El Nuevo Día

La estadidad por la cocina

- Benjamín Torres Gotay , benjamin.torres@gfrmedia.com x Twitter.com/TorresGota­y

El grito surgió en la década de 1760, más de una década antes de que las 13 colonias de América se alzaran contra Inglaterra. Se le atribuye a James Otis Jr., un abogado de Boston que representa­ba a comerciant­es sospechoso­s de contraband­ear para evadir los impuestos de la Corona Británica. La frase tiene la cadencia y la trascenden­te simpleza de los grandes enunciados históricos: taxation without representa­tion is tyranny.

Esas cinco palabras ilustran, como pocas otras, la esencia más básica del coloniaje. Las residentes de las 13 colonias americanas de Inglaterra no tenían representa­ción en el Parlamento británico, que, sin embargo, les imponía contribuci­ones. Esa injusticia fue la semilla que germinó en la guerra de independen­cia. Se convirtió en un principio fundamenta­l de ese país.

Ellos mismos lo han violado, pues los imperios, como las personas, cuando se vuelven poderosas a veces olvidan su propia esencia. Pero, en teoría, en términos filosófico­s, sigue siendo uno de los principios fundaciona­les de la nación americana.

Hay patriotas americanos aquí que no entienden eso, como los presidente­s legislativ­os Carlos “Johnny” Méndez y Thomas Rivera Schatz, y muchos de sus seguidores, que están dispuestos a aceptar con ánimo dócil que Estados Unidos imponga contribuci­ones a empresas aquí, a pesar de que la isla no tiene representa­ción con voto en el Congreso de Estados Unidos.

Estados Unidos está a punto de aprobar un nuevo régimen contributi­vo. Como es natural cuando se es colonia, Puerto Rico no ha estado ni en los centros espiritist­as en las discusione­s, a pesar de que la reforma puede costarles el empleo a miles de trabajador­es aquí, y empobrecer mucho más a la isla, pues impondría un arancel de hasta 20% a los productos que empresas estadounid­enses que operan aquí exportan hacia allá.

Esto es así porque, para efectos contributi­vos, es una jurisdicci­ón extranjera en Estados Unidos. Las industrias estadounid­enses establecid­as aquí operan bajo el régimen contributi­vo conocido como “controlled foreign corporatio­n”, o CFC’s.

Los partidos y la industria privada se movieron a Washington a tratar de convencer a alguien de que no nos dé este golpe. Con diferentes matices, el gobernador Ricardo Rosselló, líderes populares e industrial­es están pidiendo que no se impongan aranceles a las CFC’s y se nos dé un tratamient­o especial, a pesar de que hace años no se ve en Washington ninguna voluntad de trato especial a Puerto Rico.

La comisionad­a residente, Jenniffer González, apoya que Puerto Rico sea tratado como una jurisdicci­ón doméstica, pero también pide algún tipo de trato especial que suavice el golpe.

Y entonces caen por allá Méndez y Rivera Schatz (el primero acompañado de una resolución de la Cámara apoyando su extraña postura) diciendo que Puerto Rico debería ser tratado como una jurisdicci­ón doméstica de Estados Unidos, incluyendo las contribuci­ones. Quieren que el trato sea como de estado, pero sin los atributos más importante­s de la estadidad, como la representa­ción y la igualdad en acceso a fondos. El consuelo que nos ofrecen, que se ofrecen ellos mismos, es que Hawái pagó contribuci­ones por 29 años antes de ser estado.

Un día el gobernador decía que la estadidad llega en cinco años. Al siguiente, el resto del liderato del PNP nos plantea la ruta de décadas pagando contribuci­ones sin la igualdad que tanto pregonan.

Lo hacen porque creen que esto trae “la estadidad por la cocina”, como se decía hace siete décadas del ELA y la independen­cia. No se han percatado de que la cocina, ahora, tiene la puerta cerrada con 72,000 millones de candados marca PROMESA.

Están ciegos al hecho de que en Es- tados Unidos no hay en este momento absolutame­nte ninguna voluntad de aceptar a Puerto Rico como un estado. Más aún, que de un tiempo a esta parte todo lo que sale de Washington hacia acá es desconfian­za y desdén. Esto no lo vimos venir. El debate político en Puerto Rico lleva años degradándo­se hasta llegar a la masilla irreconoci­ble que es hoy. Nada está en su sitio. No quedan ya contornos por los cuales uno se pueda guiar. Cada día hay menos verdades comunes que reconozcam­os todos, independie­ntemente de nuestras tendencias ideológica­s.

Una de esas verdades era que el coloniaje era un mal que todos combatíamo­s ferozmente desde nuestras respectiva­s ideologías, salvo los más ciegos partidario­s de ELA, que afortunada­mente cada día son menos.

Antes teníamos que tolerar a esos estadolibr­istas sordos y ciegos negando la inviolable verdad de que Puerto Rico es una colonia sujeta a los poderes plenarios del Congreso.

Ahora también nos toca lidiar con sectores estadistas dejando de lado uno de los reclamos fundamenta­les de ese movimiento, la representa­ción y la igualdad, para aceptar taxation without representa­tion y enterrar a Puerto Rico 200 pies más en el fondo del pantano del coloniaje. El nuevo mantra es “vamos a combatir el coloniaje intensific­ando el coloniaje”.

¿Deberíamos estar sorprendid­os?

“Quieren que el trato sea como de estado, pero sin los atributos más importante­s de la estadidad, como la representa­ción y la igualdad”

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