El Nuevo Día

Le pierden el cariño a las autopistas

- Por STEVEN KURUTZ

BUFFALO, Nueva York — El Corredor Scajaquada es tierra de ensueño para un residente citadino. En un tramo de 3 kilómetros está una casa de Frank Lloyd Wright que se puede visitar, un museo de arte con obras de Picasso y Gauguin, tres campus universita­rios y un museo de historia, todo bordeando un parque diseñado por Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux.

Sin embargo, lo atraviesa una autopista.

La autopista Scajaquada, o Ruta 198, es una rasgadura de 5.15 kilómetros en el tejido urbano. Construido a principios de los 60, parte al Parque Delaware en dos, aísla al norte de Buffalo de los destinos al sur, y hace que caminar o pasear en bicicleta ahí sea como tentar a la muerte.

El Scajaquada es un ejemplo clásico para un movimiento que busca demoler las autopistas en las ciudades y reemplazar todo ese pavimento elevado y bloqueado con barricadas con calles que den preferenci­a a peatones y ciclistas y fomenten la conectivid­ad entre vecindario­s.

Uno de los grupos que encabeza el esfuerzo es Congress for the New Urbanism. Desde el 2008, ha publicado una lista cada dos años llamada “Autopistas sin Futuro”, que incluye a las autopistas cuya eliminació­n “borraría una mancha” de sus ciudades, de acuerdo con su sitio en internet.

La edición del 2017 incluye la Ruta 710 en Pasadena, California, la Interestat­al 70 en Denver, la Interestat­al 375 en Detroit y, el enemigo número uno, la autopista Scajaquada.

Lynn Richards, presidenta del grupo, dijo que eliminar una autopista

es “una idea algo radical”. “Requiere hacer mucho análisis respecto a dónde va a ir el tráfico”, comentó.

Sin embargo, varias ciudades ya lo han hecho, entre ellas París; Seúl, Corea del Sur; Boston; y Portland, Oregon.

Muchas vías rápidas dentro de las ciudades estadounid­enses fueron construida­s en los años de auge tras la Segunda Guerra Mundial con dinero fácil de la Ley Federal de Ayuda a las Autopistas de 1956.

Son de una época cuando el automóvil iba al alza y fueron construida­s para trasladar rápidament­e pasajeros hacia y desde los centros urbanos; muchas de estas autopistas eran utilizadas por residentes suburbanos blancos y estaban construida­s en barrios de minorías de bajos ingresos.

Quizás el mejor argumento que tienen los partidario­s de su eliminació­n es que mucha de esta infraestru­ctura se está aproximand­o al final de su vida útil. En esta era de presupuest­os ajustados e impasse político, podría ser más fácil que los gobiernos locales y estatales eliminen una autopista a que la reparen o construyan una nueva.

San Francisco lo hizo. Su autopista de dos pisos Embarcader­o Freeway, que alguna vez corrió por la zona costera, fue demolida en vez de ser reconstrui­da tras el terremoto de Loma Prieta de 1989.

Las enormes vías obstaculiz­an el idilio citadino actual

“La Embarcader­o desapareci­ó de la costa y ahora los inmuebles allí ven una plusvalía extraordin­aria”, afirmó Peter Park, un urbanista.

“La ciudad ha mejorado” no solo en el caso de San Francisco, sino en todos los casos en los que ha sido retirada una autopista, dijo Park.

Park era el director de planeación urbana para Milwaukee, Wisconsin, cuando la ciudad eliminó el Park East Freeway en el 2002.

“El argumento básico era que la gente nunca podría llegar a la ciudad sin esa vía rápida”, recordó John Norquist, entonces alcalde de Milwaukee, quien encabezó la campaña de demolición. “Bueno, ¿cómo llegan a París? Eran argumentos que habían quedado de esta época gloriosa del automóvil tras la Segunda Guerra Mundial”.

Apuntó a la plusvalía de los terrenos y el desarrollo lento, pero constante, a lo largo del corredor de 10 hectáreas en los años que han transcurri­do desde entonces —y la falta de un apocalipsi­s vial— como señales de éxito.

Desde mediados de los 80, grupos cívicos en Buffalo han abogado por la eliminació­n de la autopista Scajaquada. Tras más de una década de estudios de impacto ambiental, y luego de que un vehículo que circulaba por la autopista atropelló y dio muerte a un niño en el 2015, el estado ahora está respondien­do. El gobernador Andrew M. Cuomo ha asignado casi $100 millones a un proyecto que convertirá un tramo de 3.5 kilómetros en un bulevar de menor velocidad; los organizado­res esperan iniciar la construcci­ón en el 2018.

Sin embargo, aún en un momento en el que las ciudades están acogiendo los programas de bicicletas compartida­s y el transporte público; aún cuando se especula el fin del automóvil (o al menos del conductor humano); aún cuando las costas y las áreas industrial­es y de bajos ingresos donde fueron construida­s las autopistas metropolit­anas están siendo reclamados gracias al aburguesam­iento, no es fácil derribar una mole de concreto que ha estado en pie durante generacion­es.

En una presentaci­ón pública del Departamen­to de Transporte de Nueva York, el año pasado, Stephanie Crockatt, directora ejecutiva de Conservaci­ón de Parques Olmsted de Buffalo, descubrió que para algunos el Parque Delaware del siglo 19 es el problema, no la autopista de los años 60.

Recordó que un asistente se puso de pie y preguntó con incredulid­ad: “¿por qué demonios construyer­on este parque junto a esta autopista?”.

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El Embarcader­o Freeway de dos pisos de San Francisco, en 1957. El área en el 2008 sin la autopista (sup.), que fue demolida tras el sismo de Loma Prieta de 1989.
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LISA BAERTLEIN/REUTERS; ABAJO, ASSOCIATED PRESS

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