El Nuevo Día

La embestida feroz que no llegó

Un viaje en helicópter­o por las zonas más afectadas reveló menos daños de los que se temían

- BENJAMÍN TORRES GOTAY benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter: @TorresGota­y

Desde el aire, Puerto Rico se veía ayer como una persona que, habiendo sido avisada de que le esperaba un gran golpe, cerró los ojos y crispó el cuerpo aguardando el impacto y después, cuando el impacto anunciado no llegó, no sabía exactament­e cómo reaccionar, descreyend­o un poco de su suerte.

No todos los días se anuncia que el huracán más potente de la historia en esta región, con vientos de hasta 185 millas por hora y mucha lluvia, viene bramando en ruta hacia la zona donde uno vive.

Siempre se supo que el impacto no iba a ser directo. Pero siendo Irma tan fuerte y tan grande se temía que lo peor pasara.

Irma llegó, apenas nos rozó su aliento feroz entre la noche del miércoles y la madrugada del jueves, se fue y aunque los daños no fueron pocos, sí fueron mucho menores de los temidos.

Dos periodista­s de El Nuevo Día recorrimos en helicópter­o ayer en la mañana parte de la franja norte y noreste de Puerto Rico, buscando desde el aire las cicatrices dejadas por Irma en la zona en la que se supone más fuerte fuera el impacto de sus vientos.

Vimos una isla quieta y empapada, arropada por cielos quebrados por densas nubes, ligerament­e golpeada en ciertos rincones, con árboles de- rribados, siembras destruidas y algunas carreteras bloqueadas e inundadas.

Pero en términos generales, el panorama era igual al del día antes. Solo llamaba la atención la falta de tránsito un jueves en la mañana, las calles casi desiertas y el que no hubiera agua potable ni electricid­ad.

La visión más común, después de la vegetación acostada y las calles y las llanuras con enormes manchas de agua marrón, eran personas sacando el agua en los techos de sus casas.

Se vieron pocas casas sin techo, algunas en la zona de Canóvanas y Río Grande y varias en Culebra, la paradisiac­a isla al noreste de la isla grande de Puerto Rico, por donde Irma pasó más cerca que en cualquier otro punto de la geografía puertorriq­ueña.

Esto no es poca cosa. Una casa es, para una persona, su universo. Es casi siempre lo único que tiene. No es poco perder la casa aunque sea solo una. No había un censo ayer de casas derribadas, pero fueron más de una.

Fajardo se veía más o menos intacto. Los botes anclados en la Marina Puerto del Rey resistiero­n incólume las embestidas de Irma. Vacas pastaban las llanuras sin que nada las perturbara.

Había fincas de plátanos completame­nte derrumbada­s. Obreros trabajaban en las que se habían salvado.

En las costas, había jóvenes que aprovechab­an el embravecim­iento de las olas a causa del mal tiempo para surfear. Curiosos los miraban desde las orillas.

Los ríos estaban preñados de aguas enlodadas. Ninguno estaba en la mañana fuera de su cauce, aunque durante la noche había ocurrido.

El imponente Río Grande de Loíza se movía por la fisonomía de la región lento y pesado. Parecía una gigantesca serpiente marrón.

Sus aguas prácticame­nte acariciaba­n los patios de algunas casas, desde donde la gente miraba con evidente inquietud. Hay aguaceros anunciados para estos días. La amenaza de un río salido de su cauce late aún ominosamen­te.

En Puerto Rico, las lluvias traídas por los huracanes suelen ser más dañinas que los vientos mismos. Eso se sabe y se teme.

Irma, al final, no fue tan feroz como se temió. Pero no fue del todo inofensivo y calladamen­te su amenaza seguía ayer latente.

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Teresa.canino@gfrmedia.com La comunidad sanjuanera de La Perla vista ayer en la mañana desde un helicópter­o.

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