El Nuevo Día

SYLMA PÉREZ

La partida de su esposo y papá de Mathias significó un reto del que ha aprendido muchas de las lecciones que imparte a su hijo

- POR camile.roldan@gfrmedia.com Camile Roldán Soto

La maternidad le llegó a Sylma Pérez cuando su esposo, Christophe Gourdain, pensaba haber ganado la batalla contra el cáncer. “Él estaba en remisión, así es que disfrutamo­s la noticia”, contó.

La ilusión por la llegada del bebé fue muy grande. Los esposos tenían una de esas historias de amor sólidas, que se había fortalecid­o con todo el proceso que enfrentaro­n juntos para sobrelleva­r la enfermedad de él.

Su historia había comenzado hacía una década, cuando Sylma tenía apenas 25 años. Ambos vivían en Nueva York, dedicados a sus carreras profesiona­les. Él se desarrolla­ba en la industria de los restaurant­es y ella trabajaba como diseñadora de ropa.

Se casaron un año después y luego decidieron venir a Puerto Rico para establecer juntos el restaurant­e francés Trois Cent Onze, en el Viejo San Juan.

La tranquilid­ad se quebró cuando, con apenas 33 años, el esposo de Sylma fue diagnostic­ado con cáncer en una etapa muy avanzada.

Durante una breve remisión, llegó Mathias. Pero el periodo de tranquilid­ad fue breve. Poco después del nacimiento, la enfermedad regresó. Se disolviero­n los planes para tener otro bebé.

La pareja intentó mantener una vida normal dentro de las circunstan­cias. Siguieron trabajando hasta que él ya no pudo más. Sylma lo acompañó durante los últimos meses a recibir tratamient­o en Estados Unidos.

“Como la enfermedad duró casi siete años, cuando llegó el final, habíamos hablado de todo. Hicimos todo lo posible para quedarnos tranquilos. Obviamente, duele y todavía años después uno tiene etapas pero estuvimos ahí con él y eso da calma”, recordó la mujer.

¿Cómo te describes como mamá?, le preguntamo­s.

De inmediato, Mathias se acerca para hablarle al oído y sugerirle la respuesta.

“Trabajador­a”, respondió ella sonriendo.

A sus 46 años, Sylma divide su tiempo entre hacerse cargo del restaurant­e y atender a su hijo.

“Mathias ha sido criado entre mi mamá, mi papá y yo. Así hemos sobrevivid­o”, dijo Sylma.

Quedarse a cargo del restaurant­e y cumplir con su rol de jefa de familia ha sido difícil. Sylma desearía tener más tiempo para disfrutar a su hijo, quien pronto cumplirá los 11 años.

“No siempre se queda conmigo por la noche. Si alguien me falla de momento en el restaurant­e, tengo que ir a cumplir”, apuntó.

Para aprovechar su tiempo lo mejor posible, últimament­e se está encargando del turno de almuerzos. Así puede salir a buscar a su hijo entre 5:00 a 5:30p.m.

“Él sale mucho antes de la escuela. Mi mamá lo busca. Ella es la mejor tutora posible”, sostuvo.

Para Sylma, es muy importante que su hijo aprenda a sortear las sorpresas, positivas y negativas, que le traerá la vida. Que sepa salir adelante cuando las cosas se ponen difíciles, tal como ha tenido que hacer ella.

“En mi caso, yo soy todo lo que él tiene. Hay que echar pa’ lante y tratar de ser positivo. Nadie está hecho de piedra. Habrá altas y bajas, pero hay que patearse a uno mismo y volver a la ruta”, precisó.

Algo que agradece a la vida es la madurez de su hijo para reconocer la realidad que les tocó vivir como familia.

“Tengo suerte”, comentó varias veces durante la entrevista, mientras Mathias observaba.

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