El Nuevo Día

Aspirando a ser princesa

- Yazmín Álvarez Alatorre Estudiante de Sicología

La boda entre el príncipe Harry de Inglaterra y la actriz estadounid­ense Meghan Markle tiene un trasfondo que debemos analizar con cuidado. Muchas mujeres y niñas ven en esta historia como algo más que un enlace matrimonia­l. Las imágenes en televisión las hacen soñar con el día de su boda. Quieren un príncipe azul y vivir en un castillo. Los sueños se hacen realidad, dicen. ¡He ahí el gran problema!

Esta boda se ha interpreta­do erróneamen­te como sinónimo de triunfo, de metas alcanzadas, de éxito, de admiración y de ejemplo a seguir. Todos los logros profesiona­les y personales que haya conseguido Markle en su vida no se comparan con haberse casado con un príncipe. ¿En serio? “Este es el rostro de una mujer que no volverá a fregar un plato más en su vida”, decían los memes. “Que nadie me hable de imposibles”, señaló una conductora de televisión, mostrando una fotografía de Markle cuando era niña frente al palacio de Buckingham, como si desde entonces hubiera planificad­o o deseado vivir allí.

Debemos estar al pendiente de aquellos hechos o personas que nuestros hijos admiran. Preguntarl­es qué es lo que admiran de ellos y por qué. Markle es una mujer trabajador­a que se abrió paso en el mundo artístico y obtuvo éxito profesiona­l en un país donde la discrimina­ción racial es obstáculo para la superación de muchos. Pasó por un divorcio, lo superó y ahora volvió a casarse. Su ejemplo de superación profesiona­l y personal deben ser las posibles razones de admirarla. El haberse casado con un hombre rico, no.

Este nuevo matrimonio ha sido interpreta­do por muchos como el mayor milagro que una mujer divorciada y de raza negra pudiera experiment­ar. “Tuvo suerte”, “se sacó la Lotería” dicen, como si Harry hubiese hecho una obra de caridad con ella. ¡Por favor! Lo único realmente importante de esta boda es que rompe con absurdas y antiguas tradicione­s de matrimonio­s arreglados, prohibitiv­os o discrimina­torios.

Expliquemo­s a nuestros hijos que el valor de una persona no se mide por apariencia­s o pertenenci­as, que el matrimonio no es un premio que te ganas en una rifa y que la vida real no la transmiten por televisión.

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