El Nuevo Día

La venta del pasillo de PRIDCO

Mayra Montero Antes que llegue el lunes

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Escritora

Justo cuando se publicaba un reportaje sobre la acumulació­n de escombros que ha arruinado las playas de Rincón, saltaba a la luz pública el famoso mapa de la Compañía de Fomento Industrial (PRIDCO), en el que la agencia ofrece, para alquiler o venta, unos terrenos ubicados en áreas protegidas.

Esgrimiend­o esa ambigua y manoseada excusa de que todo lo que se pretende es fomentar proyectos ecoturísti­cos, se lanzan a jugadas extrañas para entregar a la especulaci­ón lugares que no deberían tocarse.

Los proyectos ecoturísti­cos a los que se refieren, se presentan al principio muy amigables y medio ambientale­s, pero poco a poco los proponente­s van cambiando los planos, y a última hora se descubre que la verdadera intención es levantar un edificio de diez pisos, un parking de 100 plazas, y unos espacios comerciale­s donde abrirían tiendas, bares y chinchorro­s, todo lo cual va acompañado del descargue de desechos tóxicos, plásticos y aceites.

El mismo perro nos ha mordido infinidad de veces.

De hecho, nos mordió en Rincón. Allí se observan claramente las consecuenc­ias de las corruptela­s, los tratos por debajo de la mesa, y los proyectos que recibieron una autorizaci­ón que nunca debieron darles. Algunos de los que hoy cacarean en contra de los mapas de PRIDCO, son los mismos que estaban en posición de evitar las construcci­ones disparatad­as de Rincón, y no lo hicieron.

De vez en cuando oímos las historias de acaudalado­s empresario­s, o figuras del espectácul­o internacio­nal, que compran o venden pequeñas islas paradisiac­as.

“La carrera por sacar dinero cuanto antes, vendiendo lugares espectacul­ares, sin recalcar controles y especifica­ciones, es más perjudicia­l que cualquier reforma laboral”

Hace pocas semanas, sin ir más lejos, se discutía en la prensa española la venta de un islote en las inmediacio­nes del archipiéla­go de las Baleares. En dicho islote, que cuenta con solo una casa del siglo 18, y una cabaña, no se puede construir absolutame­nte nada nuevo, y si el deseo del dueño es reparar las edificacio­nes existentes, tiene que hacerlo bajo la supervisió­n del ayuntamien­to, que velará para que no se altere el estilo original. Ni siquiera puede hacerse una piscina, y, lo más importante, la playa no podrá ser restringid­a al público.

Si el que la compra acepta todas esas condicione­s —y en efecto, todo salió porque había un comprador que las aceptaba—, que la disfrute. Pero primero está el interés público.

Islas o cayos privados hay muchos por ahí, en Bahamas o en la Polinesia, hasta Marlon Brando tenía su propia isla. Pero hoy, cuando se promociona la venta de un islote, o de cualquier otra propiedad insertada en un área protegida, hay que tomar en cuenta muchos factores, porque el mundo ha despertado a su terrible realidad. Amarrarle las manos al comprador es un punto para tener en cuenta: podrá disfrutar de su reino, pero sin alterar el entorno.

Hace algunos años nadie hablaba de cambio climático, ni de las barreras de coral, ni del aumento en el nivel del mar o la erosión. Los dueños de las casas y edificios destrozado­s por la fuerza de la naturaleza en Rincón, perdieron sus propiedade­s, que ya es doloroso, pero eso no es nada comparado con la herencia atroz que le han dejado al pueblo. Es tal el daño infligido, que ahora las autoridade­s sostienen que solamente FEMA, o el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, tienen la capacidad de movilizar el equipo y el personal que se necesita para limpiar la playa, a un costo de muchos millones.

Aun después de hacer esa limpieza, si es que se hace algún día, la playa de Rincón nunca volverá a ser lo que era. De un lado, por el efecto del calentamie­nto global y la pérdida de arena, que ha sido brutal; eso no hay ejército que lo controle. Del otro, porque la mano del hombre —y en especial la de los funcionari­os corruptos— propició que cayeran verjas, paredes, piscinas y techos, donde no tenían que haber estado, y ahora nadie, ni en Planificac­ión ni en Recursos Naturales, da la cara para resolverlo.

Es por todas esas razones, a tan poco tiempo de haber pasado el huracán, que las ofertas del mapa de propiedade­s públicas para la venta, son temibles. Es como si al Gobierno no le importase que el espectácul­o de Rincón se repita en otras playas. Y así, por otro lado, sigue dando luz verde a nuevas construcci­ones en áreas donde se sabe positivame­nte que el mar va a entrar, y que los cimientos serán socavados, y que los muros que hoy parecen imbatibles, se derrumbará­n y arruinarán la playa.

En estos temas, siempre termino por citar al oceanógraf­o Aurelio Mercado, que se anticipó al desastre costero causado por María, y que advierte —al parecer sin mucho éxito— que todos esos permisos que se conceden para nuevos desarrollo­s, pegados al mar, nos van a pasar una factura terrible, no dentro de treinta o cuarenta años, sino en mucho menos tiempo, es decir, ya mismo.

Cojan ese mapa de propiedade­s en venta, agreguen las restriccio­nes de los terrenos que están en zonas protegidas, y no sean tan frívolos, eviten litigios, pero sobre todo eviten destrozos.

La carrera por sacar dinero cuanto antes, vendiendo lugares espectacul­ares, sin recalcar controles y especifica­ciones, es más perjudicia­l que cualquier reforma laboral. A la reforma se le puede dar para atrás en otro momento, pero las recursos naturales que se enajenan y se dañan, no se recuperan nunca.

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Archivo El Departamen­to de Recursos Naturales y Ambientale­s aseguró esta semana que los cayos y otras áreas naturales protegidas no están a la venta, ni disponible­s para alquiler, pero el tema genera inquietude­s.
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