¿Fue saboteada Clinton por periodistas?
Matt Lauer, igual que Charlie Rose y Mark Halperin antes que él, es un periodista que se quedó sin empleo después de que su patrón lo despidió por acosar sexualmente a sus colegas mujeres. Es una buena noticia que ahora se apliquen sanciones reales a los hombres que acosan —después de siglos de que el costo recayera en su mayoría sobre las mujeres que sufren el acoso. Pero el acoso sexual, y el sexismo en el que se basa, involucra más que acosadores y acosados; cuando los acosadores son hombres con micrófonos estridentes, su misoginia privada tiene consecuencias públicas de gran alcance.
Muchos de los periodistas que han sido acusados de acoso sexual estuvieron en la vanguardia de la cobertura de la contienda presidencial entre Hillary Clinton y Donald Trump. Lauer entrevistó a Clinton y a Trump en el foro oficial “Commander-in-Chief Forum”, para la cadena televisiva NBC. Interrumpió a Clinton con preguntas frías, agresivas y condescendientes hiperenfocadas en sus correos electrónicos, sólo para hacer preguntas sencillas a Trump y tratarlo con compañerismo amable media hora después. Halperin y Rose sentaron gran parte del discurso político sobre la contienda. Rose, después de la elección, adoptó un tono similar al de Lauer con Clinton —al hablarle con condescendencia, interrumpirla y retratarla como poco confiable. Halperin fue un duro crítico de Clinton, al pintarla como implacable y corrupta, al tiempo que se mostraba sorprendentemente benigno con Trump.
Un tema generalizado en la cobertura que hicieron todos estos hombres de Clinton fue que era deshonesta y antipática. Estas acusaciones recientes sugieren que quizás el problema no era que Clinton fuera poco sincera o que fuera inherentemente difícil conectarse con ella, sino que estos hombres en particular tienen prejuicios arraigados contra mujeres que buscan poder, en lugar de apegarse a su estatus correspondiente de objeto sexual.
La contienda presidencial del 2016 estuvo tan cerrada que cualquiera de media docena de factores sin duda influyó en el resultado. Pero cuando una de las candidatas más calificadas para la Presidencia en la historia de Estados Unidos y la primera mujer que se acerca a la Oficina Oval pierde ante un oponente que no había dedicado ni un nanosegundo de su vida al servicio público y quien realizó una campaña abiertamente misógina, es difícil concluir que el género no jugó un papel. Por argumentar esto, las feministas han sido criticadas, al decírseles que Clinton, no su género, fue el problema y que sus partidarias votaron con sus vaginas en lugar de sus cerebros.
Las acusaciones más recientes sugieren que quizá muchos de los hombres de alto perfil en los medios que cubrían a Clinton y Trump fueron los que pensaron con sus genitales. Trump fue famosamente acusado de múltiples actos de acoso y agresión sexual y fue captado en una grabación cuando se jactaba de su proclividad para toquetear a mujeres. El hecho de que varios de los hombres que cubrían la contienda —y moldeaban la forma en que los electores entendían a los candidatos— aparentemente se comportaban en formas igual de abominables pone en duda no sólo su objetividad sino también su habilidad para cubrir la historia con seriedad.
El acoso sexual a manos de periodistas políticos también muestra cómo es que demasiados de estos hombres ven a las mujeres en general. Los periodistas en cuestión son acusados de una variedad de conductas, algunas más graves que otras. El tema común es un hombre en posición poderosa que veía a las mujeres a su alrededor no como colegas competentes o siquiera como seres humanos soberanos, sino como objetos sexuales a los que podía hacerles proposiciones sexuales para levantar su ego o humillarlas para alimentar su deseo de dominación.
Es difícil ver la cobertura que realizaron estos hombres de Clinton y no ver atisbos de ese impulso para mantener a las mujeres en una posición subordinada. Cuando los hombres convierten a las mujeres en objetos sexuales, las mujeres que quedan dentro de esa definición son unidimensionales, mientras que aquellas fuera de ella se vuelven desechables; las que se niegan a que las desechen, las que no dejan de insistir en ser vistas y escuchadas, son inconvenientes en el mejor de los casos y arpías deshonestas en el peor. Así es como algunos trataron a Clinton.
Este momento no tiene que ver con hombres confundidos. Se trata de una minoría de hombres que deciden tratar a las mujeres como objetos sexuales andantes o como molestias fastidiosas. Se trata de una mayoría que se hace de la vista gorda ante todo tipo de mal comportamiento en los hombres, porque asumen que los hombres tienen derecho a comportarse mal, pero aplican un estándar diferente con las mujeres. Por eso es que resulta tan indignante que acosadores sexuales sentaran el tono para gran parte de la cobertura sobre la mujer que esperaba convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos.
Estas narrativas de “Hillary Deshonesta” promovidas por Lauer, Halperin y otros moldeó de forma indeleble la elección y, en sí mismas, se basaban en género: Hillary Clinton como una bruja de risa malévola, Hillary Clinton como una mujer de la que era fácil desconfiar porque también era una mujer que buscaba poder, y ¿qué tipo de mujer hace eso? Trump enfatizó esta caricatura como parte de su campaña sexista, pero no la inventó. Ni tampoco fue el único hombre famoso que la perpetuó.