Aspiran a un techo seguro
Once miembros de una familia viven en estructuras débiles e improvisadas luego de perderlo todo
JAYUYA.- En una pequeña casucha que construyó con los tablones de madera y las planchas de cinc que logró rescatar de los alrededores del terreno familiar,
Héctor M. Vargas Ambert cuida de su madre septuagenaria y su hermano mayor, que tiene múltiples condiciones de salud y vive postrado en cama.
Fotos familiares en marcos con bordes de colores metálicos cuelgan de las paredes de la pequeña estructura que levantó hace unos meses, luego que el huracán María destruyera el pequeño apartamento donde vivía junto a su hermano Juan Manuel y su madre, María Ambert. Un abanico rosado se mantiene encendido entre el cuarto y una pequeña cocina improvisada; funciona gracias a las placas solares que una organización sin fines de lucro les donó.
“Después que ellos estén bien, yo no importo”, expresó Héctor, quien se ha dedicado a cuidar a su hermano desde que pudo cogerlo al hombro.
El ciclón, que azotó con fuerza el cerro donde viven en el barrio Mameyes, destruyó además la casa de su otro hermano, Luis, a pasos de donde duermen ahora. La casa de Luis perdió el techo y el balcón, un árbol de mangó cayó sobre la estructura y ahora él, su esposa y sus seis hijos duermen en colchones tirados en la sala de la casa.
El escenario es mejor que el que vivieron los 11 miembros de esta familia en las semanas tras el paso del ciclón, luego que tuvieron que salir de la casa del familiar donde pasaron el huracán. Luis y sus hijos llegaron a su casa a pie, brincando sobre árboles caídos y hundiéndose hasta la cintura en el fango, narró una de sus hijas, Gelymar Vargas.
Con sus hogares destruidos, todos se metieron en el esqueleto de una residencia que intentan construir hace unos años para doña María con la ayuda de feligreses de una iglesia a la que asisten, relató Héctor. Ante la falta de techo y ventanas, a la casa le pusieron planchas de cinc y vivieron más de tres meses durmiendo en el piso, hasta que pudieron reparar algo de las residencias destruidas, añadió.
“Esa casa no está empañetá, así que el polvo estaba por todos lados, se me metía por la boca. Yo despertaba blanca, blanca por el polvo”, indicó doña María, quien el día de la entrevista tenía puesta una máscara quirúrgica. Batallaba con un catarro y quería evitar que se le pegara a Juan Manuel.
Relataron que, en los últimos meses, la ayuda que han recibido ha sido de iglesias y de organizaciones sin fines de lucro que han llegado hasta Jayuya para dar la mano. Pero todo ha sido lento, narró Héctor.
En los momentos más difíciles, sus plegarias no giran en torno a que Dios provea una casa segura o por mayores posesiones.
“Yo le pido a Dios que nos lleve a los tres a la vez. Yo pienso en qué sería de la vida de mi madre, de mi hermano, si yo muero antes, y no puedo”, relató Héctor.
Luis reconoce el impacto que han tenido en su salud mental los obstáculos que encaran, al narrar cómo sus hijos lo han ayudado a superar la depresión.
Hace apenas un mes que Luis recibió la asistencia económica de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés). Luis se encarga él mismo, con la ayuda de unos muchachos de la zona, de reconstruir su casa. Héctor y su madre no recibieron nada, ni siquiera las ayudas de emergencia para adquirir alimentos ni asistencia para alquilar una vivienda temporera.
El problema radica en que el título de propiedad del terreno está a nombre del padre de la familia, quien ya falleció. Con la asesoría de organizaciones sin fines de lucro, doña María y sus hijos redactaron una carta en la que establecen la sucesión de herederos de terreno. La semana pasada, recibieron la noticia de que FEMA había aceptado la carta como evidencia de titularidad y daría paso a la reconstrucción de las viviendas.
“He visto tantas injusticias en estos meses. A la gente pobre se le deja en el olvido, y las cosas no son así” MARÍA AMBERT RESIDENTE DEL BARRIO MAMEYES DE JAYUYA