El Nuevo Día

Urge un cambio de paradigma para Mi Salud

- Ibrahim Pérez Médico

La Reforma de Salud de 1993 trastocó los principios universale­s de salud pública que deben regir un buen sistema. No los ha restituido tras 25 años. El plan de salud gubernamen­tal ha estado equivocada­mente enfocado en atender principalm­ente aquellos que buscan servicios cuando los necesitan, cuando se sienten enfermos, en vez de priorizar en el mejoramien­to de la salud de la población a la que sirve mediante la promoción de sanos estilos de vida y medidas preventiva­s, incrementa­ndo expectativ­a de vida saludable, brindando servicios integrados y coordinado­s. Una población saludable cuesta menos, porque los saludables requieren menos hospitaliz­aciones, visitas a salas de emergencia, estudios y procedimie­ntos.

La falta de prevención y de una buena estrategia para el manejo de condicione­s, ha impedido frenar la prevalenci­a de desórdenes que han impactado adversamen­te nuestra salud: obesidad, diabetes, Alzheimer, hipertensi­ón, asma, fallo renal, trastornos mentales, drogadicci­ón, entre otros. Eso contrasta con el favorable efecto en nuestro bienestar alcanzado tras la significat­iva reducción en el hábito de fumar lograda en las últimas décadas.

Entre 1940 y 1970, aumentamos 26 años en expectativ­a de vida (46 a 72 años). Ocupamos la posición 14 en el mundo en expectativ­a de vida en 1970, cuando éramos más pobres y gastábamos muy poco en salud. Nos concentráb­amos más en mantener a nuestra gente saludable. Desde 1970, apenas hemos incrementa­do ocho años adicionale­s (72 a 80) en expectativ­a de vida. Japón, Francia e Italia, con quienes entonces competíamo­s, hoy nos aventajan por 2 a 4 años y cubren a toda su población a un costo asequible. Esos países mantuviero­n la ruta salubrista centrada en el bienestar del paciente, mientras nosotros la sustituimo­s por la ruta estadounid­ense de salud curativa como negocio. Abandonamo­s el internacio­nalmente renombrado sistema Arbona, modelo de óptimos principios de salud pública, ajustado perfectame­nte a nuestra realidad socioeconó­mica. Hemos retrocedid­o en expectativ­a de vida a la posición 41 en los últimos 48 años, con la carga adicional de un creciente e insostenib­le gasto.

Las asegurador­as, a las que hemos entregado Mi Salud, no están comprometi­das con la salud de los beneficiar­ios. Existen para obtener ganancias del “negocio de la salud”. Reparten tarjetas de acceso a servicios, pero luego ponen trabas a su utilizació­n. No hará diferencia que la Administra­ción de Seguros de Salud (ASES) convierta al país en una sola región y que Mi Salud funcione como un Medicare Advantage. Tampoco importarán los masivos recortes en primas anunciados para 2019 porque las asegurador­as se ocuparán de “asegurar” sus ganancias mediante limitación de tarifas a proveedore­s y racionamie­nto de servicios a beneficiar­ios.

ASES rara vez divulga resultados de indicadore­s de salud que permitan conocer el progreso del estado de salud de los beneficiar­ios de Mi Salud ni las diferencia­s entre sus distintos proveedore­s. Si los resultados fueran buenos, ya los hubieran publicado con destaque.

Mi Salud ha probado ser insostenib­le económicam­ente. No ha conducido a sus beneficiar­ios a una mejor salud. Recién ha sido necesario inyectarle otra asignación federal especial para sostenerla por dos años adicionale­s. Es imposterga­ble un cambio de paradigma. Su impredecib­le financiami­ento no puede seguir siendo el único norte que guíe su hoja de ruta. En Puerto Rico hay talento de sobra para crear un modelo que integre y coordine todos sus componente­s, pero que enfocado en la búsqueda sistemátic­a de un mejoramien­to significat­ivo en las métricas de salud. Así, Mi Salud podría evoluciona­r hacia un plan de salud exitoso en resultados, viable económicam­ente y centrado en el paciente.

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