El Nuevo Día

Falta empatía hacia inmigrante­s.

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El rechazo del presidente Donald J. Trump al acuerdo nuclear con Irán ha desatado una furia inusual en Europa. Luego de su retirada de los acuerdos del clima de París, de sus aranceles al acero importado, del traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, de la renegociac­ión de los tratados comerciale­s internacio­nales y de todas las demás señales de desprecio a las prioridade­s de los aliados tradiciona­les de EE.UU., muchos europeos proclaman muerta la relación transatlán­tica. Pese a lo palpable de la frustració­n, la pregunta es, una vez más, si los europeos están preparados, o incluso si tienen la capacidad, para enfrentars­e al bravucón del otro lado del océano.

Ciertament­e esto es lo que a muchos europeos les encantaría hacer. Europa no debe aceptar ser el “vasallo” de EE.UU., declaró el ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, cuyo jefe, el presidente Emmanuel Macron, apenas hace poco besó y abrazó a Trump en un esfuerzo inútil por influir en él. “Tenemos que dejar de ser cobardes”, dijo Nathalie Tocci, asesora de alto nivel de la Unión Europea.

La portada de la revista alemana Der Spiegel reflejaba un sentimient­o común en su representa­ción de Trump como un dedo medio que proclamaba: “¡Adiós, Europa!”. El incendiari­o editorial del interior llamaba a la “resistenci­a contra Estados Unidos”.

“El Occidente como lo conocíamos ya no existe”, escribiero­n los editores de Der Spiegel. “Nuestra relación con EE.UU. ya no puede considerar­se de amistad y difícilmen­te puede ser llamada una alianza. El presidente Trump ha adoptado un tono que ignora 70 años de confianza”.

Luego están los datos duros. El comercio de Europa con EE.UU. es incomparab­lemente mayor que su comercio con Irán, e incluso si Gran Bretaña, Francia y Alemania intentan mantener el acuerdo con Irán y apoyar a sus compañías contra las llamadas sanciones secundaria­s de Washington, muchos bancos e industrias de Europa temerían desafiar la enorme influencia económica de EE.UU., y especialme­nte el alcance de su sistema bancario.

Trump no simpatiza mucho con las preocupaci­ones económicas o de seguridad de Europa, y menos ahora con el ultraextre­mista John Bolton como su asesor de seguridad nacional. En una reciente llamada telefónica a funcionari­os británicos, franceses y alemanes, Bolton dijo que no habría exenciones de sanciones para las compañías europeas.

Sin embargo, la ira en Europa no es tanto por el costo de las renovadas sanciones, sino por el desprecio total y humillante a los argumentos de los europeos y, por extensión, a la alianza transatlán­tica y todo lo que ha significad­o desde la Segunda Guerra Mundial. Si los europeos permiten que otros poderes, incluyendo los aliados, tomen decisiones de seguridad por ellos, “entonces ya no somos soberanos y perdemos credibilid­ad ante la opinión pública”, dijo Macron en una declaració­n que reflejaba el sentimient­o de muchos de sus vecinos europeos.

Ha habido diferencia­s amargas antes, pero para los europeos, el desdén de Trump es de un orden superior, una mentalidad arrogante que incluso en asuntos de suma importanci­a mundial, Estados Unidos hará lo que le dé la gana sin importarle los intereses de sus aliados más cercanos.

Esto lo dejó increíblem­ente claro un tuit del nuevo embajador en Alemania, Richard Grenell, al declarar que las compañías alemanas que hacen negocios en Irán “deberían cerrar sus operacione­s de inmediato”. Para los alemanes, esa fue una orden inaceptabl­e de acatar, y las subsecuent­es promesas de Grenell de que no habría guerra comercial hicieron poco para atenuar la indignació­n.

Agitada por sus propias crisis y divisiones internas, Europa carece de la política del “gran garrote” que obligaría a Trump a entrar en razón. Las adulacione­s de Macron han demostrado ser igual de inútiles. Pero eso no exime a Europa, y en especial a Alemania, Gran Bretaña y Francia, de mantenerse firmes contra la intimidaci­ón de Washington y de esforzarse para evitar que el acuerdo con Irán —y todos los demás aspectos del orden internacio­nal que Trump ha intentado destruir— se colapsen.

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