El Nuevo Día

EPOPEYA EQUIVOCADA

- Cezanne Cardona Morales Escritor

No quiso destrozarl­e la tráquea para que pudiera hablar antes de morir. Así que Aquiles apuntó bien, y con su lanza atravesó el cuello de Héctor. Con la punta de la lanza asomada por la nuca, Héctor cayó boca arriba en el polvo. Cuenta “La Ilíada” que a Héctor le dio tiempo de rogar por el destino de su cadáver. Pero Aquiles no aceptó el oro ofrecido: “Nadie podrá apartar de tu cabeza a los perros”. Ante los ojos de Troya, Aquiles amarró el cadáver de Héctor a su carro y lo arrastró hasta su campamento.

Todos tenemos algo de Aquiles. Hemos heredado su cólera. En el tránsito, en la política, en el trabajo, en el salón de clases, en la oficina del médico, en la iglesia, en el vecindario todos —en el fondo— actuamos como el Pélida. Aquiles resentido porque Agamenón le robó su esclava favorita. Aquiles jurando venganza ante la muerte de Patroclo. Aquiles llorando ante su madre, Tetis. Aquiles diciendo que no puede pelear porque Héctor le robó sus armaduras. Aquiles manipuland­o a su ejército mirmidones. Aquiles cobrando el mismo sueldo de los dioses. Aquiles escondido dentro del caballo de Troya.

Pero hay otro Aquiles. Aparece en el Canto XI de “La Odisea”. Frente a las puertas del Hades, Ulises pide consejo y aparece el alma de Aquiles. La muerte le ha asentado bien. Arrepentid­o, le dice a Ulises: “Preferiría estar sobre la tierra y servir en casa de hombre pobre, aunque no tuviera hacienda, que ser el soberano de todos los cadáveres”. No contábamos con ese Aquiles. Es un Aquiles arrepentid­o por haber votado por los mismos partidos de siempre. Un Aquiles sin lanza y con bastón. Un Aquiles diabético. Un Aquiles que ha hipotecado su inmortalid­ad. Un Aquiles con menos dinero en el retiro. El Aquiles de la epopeya que no hemos querido contar.

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