Buscapié
Están derramándose por los titulares y los comentarios de analistas de radio y televisión. Son nuevas que son viejas y que duelen por tantas razones. Son las noticias de una realidad que no comienza ahora, pero que incrementa en números e intensidades imposibles.
Una mujer fue asaltada en plena auropista, decía el titular, y la noche anterior una amiga describía cómo, frente a su casa, moría otra mujer, después de un asalto. La Policía tardaba, y se preguntaban los vecinos si había agentes disponibles.
La violencia de esa noche se transformaba en discusiones sobre el "blue flu" y los dineros que le deben a los policías y el plan de retiro que se perdió en un pasado.
Y los maestros sin retiro y algunos sin escuelas donde enseñar y la quiebra y las promesas que no se pueden cumplir.
Cada conversación que impulsa una noticia ya viene con tanta carga de impotencia, quizás en el momento menos adecuado para sentir en la piel y los cuerpos y las ganas esa impotencia.
Pero ahí está y no desaparece la acumulación de penas que se manifiestan sin cesar. No tiene que ver con el presente, pero el presente la complica porque en décadas nadie nunca nada ha hecho. Y en el momento de reconstrucción del país el pasado pesa más que nada.
Y las preguntas, una secuencia que las noches y las noticias traen, se repiten. ¿Dónde está verdaderamente alojada la angustia de una isla que se retoma y se renueva en medio de esta depresión colectiva y de estos deseos de acabar con la tristeza?
Se delata en las mañanas el espejismo de la alegría y la elemental decisión de no ver, no notar, no enterarse de las cosas. Y es imposible. El ciclo continúa con la puesta del Sol, cuando la oscuridad se detiene y da paso a las voces que vuelven a decirnos que ya pronto todo estará como estaba o mejor de lo que estaban.
Y es imposible, con las nuevas que se atan a las viejas, mantener con optimismo una vana ilusión.