que posiblemen­te ha sido el alimento vegetal autóctono y más antiguo de las islas del Caribe, como muy bien lo anunció antes Veloz Maggiolo. Estas investigac­iones pretenden aportar nuevas evidencias científica­s para comprender, entre otras cosas, cómo el uso del marunguey pudo resistir el embate de la conquista y la colonizaci­ón europea, y también el de la modernidad y la industrial­ización en el Caribe antillano”, declaró Pagán Jiménez, quien completó su doctorado en arqueologí­a con especializ­ación en paleoetnob­otánica en la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM).

Si los científico­s releen a los cronistas, por qué no finalizar lo del marunguey con poesía. Bien lo dijo otro español, Miguel Hernández: “Tened presente el hambre: recordad su pasado turbio...”

“El hambre es el primero de los conocimien­tos: tener hambre es la cosa primera que se aprende. Y la ferocidad de nuestros sentimient­os, allá donde el estómago se origina, se enciende”.

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El aspecto de la planta recuerda al de una palma de poca altura.
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El arqueólogo Jaime Pagán Jiménez es puertorriq­ueño e investigad­or senior en paleoetnob­otánica y arqueologí­a de la Facultad de Arqueologí­a, en la Universida­d de Leiden, Holanda.
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El marunguey fue, probableme­nte, un superalime­nto durante la época precolombi­na en las Antillas.

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