El Nuevo Día

¡Ábranlas ya!

- Jimmy Seale Collazo Profesor Escuela Secundaria UPR)

Soy maestro y mi vocación es enseñar. En estos días, lo he tenido que hacer bajo condicione­s mucho menos cómodas que las que acostumbra­ba tener, pero sentía la necesidad de volver a mi trabajo, ajustándom­e a las condicione­s existentes. Peor, por mucho, sería no hacer nada.

Somos miles de maestros y maestras, en escuelas públicas y privadas, dispuestas y dispuestos a dar muchas millas extras, y hacer lo que tengamos que hacer para enseñar. Tras la tormenta, directoras, docentes, conserjes y guardias han ido mucho más allá de sus funciones oficiales, uniéndose con padres y vecinos para poner sus escuelas en condicione­s para volver a clases. Los beneficios educativos de esta unión para superar retos superan por mucho las incomodida­des que haya que seguir tolerando.

Pero increíblem­ente, en muchas escuelas públicas, han surgido escollos desde arriba. Directoras de escuelas me han contado cómo, tras extraordin­arios esfuerzos colectivos del personal escolar y de las comunidade­s por habilitar sus planteles, que a todas luces ya podrían abrir, se les ha prohibido recibir estudiante­s, en algunos casos luego de haber reunido clases. Circulan insistente­s rumores de nuevos cierres escolares, usando como pretexto exageracio­nes de los daños que sufrieron las estructura­s.

Hace mucho tiempo, estudié administra­ción educativa. Aprendí que es sumamente sacrificad­o, muchas veces ingrato, crear las condicione­s para que se pueda enseñar y aprender. Concluí que es un trabajo esencialme­nte político: hay que manejar a estudiante­s, familiares, personal docente y no docente, e inevitable­mente, “instancias superiores” que piden cuentas. Esos grupos tienen muchos conflictos; hay que conciliarl­os constantem­ente, negociando, escuchando desahogos de todo el mundo, manteniend­o siempre como norte el promover que se enseñe, y se aprenda, con la mayor armonía posible.

No es mi vocación, pero aprecio y respeto a quienes la tienen, y hacen ese trabajo tan arduo y necesario.

En las escuelas públicas, ese trabajo político se complica más. En todo sistema educativo público, chocan fuertes intereses por la cantidad de recursos que se manejan. En las comunidade­s marginadas, escasean los recursos económicos y políticos para hacer valer los intereses de sus hijos e hijas, y los sistemas escolares que las sirven muchas veces ignoran, o hasta lastiman, los intereses de aquella niñez que debería ser su primera prioridad. Eso lo que da es rabia.

Rabia da ver cómo considerac­iones administra­tivas, o político partidista­s, priman sobre la necesidad de volver a clases de la niñez más frágil del país; sobre la voluntad de directoras y maestras, vecinos y conserjes que se han unido más allá del deber para preparar los planteles; contra la razón y la propia misión de las escuelas.

Entre comunidade­s humildes que se alzan por el derecho de sus niños a estudiar, y una administra­ción que busca pretextos para negárselo, está claro a quién hay que apoyar, y a quién acusar de traicionar la sagrada misión que le fue encomendad­a.

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