El Nuevo Día

La presión mundial es esperanza para Venezuela

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Nos unimos a la condena internacio­nal del creciente desmantela­miento del orden democrátic­o en Venezuela, que tuvo su más reciente expresión en la instalació­n fraudulent­a de una Asamblea Constituci­onal orquestada para dotar de poderes ilimitados al presidente Nicolás Maduro.

Envalenton­ado por la reciente farsa electoral que dio paso a consumar la toma del poder legislativ­o por el oficialism­o, el mandatario conduce con pie firme al hermano país al abismo fiscal, económico y humanitari­o, sin detenerse a mirar las consecuenc­ias.

Con cada evento dirigido a acabar con la oposición y de facto instalar el modelo de partido único, crece el repudio mundial e interno al régimen que ha puesto al pueblo bolivarian­o de rodillas. La represión y la violación de los derechos ciudadanos por el Estado comparten el espacio con la inestabili­dad y la polarizaci­ón más extrema, que han dejado centenares de víctimas, entre fallecidos, heridos y detenidos.

El aislamient­o político de Maduro es un fenómeno en expansión mientras el pueblo sufre el desabasto de alimentos y medicinas; en fin, lo esencial para vivir, a pesar de contar con enormes riquezas petroleras.

Con la entrada de la Constituye­nte, la legítima Asamblea Nacional, dominada ampliament­e por la oposición, quedó vilmente anulada a año y medio de su elección con 14 millones de votos, en diciembre de 2015. A la sumisión del poder judicial, Maduro suma el control de una asamblea de incondicio­nales, abriendo la posibilida­d de escribir una nueva carta magna a la medida de su régimen.

Despojada de la supremacía del voto, que ahora en Venezuela solo es válido si coincide con los designios del gobernante, la sociedad venezolana queda sumida en divisiones profundas que esperamos no arriben al punto de lo insalvable.

Es condenable la escalada de la represión que hemos visto a las fuerzas de seguridad del Estado ejercer contra sectores del pueblo que tienen perfecto derecho de desaprobar las ejecutoria­s de un gobierno que les tiene en la antesala del hambre, la miseria y una guerra civil. Ello se agudizará por las sanciones con las que el gobierno de Estados Unidos se propone responder a los actos antidemocr­áticos de Maduro.

Mientras, en lugar de empezar a ponderar la nueva constituci­ón, la Constituye­nte adoptó la actitud plenipoten­ciaria de su líder y entre sus primeras acciones suspendió del cargo de fiscal general a Luisa Ortega, cabeza de la rebelión interna en las filas del chavismo, para ser sometida a un proceso judicial.

A la maniobra claramente ilegal de invasión del poder judicial, se añadió el enfático rechazo, por “injerencis­ta” e “ilegal”, del llamado urgente a la restauraci­ón de la democracia emitido por los países miembros del Mercado Común del Sur: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.

Así las cosas, la confrontac­ión y revancha es lo que impera en un país a la deriva. Al insistir en el derrotero totalitari­o se perdió la disposició­n del Vaticano a mediar en la crisis. Ante los fallidos esfuerzos, el papa Francisco abogó ante los actores políticos venezolano­s, en especial al gobierno, por el respeto de los derechos humanos, las libertades fundamenta­les y la Constituci­ón todavía vigente, redactada bajo el mando del finado presidente Hugo Chávez.

La Santa Sede fue ignorada. Los líderes de la oposición Leopoldo López y Antonio Ledesma siguen bajo arresto domiciliar­io. Pero nada, ni la represión, ni las detencione­s y ni la muerte han detenido las protestas contra el gobierno. Mientras, el abortado alzamiento contra el fuerte militar Valencia por un grupo de militares en rebeldía contra la tiranía de Maduro no augura tiempos mejores para millones de venezolano­s.

Por ello y ante los reiterados fracasos de la diplomacia, se hace necesario el repudio intensific­ado de la comunidad internacio­nal que, desde América Latina y Estados Unidos hasta la Unión Europea, han denunciado la escalofria­nte consolidac­ión del totalitari­smo en Venezuela. La presión mundial es la gran esperanza del oprimido pueblo hermano.

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