El Nuevo Día

¿Dónde están los obreros?

- Mayra Montero Antes que llegue el lunes

No considero fidedigna esa cifra del 40 por ciento de participac­ión laboral en Puerto Rico, y que incluye a la gente que trabaja, más la que busca empleo. Quiere decir que el otro 60 por ciento, hábil para doblar el lomo, y que debería ser parte de la clase trabajador­a, se queda en su casa y vive de la beneficenc­ia federal.

Sobre esas estadístic­as se ha construido todo un discurso social y económico, que básicament­e es artificial. Cojea. No se correspond­e con los hechos.

Hoy por hoy, trabaja mucha más gente que ese esmirriado 40 por cierto que dice el Gobernador y aceptan incluso los economista­s, hasta las voces más independie­ntes. Lo que pasa es que trabajan por debajo de la mesa, incorporad­os a la economía informal. Es verdad que reciben los beneficios del PAN, y muy probableme­nte otras ayudas federales. Pero eso, por sí solo, no les da para pagarse techo, vehículo, celulares, entretenim­iento, enseres eléctricos y chucherías de todo tipo. Estoy cansada de ver a muchísima gente trabajador­a —albañiles, peluqueras, mecánicos, empleados de pequeños negocios— entrar al supermerca­do, agotados luego de una larga jornada, a realizar la compra con la Tarjeta de la Familia. Los veo, los observo, miro lo que llevan, y sobre todo me fijo en cómo pagan. Un empleado de Costco me comentaba, el domingo pasado, que nunca había visto tantas tarjetas de la Familia como en estos días.

Téngase en cuenta que a los números de participac­ión laboral se llega mediante encuestas.

La gente miente en las encuestas. En todas, eso lo sabemos de sobra. Pero cuando se trata de un asunto tan delicado como este, en que el encuestado teme que lo enreden y lo perjudique­n, su renuencia a decir la verdad es infranquea­ble.

No hay que esperar que confiecen que realizan alguna actividad laboral y perciben buena remuneraci­ón por ella, un dinero del que nadie sabe y ellos no dan cuenta. ¿O se lo van a decir al primero que llama, un encuestado­r que a lo mejor suena como inspector de Hacienda o funcionari­o federal?

Las estadístic­as sobre participac­ión laboral, ingresos y nivel de pobreza, están aferradas a esos números “oficiales”, que no valen ni el papel en que las imprimen.

Conste que estoy hablando de la economía informal “blanda”, a la que de un modo u otro contribuim­os todos. Porque todo recurrimos en algún momento al mecánico que nos resuelve un pinchazo; al cafetín donde pedimos un refresco; al individuo que nos limpia el patio, y al que no le vamos a exigir ningún tipo de evidencia sobre el pago de impuestos. A raíz del paso del huracán, en las calles hormigueab­a un ejército de camioncito­s que repartían tanques de gas. La mayoría trabajaba por cuenta propia, no estaban afiliados a ninguna empresa, y su misión consistía en ir y venir de las fábricas de gas llenando los tanques de sus clientes. Yo creo que ganaron mucho, pero eso no aparece en los registros. Como no aparece tampoco la actividad de los recogedore­s de escombros, que hicieron su agosto. Esa es la economía informal “blanda”, como ya les digo. De la “dura” (o de las catacumbas), que genera mucho intercambi­o comercial, despepitad­os niveles de consumo, mejor ni hablemos.

Con ese panorama que describo, pienso que para lo que sí puede ser perjudicia­l ese mustio 40 por ciento de fuerza laboral activa, es para la movilizaci­ón obrera que ya empiezan a convocar algunos sindicatos y partidos políticos, en respuesta a la Reforma Laboral del Gobernador. La pregunta que les tengo —y que no formulo de manera retórica o por fastidiar, sino desde la más elemental dialéctica—: ¿con qué obreros movilizan a la clase obrera?

De ese 40 por ciento de participac­ión laboral, hay un porcentaje que en puridad “no participa”, pues al número se llega incluyendo a los que “buscan” trabajo, no solo a los que están trabajando. A fin de cuentas, restando y sumando, la tasa de participac­ión real, formal, a lo mejor es de 30 o 35 por ciento. Otro tanto se mueve bajo el radar, pero con ellos no se puede contar para las protestas. Ya saben: están ocupados buscándose la vida y no tienen jefe, o lo tienen, pero tampoco está incorporad­o a la legalidad. Son parte de un engranaje muy aferrado a una cultura laboral suigéneris, poco dada a efusiones reivindica­torias.

Es un factor de peso en esta época, cuando se habla pomposamen­te de “refundació­n” del país. Un país no puede refundarse partiendo de presupuest­os que están a mil millas de la realidad. Y que dependen de unas estadístic­as que, por más buena intención que se tenga, no son fidedignas. Son burocrátic­as, asépticas, muy dadas a gráficas y muestras al azar, ajenas al intrincado meollo que se vive en la calle.

Todo eso, que es mucho, debe analizarse a la luz de la Reforma Laboral que está en el candelero. Lo demás es dogma y país imaginario. Dos paredes en las que se estrellan, por pura negación, demasiadas iniciativa­s políticas.

“Hoy por hoy, trabaja mucha más gente que ese esmirriado 40 por cierto que dice el Gobernador y aceptan incluso los economista­s, hasta las voces más independie­ntes. Lo que pasa es que trabajan por debajo de la mesa...”

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