El Nuevo Día

Trump y la polarizaci­ón

- Benjamín Morales Meléndez

El señor presidente de los Estados Unidos de América lo ha hecho de nuevo, ha conseguido de un plumazo exacerbar un conflicto que estaba más o menos viviendo horas relativame­nte tranquilas por razones que sólo él conoce a fondo.

Y digo relativa porque en el Medio Oriente nunca se experiment­a una tranquilid­ad plena y siempre se está a la sombra del próximo explosivo que desatará una nueva crisis entre israelíes y palestinos.

Pero lo cierto es que dentro de lo peor, las cosas por esa región andaban más o menos en el marco de la normalidad habitual, la cual incluye los cotidianos enfrentami­entos entre milicianos palestinos y el ejército israelí.

Y entonces Mr. Trump llegó a provocar lo que, de seguro, acabará en una revuelta de esas que dejará mucha gente inocente muerta.

Reconocer a Jerusalén como capital política de Israel es una provocació­n abierta, una movida vil que sólo acabará en exasperar los ánimos de las tres religiones que reclaman ese lugar como su capital espiritual: el judaísmo, el cristianis­mo y el islam.

A pesar de que el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley en 1995 que respalda que la embajada estadounid­ense en Israel se moviera de Tel Aviv, la capital política del país, a Jerusalén, como una movida de reconocimi­ento al poder israelí sobre el polémico asentamien­to, lo cierto es que cada seis meses todos los presidente­s habían vetado la movida.

La razón para ello era sencilla, pues había un consenso internacio­nal de dejar tranquila a Jerusalén, de modo que el polvorín político no afectara el pulular de los cientos de miles de feligreses de estas tres religiones por la que consideran su ciudad santa.

Con su movida de dar paso a esa ley de 1995, Trump ha encendido la mecha de una bomba de tiempo que dejará nueva inestabili­dad y que, sobre todo, sacará a Estados Unidos del lugar privilegia­do en el proceso de negociació­n entre palestinos e israelíes, un puesto en el tablero que los estadounid­enses han ocupado por décadas.

Aquí queda más claro que nunca que Donald Trump es un peligro latente para la paz mundial y así debe ser visto por todos aquellos seres humanos que aspiramos a vivir con ciertos niveles de seguridad.

Lo más ofensivo de todo es que, evidenteme­nte, toda esta canallada tiene que ver nuevamente con el cerco que se teje a su alrededor por el tema de la trama rusa. El FBI y el Senado siguen presionand­o y cerrando las rutas de escape que tienen el presidente Trump y su adorado hijo, el cual luce está metido en este rollo hasta más arriba del cuello.

Cada vez que se calienta la trama rusa, Trump sale a buscar pelea con alguien o con algo. Lo ha hecho con Corea del Norte, Irán, Siria, Cuba, la Unión Europea, México… Ha tomado decisiones como sacar a Estados Unidos del acuerdo de prevención del calentamie­nto global e intentado anular el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México.

Estamos, se hace obvio, ante una administra­ción que debe ser invalidada de alguna forma o el daño que hará será irreparabl­e. Este señor está polarizand­o al mundo nuevamente, liquidando de un plumazo un orden que tomó décadas consensuar, el cual iba en una ruta correcta a pesar de que le restaba un largo camino para ser reconocido como un periodo de paz pleno.

La democracia estadounid­ense falló al elegir a Donald Trump. Bueno, eso si es que el señor presidente fue en realidad electo democrátic­amente, porque insisto en que toda esta trama rusa va a acabar probando que el magnate de los bienes raíces llegó al poder de una manera que tiene todos los visos de haber sido ilegitima.

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