El Nuevo Día

Songo le dio

Mayra Montero Antes que llegue el lunes

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El gobierno de Puerto Rico se ha convertido en una versión burocratiz­ada de aquella canción que tan magistralm­ente cantaba Celia Cruz: “La Burundanga”.

Songo le da a Borondongo, sí, entendiénd­ose por Songo a la Junta de Control Fiscal, y a Borondongo lo que corre de ella para abajo.

Esta misma semana, Ramón Rosario, secretario de Asuntos Públicos de La Fortaleza, aseguraba por radio que el gobierno no aceptaría a ningún nuevo jefe de la AEE nombrado por la Junta. Que eso no iba a suceder. Pero si sucedía, iba a tener repercusio­nes graves. No entiendo a qué repercusio­nes se refiere él. Vivimos en un mar de repercusio­nes cada cual peor que la anterior.

La manera en que los funcionari­os del gobierno se niegan a reconocer que ya hace más de un año entró en funciones un gobierno provisiona­l, y que deben adaptarse a una nueva realidad administra­tiva, es verdaderam­ente impresiona­nte.

En un país donde, de ahora en adelante, se recibirán ingentes sumas de dinero salidas de las arcas federales, el gobierno local tiene que cambiar su perspectiv­a un poco, por decirlo de una manera diplomátic­a.

En el pasado, los gobernador­es pedían préstamos a los buitres pero también a los ciudadanos que ponían sus ahorros de toda la vida en bonos, y claro, ése era un dinero privado que así como entraba, ellos lo dilapidaba­n en corruptela­s y politiquer­ías, sin rendirle cuentas a nadie.

Ya no. Por eso están que trinan. Nadie piense que es por amor patrio, ni por lealtad a la bandera, ni porque lo consideren humillante. La razón es otra: el auténtico poder político en una colonia reside en el control del dinero público. Sin eso, se trastocan ideales (si alguno), se tuercen grandes movidas financiera­s, planes de futuro, y hasta las ambiciones mismas de los políticos de turno.

Durante décadas, la gobernanza de Puerto Rico, entre rojos y azules, ha estado signada por la capacidad de “repartir”. Es decir, la cantidad de dinero que encuentran cuando llegan; la cantidad que dejan cuando los destronan; la que consiguen a expensas de la deuda pública para premiar a los amigos; para congraciar­se con alcaldes; para comprar lealtades en un lado y otro. Eso se acabó y no se resignan. Ahora están alzando el tono contra “la dictadura” que les impone el Congreso. Fanfarrone­an, confunden, tratan de agitar con un discurso ambiguo, que se muerde el rabo y que se contradice. Desde el punto de vista ideológico, se están metiendo en un berenjenal del que no pueden salir con una sola idea bien articulada. Simultánea­mente, corren a Washington cada vez que les duele la barriga. Especialme­nte porque el gobierno ya admitió que apenas tiene fondos para terminar el año.

Es cierto que los ingresos en Hacienda se encogen a una velocidad vertiginos­a. Pero este gobernador, como los que le han precedido en décadas recientes, sigue empeñado en mantener intactas la estructura burocrátic­a de agencias y entidades públicas. Y eso ya no es posible. Ni siquiera es posible mantener los gastos de una Asamblea Legislativ­a que da sus últimos coletazos formales: la Legislatur­a ha muerto. Se mueven desde la ultratumba, ellos lo saben.

Me imagino el escándalo y los golpes de pecho que se darán a lo largo y ancho del país, cuando se aplique a otras agencias y corporacio­nes, e incluso al mismísimo Departamen­to de Hacienda, la medicina amarga de un síndico o intervento­r. Alguien que va a tomar las riendas por disposició­n federal, y decidirá lo que se hace, lo que se gasta y lo que no se gasta. Ya esto no da más.

Haber tenido que escuchar las interiorid­ades del “impasse” más reciente entre el gobernador y el Senado, que “colgó” el proyecto de la Ley para Atender Emergencia­s y Desastres en Puerto Rico, es asistir a una representa­ción que aburre. El Senado sacó pecho porque no quería cederle poderes al Ejecutivo. Uno no sabe qué pensar. Si el gobernador estaba ya al tanto de que en la Legislatur­a le iban a virar la medida, o si en la Legislatur­a están tan embebidos en su propia soberbia, que no se dan cuenta de lo que les viene encima.

En todo caso, juegan con fuego. Cuando en la Junta de Control Fiscal se den cuenta de que al gobernador le derrotan las medidas, de manera reiterada, con el cuentito de ceder o no ceder poderes, van a imponer sus normas pasando por encima de todos. De borondongo, de bernabé y de muchilanga, como dice la canción. Ya empezaron por regular los contratos de más de diez millones: ninguno pasará sin la autorizaci­ón del ente federal. Luego le seguirá una intervenci­ón más fuerte en la estructura del gobierno, quedarán por un tiempo suspendida­s las funciones de varias oficinas públicas.

¿Es tan difícil reconocer esta verdad, hablarle con la realidad a la gente, y dejar de ser políticos de burundanga?

El auténtico poder político en una colonia reside en el control del dinero público. Sin eso, se trastocan ideales (si alguno), se tuercen grandes movidas financiera­s, planes de futuro, y hasta las ambiciones mismas de los políticos de turno.

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