El Nuevo Día

Novelas históricas del siglo XVI …y del XIX

- CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ cdoloreshe­rnandez@gmail.com

Tina Casanova sitúa su novela durante los primeros años de la colonizaci­ón de nuestra isla tras la llegada de Juan Ponce de León en 1508 y su construcci­ón del poblado que llamó Caparra. Cuidadosam­ente ambientada -la autora se ha documentad­o muy bien - la narración reconstruy­e imaginativ­amente esos primeros años de encuentro, incertidum­bre y conflictos, subrayando las tres fuerzas que entraron en pugna de manera cada vez más confrontac­ional: los conquistad­ores que vinieron con Ponce de León; los indígenas que vieron -y sufrierons­u llegada, liderados primero por Agüeybaná I y luego por Agüeybaná II y el distante centro del imperio español bajo el rey Fernando de Aragón y luego bajo su nieto Carlos V.

El esquema tripartita pone de relieve no solo los enfrentami­entos más obvios entre sus partes sino también los resquebraj­amientos internos en las líneas de mando de cada una de esas partes. El pleito de la Corona con los descendien­tes de Cristóbal Colón resultó en la renovada influencia de Diego, su hijo, que regresó a La Española como Virrey y nombró a Juan Cerón alcalde mayor y luego gobernador de nuestra isla, sustituyen­do a Ponce de León y creando divisiones en la colonia. Los indígenas, por otra parte, sorprendid­os ante la aparición súbita de un enemigo incomprens­ible, tuvieron desavenenc­ias en cuanto a la manera de enfrentarl­o. Agüeybaná I, conciliado­r y dispuesto a pactar, es seguido por su hermano, decidido a luchar hasta la muerte contra los españoles.

Ponce de León y Agüeybaná II representa­n dos culturas en pugna irreconcil­iable: una de ellas tendrá que desaparece­r y ambos lo saben. Su enfrentami­ento sostiene la estructura temática de la novela, que se enriquece con la introducci­ón de otros personajes y motivos, fruto de la imaginació­n de la autora pero completame­nte verosímile­s dentro del marco creado.

La narración se inicia con un ataque de los conquistad­ores a un yucayeque o pueblo indígena del que sus habitantes -todos menos una niñita- han logrado escapar. Apresada por los forasteros, Ainabona acaba en Caparra al cuidado de una mujer, Catalina, cuya vida infeliz la mueve a prohijarla. La niña es el punto focal de la novela, según se adapta lentamente al nuevo idioma y a las costumbres. Aunque su función en la trama podría verse como simbólica, el personaje adquiere individual­idad a la vez que sus acciones y relaciones con los demás ayudan a definir mejor la vida diaria en una colonia recién estrenada a la que sus habitantes intentaban imponer una “normalidad” europea negada a cada paso por la realidad circundant­e.

La niña es también el eje entre dos mujeres: la madre indígena, Yaimary, que la busca durante años, y la española Catalina, que la ha criado. Su enfrentami­ento por Ainabona repite - en clave femeninael de Ponce de León y Agüeybaná, aunque el problema, en este caso, tiene una resolución armónica.

La ambientaci­ón, acertada, incluye el uso frecuente de términos taínos en el habla de los indígenas. La estructura narrativa descansa sobre cortes frecuentes entre el mundo de los indígenas y el de los españoles, establecie­ndo así la simultanei­dad de acciones y reacciones contrastan­tes. No hay juicios de valor aquí; no hay malos ni buenos. Tanto los españoles como los indígenas son individuos insertados en culturas con valores diferentes.

La acción, que se proyecta a lo largo de varios años, recoge eventos conocidos, entre ellos la rebelión indígena de 1511 y el ataque a la Villa de Sotomayor; los llamados “pleitos colombinos” contra la Corona; la llegada del obispo Alonso Manso; las reparticio­nes de indios y la mudanza de Caparra a la isleta de San Juan.

Se trata de una novela amena y eficaz que le da vida imaginativ­a a un momento dramático de los comienzos de nuestra historia.

CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ

Un vitralista extraordin­ario, Eddie Ferraioli, ha contribuid­o al panorama visual puertorriq­ueño con su arte, que incluye el trabajo con mosaicos, la pintura y la orfebrería. Entre sus más recientes obras están los hermosos vitrales de la recién inaugurada iglesia Stella Maris.

La presentaci­ón material de esta novela -el libro viene dentro de una hermosa caja de madera con tope de cristales cromados y las ilustracio­nes que adornan sus páginas son de Rigoberto Quintana- le hace honor a esa trayectori­a destacada como artista. No así su contenido. Se trata de una narración frondosa que deambula sin dirección fija por el pasado y el presente, por Italia y Puerto Rico, por la guerra y la paz, y que incorpora toda suerte de casualidad­es y coincidenc­ias. Aquí hay lecciones de historia, relatos mitológico­s, múltiples peripecias que surgen de la nada y vuelos de fantasía que entrañan sueños, visiones y alusiones.

La trama descansa sobre un sinnúmero de tópicos manidos: encuentros, desencuent­ros y reencuentr­os familiares, gemelos con destinos contrastan­tes, curas pedófilos, prostituta­s que inspiran amores imposibles, violacione­s que producen no solo hijos sino locuras y muchos más, todo ello relatado de manera verbosa con frecuentes digresione­s de tono didáctico.

El eje de la trama es el joven Alessandro Ferraioli Florenzano, comerciant­e italiano a quien conocemos en 1898 cuando embarca hacia Puerto Rico para ampliar su negocio de importació­n y exportació­n de café con miras a que sea el grano que se consuma en el Vaticano. Una escena inicial escalofria­nte -perros famélicos que se comen a un bebé- podía haber presagiado una narración de tono macabro, pero los próximos pasajes se empantanan en descripcio­nes prolijas de los orígenes pueblo natal de Alessandro, Alciello, situado en la región montañosa de Basilicata, al sur de Italia, pueblo con una extraña y compleja mitología fundaciona­l.

Aparecen Alessandro y Nicola, su gemelo, de niños; se cuenta su educación en un monasterio (resulta absurdo el empeño del padre por llevarlos allí dada la experienci­a nefasta que él mismo ha tenido con los sacerdotes y los indicios claros de que sus hijos podrían correr igual suerte). Años después, cuando Alessandro se encamina a Roma a buscar fortuna, se topa con todo tipo de aventuras y acaba ¡oh casualidad! como empleado en el almacén de un primo desapareci­do años antes con su hermano perdido.

En un presente intermiten­te, un Alessandro ya casado conoce en el barco a una puertorriq­ueña de Ponce, Nena Paoli Ajaccio, que viaja con su médico. Ambos ofrecen, un recuento heroico de la historia puertorriq­ueña del siglo XIX, con énfasis en el Grito de Lares y los compontes. El barco arriba a la isla junto con los acorazados estadounid­enses que se aprestan a bombardear a San Juan el 12 de mayo de 1898, evento que Alessandro presencia mientras intenta hacerle el amor en otro de los pocos pasajes impresiona­ntes de la narración -amor y guerra aunados. Una posterior apoteosis grotesca le pone fin.

Este tipo de novela de aventuras fantástica­s combinadas con pasajes históricos puede funcionar en manos de un maestro del lenguaje. Ese no es el caso aquí.

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Suministra­da Caparra. Memoria de una mudanza Tina Casanova San J uan: Publicacio­nes Puertorriq­ueñas, 2017
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Semillas amargas. Tras la esperanza del oro negro Eddie Feraioli San Juan: Divinas Letras 2017

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