El Nuevo Día

TENTACIONE­S

- Félix Jiménez

Los ritmos automático­s y ya naturales que nos dejan las noches son una gimnasia encantada que se siguen en las mañanas. No hay manera de evadirlos, se cuelan por los poros y surgen sin querer queriendo. Son las nuevas tentacione­s, muy diferentes a las que teníamos antes. La noche nos tienta a tientas.

El desayuno, un café casi caliente. Ver si está abierta la panadería. Ver si han llegado mensajes. Tapón, tapón violento. Llevar a los muchachos a la escuela. Comprar la comida para la tarde. Ir a la estación de gasolina. Recordar si se ha olvidado algo.

Y entonces cotejar cuántos chavos nos quedan, si es que nos queda algo. Y entonces, el trabajo, con las horas reducidas que todavía nos quedan, esperando que no sigan recortando.

La gimnasia que nos ha entrenado y cambiado el cuerpo y las actitudes se repite diariament­e, y es raro observar cómo los demás la siguen sin más, como todos se han acostumbra­do a desvivir viviendo, durmiendo mal y viviendo peor.

Pero, claro, todavía hay lugares que están más oscuros y viven sus tentacione­s de otras formas. Quién traerá algo, quién me traerá algo, parecen decir. Llaman a las estaciones de radio, hacen protestas, se quejan porque pueden y porque deben.

El temblor de sus tentacione­s no se olvida. Quizás sean temblores diferentes, más vitales, temblores sin generador eléctrico y sin paga la próxima semana. Temblores que no sienten los que no sienten.

No se sueña con langosta, se sueña con el calor de una comida, cualquiera, y su esplendor.

Se sueña, si se quiere, con la justa porción de los sueños que la luz les ha negado. Pero sueñan y siguen soñando. Tentados a tientas.

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