Chavismo en Puerto Rico
“El chavismo no es el espantapájaros que pasean por ahí los demagogos, sino algo con lo que hemos vivido por generaciones”
Desde Puerto Rico, se mira la tragedia que vive hoy Venezuela, sumergida en una crisis de tremebundas proporciones, con ánimo admonitorio. Que no nos adormezcan los cantos de sirena del chavismo -nos decimos unos a otros encomendándonos al divino creador-, no vayamos a caer en el desgraciado trance que atraviesa la apreciada vecina, con potencial de ser rica, pero pobre como pocas se ven a esta hora en el planeta.
Mas si nos pusiéramos a pensar en serio las cosas, veríamos que las causas de la crisis venezolana, horror, espanto, no son muy distintas de las causas de la crisis puertorriqueña y que el chavismo, más horror, más espanto, llegó a Puerto Rico hace mucho rato. Puede argumentarse, incluso, que en Puerto Rico hay chavismo antes que se le conociera como tal, traído a nuestras playas, de paso, por los mismos que ahora agitan el fantasma de la tragedia de un país hermano para mantenernos mansitos dentro del carril que a ellos les conviene.
Vamos a explicar eso en breve, pero antes es necesaria una pausa para beneficio de los que ya están hiperventilando tras leer los primeros párrafos de esta columna. Puerto Rico y Venezuela tienen historias distintas y, por lo tanto, experiencias diferentes. Los malos trances en que están ambos son comparables solo en términos filosóficos y esquemáticos. Son situaciones parecidas en sus causas; iguales jamás.
También es preciso aclarar que hoy Venezuela está en mucha peor situación que Puerto Rico, debido, sobre todo, a la hiperinflación que tiene a la mayoría de los venezolanos pasando grandes dificultades para alimentarse.
Hechas, pues, las concernidas aclaraciones, vamos a explicar de dónde sale eso de que hay chavismo aquí.
El término chavismo viene, como sabemos, del apellido de Hugo Chávez, el muy carismático militar que en 1998 venció a los dos partidos que por décadas se habían intercambiado el poder en Venezuela, el Copei y Acción Democrática (AD).
Durante su gobierno, que duró hasta su muerte de cáncer en marzo del 2013, Chávez estableció una filosofía de gobierno socialista de nombre, populista de hecho. Aprovechando la lluvia de dólares que le cayó a Venezuela producto del aumento inusitado de los precios del petróleo en las primeras décadas del Siglo XXI, estableció ambiciosos programas sociales que sacaron a millones de venezolanos de la pobreza.
Uno de sus principales programas fue “Misión Vivienda”, mediante el cual se construyeron dos millones de apartamentos para familias pobres. Este programa es la versión venezolana de los residenciales públicos que existen en Puerto Rico desde los años 50. Las viviendas eran entregadas por el comandante en ceremonias públicas con fanfarrias muy parecidas a las que usan políticos de aquí para, por ejemplo, entregar títulos de propiedad.
Otro fue el programa de asistencia alimentaria “cesta ticket socialista”, que es idéntico a lo que una vez fueron los cupones para alimentos y después la “tarjeta de la familia”. Ya en la época del sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, se establecieron los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), una iniciativa que consiste en vender a precio subsidiado cajas con alimentos, algo como lo que hubo en Puerto Rico desde los años 30 con la “Prera”.
Pero, como todo tiene su final, especialmente lo bueno, poco después de la muerte de Chávez, con Maduro ya en el poder, el precio del petróleo comenzó a caer. El barril llegó a estar en $160 en junio de 2008, cuando Chávez murió iba por $104 y en los años siguientes, ya con Maduro, llegó a caer hasta $30 en enero de 2016. Venezuela había puesto todos los huevos en la canasta del petróleo, y al quedarse sin los petrodólares, el cuento comenzó a cambiar. Aquí se intensifican las similitudes. En vez de ajustar el gasto cuando faltó el dinero, el gobierno siguió gastando igual, tomando prestado e interviniendo políticamente en instituciones como el Banco Central y la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), que hoy produce menos de la mitad del crudo de hace 10 años, debido, según observadores, a que la dirigen no las personas más competentes, sino las más leales a Maduro.
De la politización, vinieron también las desastrosas decisiones económicas que desembocaron en la endemoniada hiperinflación y en la bestial devaluación del bolívar, que vale cada día menos que el anterior. Es como lo que pasó aquí a partir del 2006, cuando la economía entró en recesión. En vez de ajustar el gasto, nuestros gobernantes se endeudaron a los niveles que nos llevaron al impago en el 2015, a Promesa en el 2016, a la bancarrota en el 2017 y a toda la macacoa que nos ha caído en el 2018 y seguirá cayéndonos desde ahora.
Lo que pasa en PDVSA, que es el pulmón que le da respiración a Venezuela, también parece un calco exacto de lo que pasó con nuestra una vez indispensable Autoridad de Energía Eléctrica (AEE): la politización y la corrupción la hicieron inservible.
En términos políticos, hemos estado siendo alimentados con chavismo también por mucho tiempo. Chávez, y después Maduro, son partidarios de la doctrina del “banquete total” que tan bien conocemos aquí. Así pues, Chávez y Maduro convirtieron, como aquí, en feudos del partido todas las instituciones más vitales del estado venezolano, desde los organismos electorales, hasta las fiscalías y las cortes.
En el tema de las cortes, de paso, se vio la manifestación más descarnada del chavismo que se haya registrado jamás en Puerto Rico. En diciembre de 2004, organizaciones de derechos humanos denunciaron la acción de Chávez de aumentar 20 a 32 el número de jueces de la corte suprema para empaquetarla con jueces leales a él. Seis años después, Luis Fortuño hizo igual: aumentó de siete a nueve los jueces del Tribunal Supremo para asegurarle una mayoría cómoda al Partido Nuevo Progresista (PNP).
Durante los últimos años, la democracia venezolana se ha ido degradando al punto de que es difícil ya considerarla como tal. Aquí, tampoco hay democracia, pues los asuntos más vitales de nuestra vida colectiva los controla una junta que no elegimos.
Vemos, pues, que el chavismo no es el espantapájaros que andan paseando por ahí los demagogos de siempre, sino algo con lo que hemos vivido por generaciones. Lo que nos conviene aprender de Venezuela es otra cosa: no importa cuántos recursos tenga un país, la politiquería, la incompetencia, el dogmatismo y la corrupción pueden arruinarlo. ¿Eso no se lo ha dicho su propagador de miedos favorito?