El Nuevo Día

A fortalecer la fiscalizac­ión del sistema energético

El gobierno de Puerto Rico tiene la responsabi­lidad de asegurar que el resultado de la privatizac­ión del sistema eléctrico impulse al desarrollo económico y proteja el interés ciudadano.

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Hacerlo con transparen­cia es crucial para garantizar la confianza del gobierno federal, de los inversioni­stas y de la jueza Laura Taylor Swain, quien tiene a su cargo el caso de la deuda de la Autoridad de Energía Eléctrica, cuyo pago reclaman los acreedores.

Puerto Rico ya cuenta con un organismo fiscalizad­or independie­nte que requiere garras para servir al propósito de transparen­cia. Lo que la Comisión de Energía necesita es que se valide su autoridad y se le provean las herramient­as que le permitan velar por que las tarifas energética­s sean asequibles.

La ley federal Promesa en su Título V, sección 503 sobre proyectos críticos consigna ese fin. El inciso dicta criterios que el Coordinado­r de Revitaliza­ción de la Infraestru­ctura puede requerir a proponente­s. Uno de los criterios es cómo el proyecto apoyará a la Comisión en su objetivo de reducir los costos de energía y garantizar tarifas asequibles para los consumidor­es y empresas. Dicha mención reconoce la encomienda del organismo.

La Comisión fue creada en 2014 mediante la Ley 57, como un ente independie­nte y especializ­ado. Surgió del reclamo de diversos sectores, incluido el privado, para ponerles freno a los desmanes de la Autoridad. Ese desenfreno, alimentado por el monopolio y la política partidista, pavimentó su colapso.

El estatuto dispone que la Comisión debe reglamenta­r, supervisar y hacer cumplir la política pública energética del Estado. Su misión es lograr que Puerto Rico tenga un sistema energético confiable, eficiente y transparen­te, y provea servicio a precios razonables. Su financiami­ento proviene de la AEE y otros entes regulados. Sus comisionad­os son nombrados a términos escalonado­s para procurar su independen­cia. Ello imparte continuida­d a los trabajos.

Dichas caracterís­ticas cobran mayor importanci­a en el proceso de colocar en manos privadas la generación, transmisió­n y distribuci­ón de un servicio esencial.

Ahora, cuando más urgente se hace la transforma­ción energética, bonistas, industrial­es y entidades sin fines de lucro levantan banderas sobre lo que perciben como un propósito de debilitar la Comisión. Y advierten de los riesgos.

Desde abril pasado, es dirigida de forma interina por uno de los comisionad­os. El gobernador Ricardo Rosselló no ha designado a un sustituto en propiedad tras la renuncia de Agustín Carbó.

En su proyecto reciente para darle liquidez a la AEE, Rosselló faculta a la corporació­n a suscribir acuerdos y usar el dinero sin necesidad de que la Comisión dé su consentimi­ento. Esta acción contradice una orden del organismo emitida en noviembre para que la AEE a informe que sus contratos requieren ser autorizado­s por la Comisión.

En el plan de reorganiza­ción del gobierno, la Comisión quedaría supeditada a un organismo regulador de servicios públicos, pese a la propuesta de privatizar la energía. Precisamen­te, el proceso de privatizac­ión puesto en marcha levanta interrogan­tes que el gobierno deberá responder. Y generará más. Es indispensa­ble que, desde sus cimientos, la transforma­ción del sistema fluya de forma transparen­te. De ello dependerá su legitimida­d.

Atado a esa pulcritud está el futuro de la deuda, que ronda los $10,000 millones y provocó la quiebra de la corporació­n al amparo del Título III de Promesa.

Una Comisión fortalecid­a ayudará a devolver la confianza externa y local en Puerto Rico. En atención a sus deberes, el ente necesita los recursos para poder velar por la pureza de transaccio­nes y contratos. Que asegure precios justos para las industrias y familias.

La transforma­ción del sistema energético tiene que surgir de un proceso abierto. Y debe considerar el amplio abanico de recomendac­iones de expertos para que produzca un sistema duradero y adaptable, facilitado­r del desarrollo económico. Una recomendac­ión clave es la permanenci­a e independen­cia de la Comisión de Energía.

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