Hermanados Puerto Rico y Guam
Lola Rodríguez de Tió, a versos y famosamente, se equivocó al sugerir que Cuba y Puerto Rico eran de un pájaro las dos alas. No es con Cuba que Puerto Rico comparte su soledad y su abandono, a pesar de la proximidad geográfica, sino con Guam.
También rezago de la Guerra Hispanoamericana de 1898 –pues también descarado botín de guerra– Guam, al igual que Puerto Rico, pasó la mayoría del siglo 20 relegada a los márgenes de la historia estadounidense. Es decir, que sus coyunturas sociales y políticas se dieron, en cierta medida, cuando fueron precisas para los intereses militares y estratégicos de los Estados Unidos, como también sucedió aquí.
No es casualidad que, en pleno preámbulo de la Guerra Fría, cuando a los Estados Unidos le era fundamental asegurar aliados –y puntos de entrada– en el Pacífico se le concediera la ciudadanía americana a los habitantes de Guam. El haber sido foco de dos devastadoras batallas entre Estados Unidos y Japón, en 1941 y 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, más que confirmaba su importancia militar. Casi simultáneamente, cuando ya comenzaba a matizarse el desliz soviético con que iba a contar la Cuba de Fidel, en Puerto Rico se consolidaba el Estado Libre Asociado, y así aseguraban, los Estados Unidos, también, su buena porción del Caribe.
Es decir que, durante gran parte del siglo 20, y como sucede con toda colonia, el porvenir de ambas islas se vio supeditado a consideraciones que le eran ajenas y lejanas. Con la única diferencia de que, si bien en el pasado el colonialismo se asoció con la explotación directa –muchas veces genocida– por parte de las metrópolis, el colonialismo moderno abandonaba esas prácticas para asociarse con el aislamiento y la indiferencia. Si alguna, la característica definitiva que comparte toda colonia moderna es su desamparo. En lo que las concierne, esto quiere decir que, para los Estados Unidos, Guam y Puerto Rico dejan de existir hasta tanto son necesarias.
Así lo confirma la reciente relevancia de Guam, justo cuando la megalomanía de Donald Trump se mide con la megalomanía de Kim Jung-un. La posibilidad de un bombazo nuclear, real o no, le quita el sueño a sus 165,000 habitantes. Todo esto mientras, desde el otro lado del mundo, Donald Trump define la política exterior de los Estados Unidos con respecto a Corea del Norte, vía Twitter. Si esto no es desamparo, que venga Dios y lo vea.
Este nuevo colonialismo, que se jacta de eufemismos y nos tilda de “territorios no incorporados”, que nos iguala distinguiéndonos como ciudadanos americanos sin derecho al voto, que no explota y que, de hecho, le concede beneficios económicos reales y necesarios a sus territorios, es, casi, un colonialismo benévolo, por lo solapado y, por lo tanto, mucho más duradero. Lo anterior, casi al punto de hacerlo infalible. Sospecho, entonces, que este nuevo colonialismo, además de sus obvias implicaciones económicas y políticas, tiene también el efecto de distanciar a sus colonias del resto del mundo, encajonándolas hasta desaparecerlas. Es esta diatriba y este encierro lo que hermana a Puerto Rico y a Guam.
Símiles en su silencio, Guam y Puerto Rico padecen el mismo destino inconcluso. Tal vez, porque el colonialismo es eso, la falta de conclusión y la falta de proyectos y, por lo tanto, la falta de visibilidad internacional. Es por esta razón que Guam y Puerto Rico –y no Cuba y Puerto Rico– son de un pájaro las dos alas. Un pájaro que, claro está, aún no aprende a volar.
“Símiles en su silencio, Guam y Puerto Rico padecen el mismo destino inconcluso. Tal vez, porque el colonialismo es eso, la falta de conclusión”.