Huracanes EN EL CARIBE
Dos asesinatos se cometen en una casa del Condado en donde se han reunido varios personajes para pasar un huracán.
Un libro (preferiblemente de intrigas) y una linterna de baterías son imprescindibles durante un huracán. Leí mientras la airada María batía contra la casa, silbando amenazadoramente; leí a pesar de la oscuridad y durante las largas horas del fatídico día. El huracán real pasó a un segundo plano ante el que describía esta novela de detectives que esconde un misterio adicional: su autor. Newton Gayle es el seudónimo que usaron dos personalidades muy conocidas en el Puerto Rico de los años treinta. La Isla se reponía entonces del mortífero ciclón San Felipe (llamado Okeechobee en los Estados Unidos) que la asoló en 1928. ¿La identidad de los autores? Se revelará, como la del asesino en las novelas del género, al final.
La novela se estructura según las convenciones tradicionales de las novelas detectivescas, conformadas por autores ingleses como Arthur Conan Doyle, Dorothy Sayers y Agatha Christie. Varios personajes (la mayor parte extranjeros y cinco puertorriqueños, tres de ellos reunidos allí por azar), esperan un huracán en “Casa Cerrada”, una casona aislada del Condado aledaña a la laguna. Entre los extranjeros están el detective británico James Greer (un hombre de mundo, elegante y de modales impecables) y su amigo Robin Upwood, también británico (si las historias de Batman no fueran posteriores a la serie de novelas en que aparece James Greer, pensaríamos en el joven ayudante del hombre araña: ¿sería este un precedente del personaje que apareció por primera vez en 1940?).
El ciclón se aproxima (el sonido ubicuo de los martillazos que aseguran las casas conforma un ominoso telón de fondo sonoro a su inminencia) como una amenaza creciente. Los mapas que se insertan periódicamente en la novela indicando la disminución progresiva de la presión barométrica (tiene que bajar a 28:10 en un huracán) funcionan como un elemento de “suspense”. En ellos Puerto Rico se ve como el centro de una serie de círculos concéntricos que se asemejan a los del tiro al blanco, con la sugerencia mortífera que ello acarrea. El encierro y la angustia crean una atmósfera pesada y peligrosa.
Cuando se escapa el gato mimado de la dueña de la casa y varios huéspedes salen a buscarlo en medio de vientos ya huracanados, encuentran a un hombre moribundo, herido por mano criminal, en las dunas que rodean la laguna. Resulta ser un funcionario estadounidense, Otto Wallington, enviado por una administración liberal (la de FDR, evidentemente) para trabajar en la recuperación económica de un Puerto Rico postrado por la Depresión. (Se impone la tentación de identificarlo con un personaje histórico: ¿Ernest Gruening, quizás?)
Durante la larga noche en que los vientos amenazan una destrucción total (“It means the end of Puerto Rico”, dice un personaje. “The island can never recover from this”), James Greer toma control de la situación y se dispone a identificar al criminal, que evidentemente se encuentra en la casa, dado que otro crimen se suma al primero: el asesinato de una señora mayor que al parecer vio más de lo que debía. El herido también sucumbe a una bala.
Mientras los huéspedes batallan contra los elementos en la forma de una ventana que se abre y deja entrar la furia del huracán, James Greer cavila y llega, por fin, a una conclusión que –siguiendo la fórmula consagrada- comparte con los integrantes reunidos en la sala al abatirse la furia de los vientos. Inesperada, la solución también se apega a la tradición del género. En este caso, sin embargo, tiene el interés de que la motivación gira en torno a dos fuerzas encontradas de los años 30: el socialismo (que se asocia en este caso con la división de terrenos para crear fincas de subsistencia en Puerto Rico) y el capitalismo que apoyaba los latifundios azucareros en la Isla.
Leída a más de 80 años de su publicación pero en circunstancias similares a las descritas, esta novela aún interesa, y mucho. Interesará más aún saber que el seudónimo esconde a dos personalidades conocidas del Puerto Rico de entonces: Maurice Guinness, un ejecutivo británico residente en la Isla y Muna Lee, la escritora estadounidense que fue la primera esposa de Luis Muñoz Marín.
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