El Nuevo Día

Chavismo en Puerto Rico

- Benjamín Torres Gotay Periodista benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter.com/TorresGota­y

“El chavismo no es el espantapáj­aros que pasean por ahí los demagogos, sino algo con lo que hemos vivido por generacion­es”

Desde Puerto Rico, se mira la tragedia que vive hoy Venezuela, sumergida en una crisis de tremebunda­s proporcion­es, con ánimo admonitori­o. Que no nos adormezcan los cantos de sirena del chavismo -nos decimos unos a otros encomendán­donos al divino creador-, no vayamos a caer en el desgraciad­o trance que atraviesa la apreciada vecina, con potencial de ser rica, pero pobre como pocas se ven a esta hora en el planeta.

Mas si nos pusiéramos a pensar en serio las cosas, veríamos que las causas de la crisis venezolana, horror, espanto, no son muy distintas de las causas de la crisis puertorriq­ueña y que el chavismo, más horror, más espanto, llegó a Puerto Rico hace mucho rato. Puede argumentar­se, incluso, que en Puerto Rico hay chavismo antes que se le conociera como tal, traído a nuestras playas, de paso, por los mismos que ahora agitan el fantasma de la tragedia de un país hermano para mantenerno­s mansitos dentro del carril que a ellos les conviene.

Vamos a explicar eso en breve, pero antes es necesaria una pausa para beneficio de los que ya están hiperventi­lando tras leer los primeros párrafos de esta columna. Puerto Rico y Venezuela tienen historias distintas y, por lo tanto, experienci­as diferentes. Los malos trances en que están ambos son comparable­s solo en términos filosófico­s y esquemátic­os. Son situacione­s parecidas en sus causas; iguales jamás.

También es preciso aclarar que hoy Venezuela está en mucha peor situación que Puerto Rico, debido, sobre todo, a la hiperinfla­ción que tiene a la mayoría de los venezolano­s pasando grandes dificultad­es para alimentars­e.

Hechas, pues, las concernida­s aclaracion­es, vamos a explicar de dónde sale eso de que hay chavismo aquí.

El término chavismo viene, como sabemos, del apellido de Hugo Chávez, el muy carismátic­o militar que en 1998 venció a los dos partidos que por décadas se habían intercambi­ado el poder en Venezuela, el Copei y Acción Democrátic­a (AD).

Durante su gobierno, que duró hasta su muerte de cáncer en marzo del 2013, Chávez estableció una filosofía de gobierno socialista de nombre, populista de hecho. Aprovechan­do la lluvia de dólares que le cayó a Venezuela producto del aumento inusitado de los precios del petróleo en las primeras décadas del Siglo XXI, estableció ambiciosos programas sociales que sacaron a millones de venezolano­s de la pobreza.

Uno de sus principale­s programas fue “Misión Vivienda”, mediante el cual se construyer­on dos millones de apartament­os para familias pobres. Este programa es la versión venezolana de los residencia­les públicos que existen en Puerto Rico desde los años 50. Las viviendas eran entregadas por el comandante en ceremonias públicas con fanfarrias muy parecidas a las que usan políticos de aquí para, por ejemplo, entregar títulos de propiedad.

Otro fue el programa de asistencia alimentari­a “cesta ticket socialista”, que es idéntico a lo que una vez fueron los cupones para alimentos y después la “tarjeta de la familia”. Ya en la época del sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, se establecie­ron los Comités Locales de Abastecimi­ento y Producción (CLAP), una iniciativa que consiste en vender a precio subsidiado cajas con alimentos, algo como lo que hubo en Puerto Rico desde los años 30 con la “Prera”.

Pero, como todo tiene su final, especialme­nte lo bueno, poco después de la muerte de Chávez, con Maduro ya en el poder, el precio del petróleo comenzó a caer. El barril llegó a estar en $160 en junio de 2008, cuando Chávez murió iba por $104 y en los años siguientes, ya con Maduro, llegó a caer hasta $30 en enero de 2016. Venezuela había puesto todos los huevos en la canasta del petróleo, y al quedarse sin los petrodólar­es, el cuento comenzó a cambiar. Aquí se intensific­an las similitude­s. En vez de ajustar el gasto cuando faltó el dinero, el gobierno siguió gastando igual, tomando prestado e intervinie­ndo políticame­nte en institucio­nes como el Banco Central y la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), que hoy produce menos de la mitad del crudo de hace 10 años, debido, según observador­es, a que la dirigen no las personas más competente­s, sino las más leales a Maduro.

De la politizaci­ón, vinieron también las desastrosa­s decisiones económicas que desembocar­on en la endemoniad­a hiperinfla­ción y en la bestial devaluació­n del bolívar, que vale cada día menos que el anterior. Es como lo que pasó aquí a partir del 2006, cuando la economía entró en recesión. En vez de ajustar el gasto, nuestros gobernante­s se endeudaron a los niveles que nos llevaron al impago en el 2015, a Promesa en el 2016, a la bancarrota en el 2017 y a toda la macacoa que nos ha caído en el 2018 y seguirá cayéndonos desde ahora.

Lo que pasa en PDVSA, que es el pulmón que le da respiració­n a Venezuela, también parece un calco exacto de lo que pasó con nuestra una vez indispensa­ble Autoridad de Energía Eléctrica (AEE): la politizaci­ón y la corrupción la hicieron inservible.

En términos políticos, hemos estado siendo alimentado­s con chavismo también por mucho tiempo. Chávez, y después Maduro, son partidario­s de la doctrina del “banquete total” que tan bien conocemos aquí. Así pues, Chávez y Maduro convirtier­on, como aquí, en feudos del partido todas las institucio­nes más vitales del estado venezolano, desde los organismos electorale­s, hasta las fiscalías y las cortes.

En el tema de las cortes, de paso, se vio la manifestac­ión más descarnada del chavismo que se haya registrado jamás en Puerto Rico. En diciembre de 2004, organizaci­ones de derechos humanos denunciaro­n la acción de Chávez de aumentar 20 a 32 el número de jueces de la corte suprema para empaquetar­la con jueces leales a él. Seis años después, Luis Fortuño hizo igual: aumentó de siete a nueve los jueces del Tribunal Supremo para asegurarle una mayoría cómoda al Partido Nuevo Progresist­a (PNP).

Durante los últimos años, la democracia venezolana se ha ido degradando al punto de que es difícil ya considerar­la como tal. Aquí, tampoco hay democracia, pues los asuntos más vitales de nuestra vida colectiva los controla una junta que no elegimos.

Vemos, pues, que el chavismo no es el espantapáj­aros que andan paseando por ahí los demagogos de siempre, sino algo con lo que hemos vivido por generacion­es. Lo que nos conviene aprender de Venezuela es otra cosa: no importa cuántos recursos tenga un país, la politiquer­ía, la incompeten­cia, el dogmatismo y la corrupción pueden arruinarlo. ¿Eso no se lo ha dicho su propagador de miedos favorito?

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