Trump, Putin y la Revolución Rusa
El 2017 ha sido fenomenal para nosotros, los especialistas en Rusia y la Unión Soviética, que entre los puertorriqueños no sumamos a más de cinco. No solo la saga a lo James Bond, de espías y nuevas guerras frías hacen de esta área de estudios una más pertinente en la política norteamericana, sino que durante el transcurso del año las principales ciudades del mundo han sido escenarios de múltiples actividades culturales y académicas con motivo del centenario de la Revolución Rusa.
Dando inicio en febrero de 1917 con la abdicación del zar y tomando un giro aún más dramático con la revolución Bolchevique en noviembre de ese mismo año, esos eventos que marcaron el siglo XX, irónicamente siguen moldeando los medios con la consigna, The Reds are coming!
Por nuestra parte, ya colaboramos al debate con nuestra versión de dictador soviético en la isla, en la figura elegante de “Natasha” Jaresko y su Soviet o la Junta de Control Fiscal, indicio de la era Trump que empezó hace un año con su elección como presidente de Estados Unidos y que ya se cataloga como el mayor triunfo del estado ruso en el siglo XXI.
Entre periodistas y analistas existe mucha dificultad en diferenciar a Rusia de la Unión Soviética y a Vladimir Putin de Stalin. Pero sí hay ciertas distinciones que vale la pena mencionar. Primeramente, la Rusia que gobierna Putin ama la Ciudad de Nueva York en Navidad y, en cualquier otro día del año, paga sumas extraordinarias por vestirse de lujos con marcas importadas de la metrópolis capitalista, y admira los diplomas escritos en inglés.
Eso no quita un sentido importante de nacionalismo ruso que ha venido despuntado en la última década, ni los ánimos vengativos que se observan en comentaristas y grupos de derecha en Moscú que culpan a Washington por la crisis económica de los noventa. La debacle social en que sucumbió esa sociedad gracias al paladín del dólar, Yeltsin, sigue siendo un reproche en el corazón ruso hacia el pueblo de la Coca Cola, la democracia importada y sus políticas neoliberales. Aunque, a decir verdad, ese desasosiego no compara con la furia mediática que vemos a diario en las principales cadenas de noticias sobre la interferencia rusa en las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el denominado, mal de todos los males, Putin.
A veces sorprende en ese análisis de expertos, los poderes sobrenaturales que se le adjudican al líder de la tierra del vodka y el caviar, ignorando que en materia eleccionaria, las interferencias siempre han sido el plato favorito en la mesa de los grandes estados. También cabe destacar que acá echan por la borda a los millones de electores que respondieron al mensaje de Trump y que no siempre se pueden despachar como locos, racistas e intransigentes.
Pero en este año fenomenal, la culpa es rusa y Trump un enviado Bolchevique. En la historia existen coincidencias, pero que la investigación de Robert Mueller, las confesiones de Michael Flynn y las acusaciones a Paul Manafort, se den todas en el marco de este centenario, no deja de ser una casualidad que sorprende. Si algo es importante mencionar sobre aquella revolución, es que muchas veces los nuevos líderes son reflejo de un cansancio y una desesperanza del ciudadano promedio con las autoridades de turno.
Lamentablemente, Trump, como ya han analizado muchos en la prensa europea, es un producto muy americano, que refleja un genuino descontento con el progreso económico del país. De igual forma, la ultraderecha que monopoliza debates en toda Europa del Este y en la Ucrania de Jaresko, es sintomática del fracaso de la globalización y la libre competencia con el enriquecimiento de unos cuantos. Al menos, ese es el discurso que ha explotado la oposición exitosamente, que ha dado pie a una ola de xenofobia muy peligrosa.
La designación de Jaresko en 2014 como Ministra de Finanzas en el recién inaugurado gobierno ucraniano, por órdenes del entonces vicepresidente Biden, tenía el propósito de encaminar el país por la dirección fiscal correcta y administrar los millones provenientes de Washington. Su designación no fue vista con buenos ojos por grupos opositores ni la prensa en Rusia, quien la catalogó como una espía americana al servicio de intereses enemigos.
No cabe duda que el triunfo de Lenin hace 100 años y la fundación de la Unión Soviética tuvieron gran repercusión a nivel mundial y definieron en gran medida el rumbo del siglo XX. Sin embargo, ver en las primeras planas de los periódicos de 2017, la conspiración rusa y su amenaza en el porvenir de una potencia mundial como Estados Unidos, nos recuerda titulares muy parecidos en la prensa europea de 1917. En definitiva, un año fenomenal repleto de actividad cultural y sorpresas en el ámbito político que colocan nuevamente a Moscú en el centro del debate y a Vladimir Putin, en una figura que aparentemente, empieza a definir rumbos en este siglo XXI.