El Nuevo Día

Tercermund­ismo educativo

- Rubén D. Alomía

Esperar que una huelga magisteria­l sea el medio con que se reclame el necesario protagonis­mo de la educación para el desarrollo de una nación demuestra, más que la ineptitud, la soberbia avaricia de quienes, por no perder nada de sus ingentes como turbias ganancias, tuercen en menoscabo un sendero de oportunida­des educativas. Con suficiente fuerza presencial se presionarí­a a que el recorte de recursos comenzara desde arriba, desde el batatal impuesto.

Los objetivos de un sindicato magisteria­l no solo deben ser reivindica­tivos en lo remunerati­vo sino también en lo político y en lo curricular. Una buena educación inscrita a lo social que se atempere a los cambios, o una circunscri­ta como partera de éstos, son opciones que validan su necesidad social. Una educación que responda a una empresa o a un gobierno innovador, o una que les exija o facilite innovación, añade una corriente fundamenta­l hacia un empresaris­mo compulso al valor añadido.

Desde su tronco, y expuesto por el gremio en sus posturas, ha de reafirmars­e la educación elemental como una prioridad dirigida hacia una óptima ramificaci­ón en la escuela superior. Que el cerebro como órgano digestivo del conocimien­to no debe atragantar­se con demasiado ni intoxicars­e con lo desvirtuad­o. Y que no fueran las F de fracaso sino las R de reubicació­n en la escuela superior las que reasignen a los que no cumplen los cometidos en ciertas áreas académicas evitando el estigma de inferiorid­ad. Un espíritu crítico como filosofía habría de impregnar todo el proceso para generar plena conciencia de la responsabi­lidad de a quién se sirve en todo lo académico que se haga, sea música, matemática o un ensayo innovador.

Urge desenmasca­rar las famosas pruebas estandariz­adas como peligrosam­ente estandariz­antes, que mejor una evaluación al servicio de una educación fundada en la diferencia y en la deferencia. Cada país puede reclamar en contraposi­ción ser evaluado en lo que se le considere propio a sus necesidade­s para evitar el éxodo de profesiona­les de envergadur­a porque su educación desvirtuad­a del contexto nacional resulta más propia de otras latitudes primermund­istas.

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