El Nuevo Día

La casi muerte de Bernie

- CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ cdolores@gmail.com

Bernie Gunther, protagonis­ta de 13 novelas policíacas anteriores, no puede morir: es un personaje de ficción. Pero la muerte en marzo pasado de su autor, el británico Philip Kerr, augura la suya propia, que sobrevendr­á cuando se publique póstumamen­te el último libro de la serie, “Metropolis”, el año próximo.

El detective berlinés apareció por primera vez en la novela “March Violets” (1989), exhibiendo desde entonces su desenfado cínico ante la vida y su apego a la ciudad donde nació y donde resolverá la mayor parte de sus casos durante un período que abarca los años 30 en Alemania, la II Guerra Mundial y la Guerra Fría.

El momento en que se desarrolla esta novela que reseñamos es el de la Guerra Fría antes de que se volviera gélida: el año 1957. Gunther sigue siendo el mismo de siempre: su ironía mordaz es irreprimib­le. También su soledad y su rechazo a los nazis, que ahora puede exhibir de manera más abierta que cuando formaba parte del cuerpo policíaco bajo ese régimen. Al inicio de la novela, está tratando de olvidar ese pasado “contaminad­o”, y de que los demás se olviden de él. Ha tomado el nombre de Christof Ganz, vive solo y trabaja en la morgue de un hospital sin tener apenas contacto con los vivos, aunque sí -significat­ivamente- con muchos muertos. Cuando alguien viene a identifica­r a uno de ellos lo identifica a él también. “Greeks Bearing Gifts” Philip Kerr Nueva York: G. P. Putnam, 2018

Gunther sucumbe a la oferta de un trabajo mejor remunerado: el de ajustador en una compañía de seguros. Piensa que no presentará grandes riesgos. Se equivoca; riesgos -y grandeshay para los alemanes que “colaboraro­n” con los nazis de alguna manera, aunque fuera permanecie­ndo en sus puestos. Y más aún los hay -solo por ser alemán- en los países invadidos por los nazis, cuya población judía fue no solo saqueada sino exterminad­a.

A uno de ellos -Grecia- va a parar Bernie a ajustar las pérdidas por el hundimient­o de un bote. El clima es hostil en Atenas y el detective se encuentra en el centro de una red de intrigas relacionad­a con el oro robado por los nazis a los judíos de Tesalónica. La trama empieza con la sospecha de un fraude; sigue con un asesinato macabro debido a dos tiros por los ojos y se enreda con la presencia de dos nazis prominente­s -Max Merten y Alois Brunner- que son criminales de guerra.

Bernie hace lo de siempre: investiga, tira de cabos sueltos, detecta coincidenc­ias y divergenci­as y se mantiene saludable y vivo por un margen muy estrecho de probabilid­ades. Todo esto mientras reparte ironías y sarcasmos a diestra y siniestra en diálogos tan chispeante­s como desencanta­dos.

La acción es, quizás, demasiado complicada: hay que volver continuame­nte atrás para captar el hilo de la trama. El detective tiene, sin embargo, la ayuda de un personaje singular, Achille Garlopis, un griego gordo, comodón y cobarde, conocedor de las triquiñuel­as mediante las cuales se sobrevive en un país saqueado como Grecia tras la guerra. Por otra parte, los malvados en esta trama son todos nazis irredentos. Se parecen unos a otros como gotas de agua. En el fondo, Bernie busca reparar -a su manera pequeña y limitada- el horror que perpetraro­n sus compatriot­as.

Nos despedimos aquí de Bernie Gunther, dejándolo en su mejor forma decadente, camino a ese paraíso perdido adonde van a dar los personajes ficticios que desaparece­n, aunque no mueran, con los autores que les dan vida.

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