Voces valientes contra el hostigamiento sexual
La designación del movimiento #MeToo como Persona del Año de la revista Time eleva a un justo nivel de atención pública un problema que, como al resto del mundo, atañe a Puerto Rico y sobre el que hace falta educar más: el hostigamiento sexual.
Hostigamiento y abuso sexual son formas de violencia de género que urge cortar de raíz por vía de la educación y de acciones afirmativas que fomenten la equidad y valoren la diversidad. El reconocimiento a un movimiento que sin líderes da voz a millones de mujeres abre puertas a una conversación necesaria que debe resonar en hogares, escuelas, iglesias, centros de trabajo y cualquier otro espacio de la sociedad.
El hostigamiento sexual en el empleo es un delito en Puerto Rico. La Ley 17 de 1988 lo define como cualquier conducta sexual indeseada que ocurre en la relación de empleo y afecta las oportunidades de empleo, el empleo mismo, sus términos y condiciones o el ambiente de trabajo de una persona. Sus manifestaciones van desde insinuaciones de tipo sexual directas o indirectas, hasta la agresión sexual. La ley penaliza al hostigador, quien abusa de sus posiciones de poder para intimidar, amenazar y castigar.
Pero las leyes y procedimientos quedan cortos sin una cultura que rechace de plano el machismo, esa visión de mundo que asume a la mujer como objeto sin capacidades ni derechos. Esa cultura, que troncha miles de vidas de mujeres y de hombres, reproduce complicidades en formas de silencio y condescendencia. Y re-victimiza a quien denuncie, al someterla al juicio social e institucional. Así se perpetúa el círculo de violencia que retrasa la evolución misma de la sociedad, porque nos niega la riqueza de ideas y talentos de tantas mujeres. En ciertos casos, hasta sus vidas.
La permisibilidad e indiferencia han sido amparo para el acosador sexual y mordaza para sus víctimas. De ahí el valor del movimiento de denuncia reconocido por la prestigiosa revista. Desde que la actriz Ashley Judd denunció públicamente lo que conocedores confirman que era un secreto a voces, el valor y la solidaridad comenzaron a resquebrajar el patrón.
Figuras prominentes del cine y el entretenimiento, de la tecnología, el arte, la gastronomía, de la política y del gobierno en Estados Unidos y en otros países, incluido Puerto Rico, han sido imputadas públicamente como hostigadores y depredadores sexuales bajo argumentos considerados creíbles por expertos. Muchos han caído de sitiales por graves denuncias de mujeres que encontraron fuerzas para decir basta. A todos les asiste la presunción de inocencia. Pero, de probarse las acusaciones, deben sentir todo el peso de sus actos.
A muchas mujeres que se atrevieron a hablar les tomó años decidirse a hacerlo. Sufrieron miedo a la pérdida de trabajo, a represalias, al juicio público que tiende a responsabilizarlas o a perder sus vidas. Quienes al final dieron un paso al frente coinciden en que lo hicieron por ellas, por otras y para que niñas y jóvenes crezcan con mejores posibilidades de desarrollarse y aportar. De esa acción también se benefician los varones que reconozcan que se derrotan a sí mismos cada vez que denigran y laceran a otros.
Estas voces deben contar con el respaldo de más mujeres y de hombres íntegros y conscientes que se nieguen a tolerar dichas dinámicas que reprimen y oprimen. Quien conozca de tales acciones, debe testificar. Quienes hostigan, deben saber que caerán, tarde o temprano.
El hostigamiento sexual es una rémora social que hay que erradicar. Con educación desde las edades tempranas hasta alcanzar a padres y madres, a empresas y al gobierno. Y con acciones que, en Puerto Rico, deben empezar con la designación en propiedad de una Procuradora de la Mujer.
El Puerto Rico por reconstruir tiene que nutrirse de una cultura de respeto que dignifique y celebre diferencias, que dé a todos y todas iguales oportunidades para disfrutar de empleos dignos y en paz.