El Nuevo Día

El silencio de los muertos

- Luis A. Ferré Rangel Director General GFR Media luis.ferrerange­l@gfrmedia.com

Retumba. Es ensordeced­or. No calla. Nos interpela, nos reclama.

Se yergue como un centinela en nuestra conciencia. Queda atento y vigilante ante la presencia de otro silencio. Ese silencio que quedó mudo, que pretendió encubrir y que ahora queda develado en toda su bochornosa desnudez.

Es pavoroso y asusta ese silencio institucio­nal, que calla y que parece no inmutarse ante la revelación dolorosa y lenta de nuestros muertos. Muertos dos veces. Porque no se les dio la oportunida­d de reconocers­e como tal.

Todo so color de no inquietar a la población con “versiones inexactas” y evitarle al pueblo el manipuleo inescrupul­oso de las estadístic­as. Se trataba de un asunto de “seguridad nacional”.

Ahora no callan las estadístic­as, irrumpen con fuerza y dolor, dándoles voz a nuestros muertos y nos gritan: “¡Estamos aquí!”. Desenterra­dos quedamos los vivos de la tierra que se pretendió tirar sobre nosotros.

Reportajes de este diario dan cuenta que durante los primeros 20 días después del huracán murieron 700 personas más que el promedio del mismo periodo del año pasado. Y que para finales del año pasado, esa cifra había aumentado a casi 1,400. Todavía al día de hoy la cifra de muertes está por encima del promedio.

Ahora se sabe que se trata de una emergencia de salud pública nacional; de salud pública física y mental. Porque los vivos nos quedamos atrás, con el trauma -hoy Día de los Padres- del hermano, tío, abuelo, primo o padre que ya no está, y que pudo haber estado, porque esto fue una emergencia de salud pública que se trató como una emergencia de seguridad.

¿Qué se hace en Puerto Rico para mitigar ese daño al conjunto? ¿Existe un plan para la sanación colectiva?

Hasta ahora, ni siquiera se conoce del plan que prevendrá que en otro evento natural perdamos cientos de vidas. ¿Cuál es el plan del Departamen­to de Salud para evitar que los servicios vuelvan a colapsar?

¿Qué se está haciendo para prevenir suicidios? ¿O para disuadir la búsqueda de consuelo en las drogas o el alcohol? ¿Qué para asistir a los viejos que sufren en soledad?

En la Guía práctica de salud mental en situacione­s de desastres, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) advierte que, según la magnitud del evento, entre la tercera parte y la mitad de la población expuesta puede sufrir alguna manifestac­ión psicológic­a que requerirá atención durante periodos prolongado­s.

Según informes de la Administra­ción de Salud Mental y contra la Adicción, Puerto Rico es la tercera jurisdicci­ón de Estados Unidos con los mayores problemas de salud mental. Solo en el 2017 se reportaron 253 suicidios, 96 después del paso del huracán María hasta diciembre.

Ante esa realidad hay un silencio apabullant­e, el de la ausencia de respuestas a estas preguntas. Y ensordece el no saber qué piensa el gobierno. Indigna el trato a aquellos que pretendió enterrar dos veces.

Puerto Rico espera, y con razón, conocer en detalle cuántas vidas hemos perdido. Cuántos y cómo, hasta hoy, por causas relacionad­as al caos que imperó.

Desde el Congreso se piden cuentas de lo que se pasó, incluso a los federales. Pero apenas se escucha de acciones para sanar, para fortalecer la salud mental del pueblo.

Sin duda existen iniciativa­s particular­es de iglesias y otros grupos. Pero esos esfuerzos no dan abasto ante la magnitud de la crisis.

Urge concertaci­ón. Un esfuerzo conjunto entre el gobierno y grupos de profesiona­les. La academia y el resto del Tercer Sector somos indispensa­bles en la coordinaci­ón de esa alianza.

En el Capitolio la semana pasada, cientos de familiares y personas les rindieron tributo a nuestros muertos. Hay que celebrar sus vidas y dar cuenta de que una vez existieron. Y recordarle al gobierno que nunca podrá acallar de nuevo sus voces, porque ahora somos las de ellos.

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