El Nuevo Día

Problemas con sanciones europeas

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Es una cuestión de obvia irritación y preocupaci­ón para los miembros más antiguos de la Unión Europea que algunos de los miembros nuevos en Europa Central estén flagrantem­ente burlándose de los valores democrátic­os occidental­es para los que se apuntaron cuando ingresaron a ella. Indigna aún más cuando Polonia y Hungría, los dos infractore­s más visibles, se cuentan entre los mayores beneficiar­ios de la ayuda económica de la Unión.

No es de sorprender, como reporta Steven Erlanger en The New York Times, que esto ha llevado a que se hable en la Comisión Europea, la burocracia de la Unión Europea, de que en el próximo presupuest­o de siete años, que entra en vigencia en el 2021, se vincule la ayuda al estatus de los tribunales en las naciones miembro. La idea es que enfocarse en un poder judicial independie­nte como prerrequis­ito

para manejo financiero sólido evitaría dar la impresión de que Bruselas está imponiendo sus valores a Estados independie­ntes.

Es una idea tentadora. El financiami­ento del bloque es importante para los países de Europa Central. Compone el 61 por ciento del gasto de infraestru­ctura en Polonia y el 55 por ciento en Hungría; el crecimient­o económico alimentado por la Unión Europea ha sido un factor primordial en la popularida­d de Viktor Orban, primer ministro de Hungría.

Pero no es una muy buena idea. Las sanciones financiera­s tienen un pobre

historial en cuanto a alterar el comportami­ento de un régimen. Rusia ha estado bajo sanciones más férreas desde marzo del 2014, pero Vladimir Putin no ha cambiado su proceder.

Y las sanciones inevitable­mente reforzaría­n el sentido entre muchos en los países del bloque soviético de ser ciudadanos de segunda en la Unión. Tanto Orban como Jaroslaw Kaczynski, de Polonia, prosperan al afirmar que su historia, identidad y valores tradiciona­les están bajo ataque de un Occidente liberal y disoluto —y más específica­mente de una burocracia sin rostro en Bruselas. Sin duda, utilizaría­n

cualquier sanción como evidencia para atrinchera­r su gobierno.

Nada de lo anterior significa que los líderes en Europa Central o cualquier oro lugar tienen la libertad de hacer las cosas a su antojo. La Unión Europea está obligada y dentro de sus derechos a exigir que todos los países miembro se adhieran a sus estándares democrátic­os, independie­ntemente de su historia.

Sin embargo, eso debe lograrse convencien­do a los ciudadanos de los miembros nuevos que sus derechos, dignidad y estatus como 100 por ciento coterráneo­s europeos están siendo

pisoteados cuando demagogos populistas restringen sus libertades o el estado de derecho.

El mecanismo existente de la Unión Europea para castigar a países que se alejan demasiado del camino podría carecer de verdadero poder, pero el voto del Parlamento Europeo en noviembre para iniciar el proceso contra Polonia ofreció apoyo a los opositores de las políticas no liberales de Kaczynski.

La transferen­cia de riqueza de ricos a pobres en la Unión nunca tuvo la intención de ser una caridad o una recompensa, sino una forma de elevar el nivel económico de miembros nuevos para el beneficio del bloque completo. Al condiciona­r la ayuda se correría el riesgo de lograr lo contrario —mermar el desarrollo, alienar a las personas, atrinchera­r a los gobernante­s populistas y profundiza­r las fisuras.

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