Un pacto de paz más allá de la región de las Coreas
La confirmación de fecha y lugar para la cumbre que encabezarán el presidente de Estados Unidos y el líder de Corea del Norte, el próximo 12 de junio, en un territorio considerado neutral y amistoso para ambas partes, como lo es Singapur, abre nuevas esperanzas de diálogo donde se creían agotadas.
Para los coreanos a ambos lados de la línea que divide el norte del sur, la posibilidad de reunificar a cientos de miles de familias y crear una convivencia pacífica, ha sido su mayor aspiración durante casi setenta años. Para el resto mundo, la promesa de que Corea del Norte abandonará su intensa e impredecible carrera armamentista, es motivo de tranquilidad, sobre todo tratándose de una región tan sensitiva para el equilibrio de Asia. Este continente, hoy por hoy, tiene un enorme peso geopolítico y financiero en el resto del mundo, con énfasis en Occidente.
Muchos esfuerzos se llevaron a cabo desde la contienda fratricida que tuvo lugar de 1950 a 1953. Víctima de las intrigas de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, la península de Corea ha vivido en un constante sobresalto. Las amenazas verbales de bombardeos y catástrofes han sido la orden del día.
En los años noventa se hicieron esfuerzos para adelantar la desnuclearización de Corea del Norte, aprovechando el hecho de que el padre del actual líder norcoreano, Kim Jong-il, intentaba negociar beneficios económicos con Washington, a cambio de renunciar a sus aspiraciones nucleares.
Pero no cumplió con las promesas hechas a los presidentes Bill Clinton y George Bush. El resto de los acuerdos de paz que trató de suscribir más adelante con Corea del Sur, tampoco pudieron cuajar en proyectos de una paz duradera.
Ahora, la integración de un poderosísimo actor, que es nada menos que el gobierno chino, cuyo presidente ha fungido como mediador y coordinador de este acercamiento, contribuye a eliminar el escepticismo.
El esperado apretón de manos que se darán Donald Trump y Kim Jong-un, dentro de un mes, es la culminación de una serie de gestiones que apoyaron vivamente los propios coreanos, y que alcanzaron su clímax mayor durante los Juegos Olímpicos de Invierno, celebrados en febrero pasado en Corea del Sur. El hecho de que en ese evento ambas Coreas desfilaran juntas y compitieran en un mismo equipo —en el caso del hockey femenino— avivó la esperanza de lograr la paz, la prosperidad y la unificación de la península coreana.
Poco después vendría la histórica declaración de Panmunjom, un acuerdo firmado en la frontera por el líder del Norte, Kim Jong-un y el presidente del sur, Moon Jae-in (otro gran propulsor de la paz), prometiendo a los 80 millones de habitantes de los dos países que no habría más guerra. El documento reafirma la voluntad de trabajar en conjunto por la normalización de las relaciones y la desnuclearización de Pyongyang, algo que ha sido un reclamo constante de la comunidad internacional.
El gesto de Kim, líder de la República Popular Democrática de Corea, de cruzar a pie la línea de demarcación militar marcó la primera vez que un presidente norcoreano pisaba el sur en la historia del conflicto permanente. Moon hizo lo propio en suelo norcoreano.
Para los miles de boricuas que participaron —un centenar de los cuales perdieron la vida en esa contienda— la desnuclearización y la paz entre los dos países, que en definitiva son uno, equivale a una validación de sus sacrificios.
Por el camino que ha tomado ahora, lleno de madurez y tolerancia, es de esperar que Corea pueda unirse, en breve, al concierto de países asiáticos con un brillante porvenir.