Una lección en San Martín
Cuando pisó la isla vecina, el fotoperiodista comprendió que él y Puerto Rico debieron prepararse mejor para la llegada del huracán
SAN MARTÍN. - Después de casi 28 horas de trabajo consecutivas para cubrir el paso de Irma cerca de Puerto Rico, al llegar a mi hogar, me encontré con una vecina que me dijo: “Aquí nunca pasa nada”.
Su comentario me incomodó, pero estaba demasiado exhausto para debatir el tema. Esas palabras, aunque cotidianas y repetitivas entre muchos puertorriqueños por la cantidad de veces que esta bendita isla se salva de eventos atmosféricos con gran potencial de destrucción, saltaron en mi memoria al pisar suelo neerlandés cuatro días después, cuando llegué al Aeropuerto Internacional Princesa Juliana con un pequeño grupo de periodistas para documentar la evacuación de la isla de San Martín que realizaba el gobierno estadounidense con personal y aviones de la Guardia Nacional.
Mi reacción inicial al recorrer parte de Philipsburg, la capital de San Martín, fue pensar en los días previos a la llegada de Irma y decirme a mí mismo: “Hice poco”. Sentía que, en términos personales, me había preparado lo suficiente para enfrentar lo que pudo causar ese huracán categoría 5 en Puerto Rico. Pero debí ser aún más vocal con mi familia, amistades y hasta con esos extraños que escuché decir en algún supermercado “eso no viene na”, porque la magnitud de la catástrofe era simplemente impresionante.
La escena que encontré al recorrer las calles de Philipsburg me cau- saron flashbacks de la cobertura del sismo que destrozó Haití hace siete años. En San Martín, había zonas desoladas que no parecían víctimas de vientos y lluvia, sino que, en efecto, parecía que había ocurrido un terremoto. Caminé junto a un compañero fotoperiodista de muchas batallas que tiene un impresionante historial de difíciles coberturas, pero, esta vez, nuestros zapatos no se cubrieron de polvo, sino de la arena de playa que los vientos de más de 185 millas por hora que azotaron la isla regaron fácilmente.
La ansiedad y la desesperación era palpable entre quienes esperaban bajo un candente sol —en su mayoría turistas o no residentes— por la oportunidad de salir de la isla en alguno de los vuelos humanitarios. Pero, entre quienes viven o son naturales de San Martín, percibí resignación. Conversé con algunos que se mostraron agradecidos de su salud y optimistas de que la situación mejorará.
Solo espero que, con estas palabras y las imágenes que traje conmigo, se minimice la percepción de que Puerto Rico siempre se salva. Que entendamos que, a pesar de que la trayectoria del huracán cambió, hay mucha gente afectada en Culebra, Loíza, Canóvanas y otros municipios. Que miles estuvieron sin servicio eléctrico. Pero, como dicen en la jerga del baloncesto —mi deporte favorito—, “lo que pasó en Puerto Rico no le llega ni a los tobillos a lo que pasó en San Martín”. ¿Oíste, abuela Mamá?