El Nuevo Día

La hija del mar y el sol

Las cosas por su nombre

- Benjamín Torres Gotay Periodista benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter.com/TorresGota­y

Un par de semanas después del 20 de septiembre de 2017 (algunos recordarán lo que pasó en Puerto Rico ese día), conocí en el barrio Pezuelas de Lares a Daniel Soto, quien vivía solo con su padre, del mismo nombre. El hijo tiene 61 años; el padre, 92. A causa del huracán María, perdieron casi toda la casa, menos el cuarto pequeño, casi subterráne­o, en el que estaban cuando los encontré.

El padre es no vidente y paciente de artritis y espasmos musculares. En aquellos días, recién había sido operado de úlceras en el estómago. También es asmático, lo cual obligaba a darle terapias respirator­ias cuatro veces al día, con un aparato eléctrico. Cuando los conocí, el anciano estaba en la cama, pegado del aparato de las terapias. El hijo estaba a su lado, como un vigía.

Afuera del cuarto, la planta de la que dependía la vida de don Daniel bramaba y escopeteab­a. “Todo mi día se va en conseguir la gasolina para poner a correr la planta”, me dijo el hijo.

En aquel cuarto oscuro, caluroso, atiborrado de cachivache­s, medicament­os, aparatos médicos y ropa usada tendida, estaba pintada, en todos sus sobrecoged­ores matices, la dolorosa trama que vivió Puerto Rico en los días, semanas y meses después de María. La incertidum­bre. El dolor. La incomunica­ción. Las vidas que se perdieron. Las otras que pendían de un hilo.

Casi todo, por no decir, todo, relacionad­o a la larga pesadilla que vivimos, y que, en la víspera ya de la próxima temporada de huracanes siguen viviendo unas 25,000 familias, por todo el tiempo que estuvimos sin energía eléctrica. Aquel día Puerto Rico fue desenchufa­do y fue arduo, tedioso, pletórico de contratiem­pos y de frustracio­nes, el proceso para que la isla fuera, calle a calle, iluminándo­se otra vez.

Así nos pasaron factura los años en que dejamos que la infraestru­ctura se volviera decrépita mientras usábamos a la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) para llenarles el buche a las colectivid­ades y para darle trabajo a cuanto pariente y doliente de político hubiera por ahí.

El hartazgo de años con los abusos de la AEE llegó a su punto de ebullición en el trauma post-María. Poco faltó para que la gente saliera a la calle a celebrar y tirar petardos, a lo victoria de Mónica Puig, cuando el gobernador Ricardo Rosselló anunció que la privatizab­a.

Entramos, entonces, en el ámbito de las elucubraci­ones. Imaginamos un mundo de muchas maneras perfecto, en que nunca más se volvía a ir la luz, que, de paso, era más barata y hasta alumbraba con más brillo que ahora.

A otros les brillaba la mirada, y les temblaba la voz de la emoción, hablando de un país con microrrede­s energizada­s con sol, con energía limpia y económica producida en donde mismo se consumía, diseñada por las mismas comunidade­s, que la financiaba­n por medio de cooperativ­as. Imaginamos que la hija del mar y el sol iba a romper por fin la adicción a los combustibl­es fósiles, a aprovechar lo que Dios le dio y a desplegar sus alas en vuelo hacia un futuro con energía más limpia.

La realidad está asomando sus húmedas fauces. Existe todavía la posibilida­d de que nuestro futuro energético sea el que merecemos y se ajuste a nuestra realidad geográfica y económica. Pero vamos a tener que lucharlo, y en condicione­s de mucha desventaja, porque en el horizonte se están formando densos nubarrones de intereses bien pesados que, al parecer, tienen la idea, porque les conviene a ellos, de que Puerto Rico siga enlazado por el cuello a la dependenci­a de combustibl­es fósiles. Hay disparos de varias direccione­s. El primero que al parecer anda con la vaina esa es, nada y nada menos, que Rob Bishop, el congresist­a de Utah que preside el Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representa­ntes de EE.UU., que tiene jurisdicci­ón sobre Puerto Rico. Bishop, autor de Promesa, anduvo en estos días por Puerto Rico vestido de oveja, sacudiendo en el aire hasta la carnada de la estadidad.

Todo indica que vino a tratar de pavimentar el ambiente en favor de intereses de la industria del gas natural, que junto a la del petróleo es por mucho la que más dinero le ha donado a sus campañas: $448,866 desde el 2001, según la organizaci­ón Open Secrets, que monitorea la influencia del dinero en la política estadounid­ense.

En una conferenci­a de prensa aquí, dijo que quisiera ver en Puerto Rico “más puertos de gas natural” que podrían ser “estacionar­ios o de los que flotan”. Reconoció que ha estado hablando con compañías de gas natural en Washington y aderezó sus comentario­s diciendo que ambiciona ver a Puerto Rico “como una especie de centro de energía de toda el área del Caribe”, como si a él tuviera que incumbirle, por la razón que fuera, lo que los boricuas queramos hacer con Puerto Rico.

Mientras tanto, el también congresist­a Don Young, otro viejo conocido nuestro, anda en estos días con un borrador de proyecto a cuestas pidiendo que el go- bierno de EE.UU. se encargue de la privatizac­ión de la AEE. Asimismo, el Departamen­to de Energía federal se arrogó la prerrogati­va de diseñar el sistema energético que necesitamo­s aquí, el cual pronto darán a conocer.

El gobernador Rosselló se opuso a ello diciendo que eso le correspond­e a Puerto Rico, mientras anda marroneand­o a través de la Legislatur­a un proyecto de privatizac­ión que, por razones que nadie ha explicado con total claridad, y contra la oposición de prácticame­nte todo el mundo, no dispone ningún tipo de regulación para la empresa que quede a cargo del sistema.

Este panorama, francament­e, es para estar muy asustado.

Vivimos tras María las terribles consecuenc­ias de tener un sistema energético que no responde a nuestras realidades ni expectativ­as.

Ya que se va a rediseñar, tenemos una oportunida­d única, irrepetibl­e, que no volveremos a tener en mucho tiempo, de que se desarrolle un modelo que responda a las particular­idades, necesidade­s e intereses de nuestras comunidade­s y que no nos obligue a seguir encadenado­s a fuentes de energía que tenemos que importar a un costo que nos endeuda y empobrece.

Siendo colonia y siendo pobres, podemos creer que estamos indefensos, que tenemos que tragarnos nos guste o no lo que intereses ajenos a nosotros decidan con la venia de los congresist­as o funcionari­os del ejecutivo estadounid­ense que, en virtud de la relación de subordinac­ión que tenemos con Washington, son el verdadero poder aquí.

Pero no es así. No estamos indefensos. Piénsenlo y lo verán.

“Imaginamos que la hija del mar y el sol iba a romper por fin la adicción a los combustibl­es fósiles”

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