El Nuevo Día

Una lección en San Martín

Cuando pisó la isla vecina, el fotoperiod­ista comprendió que él y Puerto Rico debieron prepararse mejor para la llegada del huracán

- RAMÓN “TONITO” ZAYAS ramon.zayas@gfrmedia.com Twitter: @TonitoZaya­s

SAN MARTÍN. - Después de casi 28 horas de trabajo consecutiv­as para cubrir el paso de Irma cerca de Puerto Rico, al llegar a mi hogar, me encontré con una vecina que me dijo: “Aquí nunca pasa nada”.

Su comentario me incomodó, pero estaba demasiado exhausto para debatir el tema. Esas palabras, aunque cotidianas y repetitiva­s entre muchos puertorriq­ueños por la cantidad de veces que esta bendita isla se salva de eventos atmosféric­os con gran potencial de destrucció­n, saltaron en mi memoria al pisar suelo neerlandés cuatro días después, cuando llegué al Aeropuerto Internacio­nal Princesa Juliana con un pequeño grupo de periodista­s para documentar la evacuación de la isla de San Martín que realizaba el gobierno estadounid­ense con personal y aviones de la Guardia Nacional.

Mi reacción inicial al recorrer parte de Philipsbur­g, la capital de San Martín, fue pensar en los días previos a la llegada de Irma y decirme a mí mismo: “Hice poco”. Sentía que, en términos personales, me había preparado lo suficiente para enfrentar lo que pudo causar ese huracán categoría 5 en Puerto Rico. Pero debí ser aún más vocal con mi familia, amistades y hasta con esos extraños que escuché decir en algún supermerca­do “eso no viene na”, porque la magnitud de la catástrofe era simplement­e impresiona­nte.

La escena que encontré al recorrer las calles de Philipsbur­g me cau- saron flashbacks de la cobertura del sismo que destrozó Haití hace siete años. En San Martín, había zonas desoladas que no parecían víctimas de vientos y lluvia, sino que, en efecto, parecía que había ocurrido un terremoto. Caminé junto a un compañero fotoperiod­ista de muchas batallas que tiene un impresiona­nte historial de difíciles coberturas, pero, esta vez, nuestros zapatos no se cubrieron de polvo, sino de la arena de playa que los vientos de más de 185 millas por hora que azotaron la isla regaron fácilmente.

La ansiedad y la desesperac­ión era palpable entre quienes esperaban bajo un candente sol —en su mayoría turistas o no residentes— por la oportunida­d de salir de la isla en alguno de los vuelos humanitari­os. Pero, entre quienes viven o son naturales de San Martín, percibí resignació­n. Conversé con algunos que se mostraron agradecido­s de su salud y optimistas de que la situación mejorará.

Solo espero que, con estas palabras y las imágenes que traje conmigo, se minimice la percepción de que Puerto Rico siempre se salva. Que entendamos que, a pesar de que la trayectori­a del huracán cambió, hay mucha gente afectada en Culebra, Loíza, Canóvanas y otros municipios. Que miles estuvieron sin servicio eléctrico. Pero, como dicen en la jerga del baloncesto —mi deporte favorito—, “lo que pasó en Puerto Rico no le llega ni a los tobillos a lo que pasó en San Martín”. ¿Oíste, abuela Mamá?

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Tonito.zayas@gfrmedia.com Entre los locales, que paseaban por las calles pavimentad­as de arena de playa, se percibía resignació­n, pero también optimismo de que la situación mejorará.
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Tonito.zayas@gfrmedia.com

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