Viven de un glaciar, por ahora
Deshielo en los Andes ha sido bendición, pero se desvanece.
VIRÚ, Perú — El desierto florece ahora. Moras crecen del tamaño de pelotas de ping-pong en nada más que arena. Campos de espárragos atraviesan dunas y desaparecen en el horizonte.
Los productos del desierto son empacados y enviados a lugares como Dinamarca. La electricidad y el agua han llegado a pueblos que durante mucho tiempo no contaron con ellos. Campesinos se han mudado aquí desde las montañas, en busca de nuevos futuros en la tierra irrigada.
Podría sonar como un plan de desarrollo perfecto, excepto por un detalle: la razón de que tanta agua fluya por este desierto es que un casquete de hielo en lo alto de las montañas se está derritiendo. Y la bonanza podría no durar mucho más.
“Si el agua desaparece, tendríamos que volver a como era antes”, dijo Miguel Beltrán, campesino de 62 años a quien le preocupa qué pasará cuando bajen los niveles de agua. “La tierra estaba yerma y la gente tenía hambre”.
En esta parte de Perú, el cambio climático ha sido una bendi-
ción, pero podría convertirse en una maldición. La aceleración en el deshielo glaciar en los Andes ha contribuido a la irrigación y cultivo de más de 40,000 hectáreas de tierra desde los años 80.
Sin embargo, la bendición es temporal. El flujo de agua ya está disminuyendo a medida que el glaciar desaparece, y los científicos estiman que para el 2050 gran parte del casquete de hielo habrá desaparecido.
Aquí en Perú, el Gobierno irrigó el desierto y lo convirtió en tierra de cultivo mediante un proyecto de 825 millones de dólares que, en unas décadas, podría estar bajo una seria amenaza.
“Estamos hablando de la desaparición de torres de agua congelada que han mantenido a enormes poblaciones”, dijo Jeffrey Bury, profesor en la Universidad de California, en Santa Cruz, que estudia los efectos del deshielo glaciar en la agricultura peruana. “Esa es la gran pregunta relacionada con el cambio climático en este momento”.
Durante mucho tiempo un clima cambiante ha acosado a Perú. Una civilización pasada, el pueblo moche, construyó ciudades en los mismos desiertos, sólo para colapsarse hace más de mil años después de que el océano Pacífico se calentó, matando peces y causando inundaciones repentinas, afirman muchos arqueólogos.
Ahora, la disminución del agua es la amenaza. Si bien más de la mitad de Perú se ubica en la húmeda cuenca del Amazonas, pocos habitantes se establecieron allí. La mayoría habita en la árida costa norte, aislada por la Cordillera de los Andes de gran parte de la lluvia . Aunque incluye a Lima, la capital, y al 60 por ciento de los peruanos, la región contiene sólo un 2 por ciento del abasto de agua del país.
Los glaciares son la fuente del agua para gran parte de la costa durante la temporada seca de Perú de mayo a septiembre. Pero el casquete de hielo de la Cordillera Blanca, durante mucho tiempo un suministro de agua para el proyecto de irrigación Chavimochic, ha decrecido en un 40 por ciento desde 1970 y se retrae a un ritmo cada vez más rápido. Está retrocediendo unos 9 metros al año, dicen los científicos.
El deshielo del casquete ha expuesto tramos de metales pesados, como plomo y cadmio, que estuvieron atrapados bajo los glaciares durante miles de años, afirman los científicos. Ahora se filtran en el suministro de agua subterránea, tiñendo corrientes enteras de rojo, matando ganado y cultivos, y volviendo al agua imbebible.
Las temperaturas en esta área han subido marcadamente, lo que lleva a cambios extraños en los ciclos de cultivos, dicen los campesinos. En la última década, el maíz —que desde épocas prehispánicas era sembrado sólo una vez al año en las montañas— ahora puede ser cosechado en dos ciclos, a veces en tres.
Eso sería como dinero caído del cielo, dijeron los campesinos, si no fuera por todas las plagas que ahora prosperan en el aire más cálido.
El proyecto Chavimochic, que se ubica justo al norte de donde el río Santa desemboca en el océano Pacífico, es una joya de la corona de la agricultura e ingeniería civil peruanas.
El Gobierno se propuso crear una agricultura a escala mundial en los desiertos norteños de Perú mediante un enorme sistema de esclusas y canales. Los partidarios de la idea prometieron ganancias mediante exportaciones a mercados de Norteamérica, Asia y Europa, donde las temporadas de frutas estaban invertidas.
La primera etapa del proyecto inició en 1985 con un canal de 80 kilómetros que irrigaba un valle y dio lugar a una enorme planta hidroeléctrica, que proporciona electricidad a los residentes.
A principios de los 90, Perú inició una segunda etapa, que irrigaba dos valles más y creó una planta de tratamiento de agua que servía al 70 por ciento de la población circundante.
En total, más de 40,000 hectáreas de desierto fueron introducidas al cultivo.
Entre los inversionistas estaba Rafael Quevedo, un adinerado hacendado peruano que empezó a comprar tramos áridos tras estudiar técnicas hidropónicas del desierto en Israel. Su propuesta era sencilla: con suficiente agua y fertilizante, era posible cultivar espárragos directamente en la arena.
“Hemos iniciado un nuevo capítulo en la historia del cultivo”, dijo Quevedo, que dirige una compañía agrícola llamada Talsa.
Las moras aquí crecen cinco veces más grandes que las moras de tamaño normal antes de ser enviadas a China, donde son apreciadas por su tamaño. Una forma de espárrago blanco, preferido por los europeos, es cultivado sepultando los tallos en la arena. Un depósito de agua fue creado de una duna.
Sin embargo, en el nacimiento del río Santa, en la ciudad montañosa de Huaraz, César Portocarrero, un climatólogo peruano, ve problemas que se avecinan para quienes están río abajo.
La temperatura en el sitio de los glaciares subió entre 0.5 y 0.8 grados centígrados de los años 70 a principios del siglo 21, causando que los glaciares de la Cordillera Blanca duplicaran el ritmo de su retraimiento en ese periodo, indicó Portocarrero.
Varias veces al año, él y otros científicos recorrían a pie los valles glaciales, donde encontraron secciones completas desaparecidas del casquete de hielo.
Un estudio del 2012 realizado por científicos de EE.UU. y Canadá arrojó que el flujo de agua en el río Santa estaba disminuyendo y que a los índices actuales, el río podría perder el 30 por ciento de su agua durante la temporada seca de Perú.
“Cada año hay menos agua; cada día hay menos agua”, señaló Portocarrero.
El Gobierno ha batallado para ofrecer soluciones. Una propuesta intentaría recoger los escurrimientos pluviales de los Andes durante la temporada de lluvias en una gran presa. Pero la construcción en la presa era encabezada por Odebrecht, compañía constructora brasileña que admitió haber pagado 800 millones de dólares en sobornos por toda Latinoamérica.
La presa ahora está “completamente paralizada”, dijo Miguel Chávez Castro, director del proyecto.
Mientras tanto, los planificadores aquí siguen presionando por una mayor irrigación. Ahora tienen puesta la vista en tramos desérticos más al sur para un nuevo canal de 130 kilómetros que suministraría agua, al menos por ahora, a otras 20,000 hectáreas de desierto.
Cuando Odar Gómez se dirigió a Chavimochic para buscar trabajo en 1997, era apenas la tercera persona que lo hacía de su empobrecido pueblo montañoso, donde muchos sembraban maíz.
Fue el inicio de una ola migrante de la ladera a la costa provocada por el arribo del agua.
Virú, un pueblo costero, pasó de una población de 9,000 en los años 90 a 80,000 en la actualidad.
“En mi pueblo ahora hay casas vacías donde familias completas se han ido”, dijo. “Chavimochic fue nuestra salvación”.
Incluso la reducción más ligera en el flujo del río Santa causa alarma aquí. La planta hidroeléctrica proporciona ahora energía a 50,000 personas; el agua tratada del río abastece a 700,000 personas.
“En los años venideros, estaremos peleando por el agua”, dijo Gómez.