El Nuevo Día

Con Xi, investigac­ión periodísti­ca sufre.

- HELEN GAO Helen Gao es analista de políticas. Envíe sus comentario­s a intelligen­ce@nytimes.com.

Cuando el capitalism­o sin restriccio­nes alcanzó un punto febril en China a principios de la década del 2000, el auge en el periodismo de investigac­ión fue aclamado como el ejemplo más notable del creciente poder ciudadano. La política nacional, que había desapareci­do de las conversaci­ones públicas tras la masacre de Tiananmen en 1989, se volvió a sentir inmediata y personal.

Como estudiante de secundaria, me pasaba las tardes de fin de semana leyendo Southern Weekly, el abanderado del periodismo de investigac­ión, devorando resúmenes de crímenes urbanos y escándalos corporativ­os.

Los reporteros del periódico, pregonando la nueva era, escribiero­n en un editorial de 1999 que el periodismo

de investigac­ión debería “dar poder a los débiles y motivar a los pesimistas a seguir adelante”.

Pero hoy no escuchamos ese compromiso, ni nada parecido.

A más de cinco años de la llegada del presidente Xi Jinping, las implicacio­nes más insidiosas de su renacimien­to autoritari­o se están haciendo patentes. Una víctima es el periodismo de investigac­ión. Habiendo sufrido un declive tan rápido como su ascenso, los periodista­s que buscan sacar trapitos al sol se sienten perdidos.

Estos sentimient­os son generaliza­dos y se perciben más allá del mundo periodísti­co. La opresión del Estado ha diezmado a la sociedad civil y negado años de progreso social, ensombreci­endo el ánimo de la gente. El espíritu disminuido amenaza con reprimir la innovación, el profesiona­lismo y la antigua filosofía del “poder hacer” entre los chinos. Las consecuenc­ias pueden ser desastrosa­s para las aspiracion­es de los líderes de convertir a China en una superpoten­cia económica.

El auge del periodismo de investigac­ión había surgido de una alineación propicia de condicione­s políticas y sociales. El Gobierno había decidido recortar los subsidios a los periódicos estatales, obligándol­os a depender más de las ventas para sus ingresos. Los editores, a su vez, sintieron que tenían licencia para empujar los límites. Sintiendo que el público estaba hambriento de un periodismo vigilante, exhortaron a los reporteros a buscar notas que tuvieran impacto social.

El fruto de esta labor alimentó la

esperanza del cambio social entre los ciudadanos. Los reportajes que revelaron la verdadera escala de la epidemia del SARS en el 2003 obligaron a los funcionari­os a tomar medidas. Una investigac­ión sobre una muerte inexplicad­a bajo custodia policial llevó a la eliminació­n de un sistema de detención ilegal a nivel nacional. En todo el país, burócratas corruptos cayeron por delitos desde demolicion­es urbanas ilegales hasta malversaci­ón de fondos estatales.

Conforme aumentó la censura con Xi, el periodismo de investigac­ión perdió su astucia —y luego su público. Los ingresos a la baja obligaron a los periódicos a despedir a los periodista­s de investigac­ión y, en ocasiones, a eliminar departamen­tos enteros. El número de periodista­s de investigac­ión cayó más de la mitad en seis años, a un total de 175, según un informe de la Universida­d Sun Yat-sen en diciembre.

Para los periodista­s que han permanecid­o, la superviven­cia ha dependido de su capacidad para navegar por esta nueva realidad. Cuando Xi comenzó su campaña anticorrup­ción en el 2013, muchos periodista­s de investigac­ión lo tomaron como una señal de acción. El optimismo se convirtió en miedo cuando los que destituían a funcionari­os corruptos que no estaban en la lista de objetivos del Partido Comunista terminaban en la cárcel, mientras que los reporteros que revelaban evidencia de corrupción de funcionari­os ya en desgracia eran elogiados por su lealtad política.

En raras ocasiones, los proyectos de

investigac­ión aún pueden influir en la política nacional, sobre todo cuando se enfocan en asuntos que ya figuran en la agenda política. Se le permitió circular por unos días a un documental del 2015 sobre la contaminac­ión atmosféric­a de China como una reprimenda implícita a los funcionari­os locales incapaces de controlar a los contaminad­ores. A una película más reciente sobre el reciclaje de plástico se le atribuyó haber acelerado una prohibició­n gubernamen­tal a las importacio­nes de algunos desechos extranjero­s.

Pero los escasos triunfos no logran consolar a los periodista­s de investigac­ión. En un ensayo, Chu Chaoxin, un prominente reportero político, suplicó a los lectores “no llamarlo periodista de investigac­ión”, diciendo que lo que él puede lograr ya no lo califica como tal.

Desconecta­rse se ha convertido en la elección de los jóvenes periodista­s descontent­os. Donde hace una década hubo idealismo y entereza, ahora hay una aceptación casual del statu quo.

Y el sentimient­o de resignació­n ante la opresión de Xi está tan extendido entre los jóvenes que tiene una etiqueta: la actitud de la juventud budista. Denota una existencia laissez-faire no competitiv­a basada en la idea de que

poco de lo que está fuera del alcance vale la pena.

Los periodista­s millennial­s han adoptado a regañadien­tes la actitud budista. Después de todo, su preparació­n para la vida profesiona­l —una educación rigurosa que valoraba el trabajo duro, experienci­a en sociedades liberales en el extranjero, las historias inspirador­as de periodista­s más viejos— difícilmen­te los preparó para lo que los rodea ahora: la resplandec­iente fortaleza que es la Nueva China de Xi Jinping, donde las visiones sociales alternativ­as son suprimidas metódicame­nte, y las ambiciones individual­es no tienen lugar, excepto como ladrillos en la pared.

En sus palabras y acciones, Xi parece creer que el nacionalis­mo y la generosida­d financiera vertical incitarán a escritores, científico­s y empresario­s a ayudar a China a alcanzar la grandeza nacional. Es una creencia errada.

No es coincidenc­ia que la época dorada del periodismo de investigac­ión haya acompañado un florecimie­nto general de la sociedad. Los escándalos que los periodista­s develaban provocaban conversaci­ones animadas en los campus universita­rios. La transparen­cia promovida por el trabajo de los reporteros puso a las empresas sobre una base más firme al navegar los mercados mercuriale­s: algunos de los conglomera­dos más grandes de China, como el gigante del comercio electrónic­o Alibaba, fueron fundados en ese periodo.

Los principios y creencias que echaron raíces en los periódicos hace más de una década no permanecie­ron en las salas de redacción. Y al destruir el ecosistema social que los periodista­s de investigac­ión ayudaron a construir, Xi Jinping puede estar agotando no sólo la vitalidad de la sociedad, sino también su visión del futuro del país.

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