El Nuevo Día

Un accidente, muchas dudas

- Benjamín Morales Periodista

Cerca del mediodía del viernes, 18 de mayo, un estruendo inusual perturbó la paz del poblado de Boyeros, el municipio habanero donde radica el aeropuerto internacio­nal José Martí. Un avión 727-200 fletado por la empresa estatal Cubana de Aviación a la aerolínea mexicana “Damojh Global Air” caía a tierra y explotaba con 113 seres humanos abordo, generando un ruido inolvidabl­e para los pobladores y una columna de humo negro de enormes proporcion­es.

Quienes vivieron la experienci­a dicen que aquello fue como si se desatara el infierno, que la tierra tembló y que la onda expansiva sacudió los techos con una fuerza tal que algunos creyeron que un rayo había caído sobre sus casas.

Los testigos contaron casi todos la misma versión, que el avión despegó, pero de pronto giró hacia un costado, empezó a caer, chocó contra unos cables eléctricos y se estrelló. Así, la mayoría comenzó a correr hacia la zona para intentar salvar vidas y fueron los pobladores de Boyeros, en conjunto con quienes trabajan allí, quienes dieron los primeros pasos para ayudar en el desastre, hasta que 10 minutos después comenzaron a aparecer las autoridade­s y acordonaro­n el área.

El operativo de salvamento fue increíble. En menos de media hora llegó la primera sobrevivie­nte al hospital Calixto García, a unos 15 kilómetros del sitio del accidente. Cuatro salieron con vida del lugar del siniestro, un hombre y tres mujeres. El hombre murió en ruta al hospital y dos de las tres mujeres seguían vivas hasta el jueves.

Como es usual en Cuba, esta emergencia unió a la población, que se identificó con las víctimas de inmediato y las muestras de solidarida­d y respeto hacia ellas se ha mantenido una semana después, incluyendo un duelo que causó un silencio generaliza­do por dos días en el país.

Los dirigentes del gobierno hicieron su parte. Han estado con las víctimas y no se ha escatimado en costos para darle todo el apoyo posible al proceso de identifica­ción de víctimas, así como los intentos de salvar a las sobrevivie­ntes.

Pero no todo ha sido color de rosa. Durante la tragedia, varios inescrupul­osos fueron sorprendid­os robándoles a los cadáveres algunas de sus pertenenci­as. Igualmente, hubo quien llegó, y en lugar de ponerse a ayudar, se puso a filmar con su móvil a cadáveres hechos pedazos y a gente muerta, incluyendo niños.

Lo peor es que intentaron, no sé si con éxito, vender las imágenes, muchas de las cuales ruedan con descaro por las redes sociales y son compartida­s con morbo. Esa parte de la reacción ciudadana es para borrarse, pues esa no es la generalida­d de Cuba, un país donde la solidarida­d y el respeto se respira, sobre todo, en las emergencia­s.

Tampoco han sido suficiente­s las explicacio­nes de las autoridade­s a cuestiones básicas del accidente. ¿Cómo es posible que un avión de 1979, de una compañía de cuestionab­le capacidad y calidad en el servicio, estuviera volando en el país? ¿Quién es el responsabl­e de que Cubana de Aviación no tenga mejor juicio a la hora de escoger con quién contrata sus vuelos?, una práctica común en Cuba por los problemas que crea el bloqueo económico para la adquisició­n de naves nuevas.

Tenemos un accidente, marcado con el código DMJ 0972 de Cubana de Aviación, pero hay muchas dudas que aclarar.

Hay investigad­ores cubanos, mexicanos y estadounid­enses trabajando en la escena. En ellos recae explicar qué pasó, pero no quién es el responsabl­e. Quizás los cubanos sienten, con razón, que no es momento para buscar responsabl­es, pues todavía se están llorando los muertos.

Eso lo apoyo y lo entiendo, pero no cuesta nada dejar la bandera roja levantada, porque esta tragedia debe tener un cuadro de responsabl­es y no debe, por la memoria de las víctimas, quedar impune.

“¿Cómo es posible que un avión de 1979, de una compañía de cuestionab­le capacidad y calidad en el servicio, estuviera volando en el país?”

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