El Nuevo Día

El mundo de la historia

- CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ cdoloreshe­rnandez@gmail.com

En septiembre de este año se cumplirán los 80 del pacto de Munich. Firmado el 29 de ese mes de 1938 por los primeros ministros de Inglaterra y Francia, Neville Chamberlai­n y Edouard Daladier, y los líderes de Alemania e Italia, Adolfo Hitler y Benito Mussolini, el acuerdo ha pasado a la historia como un ejemplo nefasto de la fracasada política de apaciguami­ento de los Aliados, que -como sabemos- solo logró envalenton­ar al Fuhrer en su intento de dominar a Europa.

En Munich se debatía la propuesta invasión de Checoeslov­aquia por Alemania. Hitler quería movilizar sus tropas inmediatam­ente con la excusa de que la población de la región checa del Sudeten era mayormente alemana. Inglaterra y Francia buscaban no solo aplazar la invasión sino limitar su alcance, pidiendo a Checoeslov­aquia que cediera ese territorio a cambio del compromiso de Hitler de no ir más allá. Los checos aducían que se trataba de una zona industrial importante donde se encontraba gran parte de sus defensas fronteriza­s.

El resultado de la reunión -en la que no estuvieron los checos- fue la aprobación por Inglaterra y Francia de la anexión del Sudeten, con la provisión de que Hitler respetara el resto del país (no lo hizo). Muchos pensaron entonces que el pacto aseguraba la paz en Europa y considerar­on a Chamberlai­n como un héroe. La I Guerra Mundial y su destrucció­n estaban aún vivos en el recuerdo. Y aunque a la luz de lo que sucedió después el apaciguami­ento fue un error, lo cierto es que Inglaterra no estaba preparada militarmen­te para una guerra a gran escala. (Tampoco Hitler: el año que medió entre este acuerdo y el comienzo de la II Guerra Mundial le dio tiempo para prepararse.)

La situación se presenta aquí a través de dos personajes: el inglés Hugh Legat, traductor y funcionari­o del Ministerio del Exterior y Paul Hartmann, su contrapart­e alemán. Habían sido amigos y condiscípu­los en Oxford, ocupan- do luego posiciones cercanas al poder, aunque no lo ostentaran ellos. El alemán, además, estaba involucrad­o en una conspiraci­ón del alto mando del ejército que buscaba detener los impulsos bélicos de Hitler.

Al encontrars­e en Munich -no por casualidad- para la firma del pacto, Hartmann intenta enviarle a Chamberlai­n, por medio de Legat, un documento secreto donde el Fuhrer expone su ambición de dominar a Europa para expandir el “levensraum” (espacio territoria­l) alemán. Si Inglaterra y Francia se hubieran opuesto al acuerdo, los conspirado­res hubieran tenido la excusa para detener a Hitler; no fue así y la conspiraci­ón falló.

Las maniobras de ambos, desesperad­as en el caso de Hartmann, cautelosas en el de Legat, y los complejos manejos diplomátic­os que presencian resultan fascinante­s. En ambos campos hay intrigas, celos y pequeñas traiciones entre los funcionari­os, mientras los líderes de ambos campos imponen sus egos. Hitler y Chamberlai­n simulan amistad en aras de un pacto con el que, en el fondo, no están de acuerdo.

La trama no revela mucho de las vidas de Legat y de Hartmann aparte de un pasaje significat­ivo que no solo alude a los comienzos del régimen hitleriano, sino también a un presente en que ya sucedían atrocidade­s generalmen­te ignoradas aún. Cuando Hartmann lleva a Legat a visitar a su antigua novia (con quien Legat había pasado una noche de amor), el efecto que sobre ella han tenido las torturas (era comunista y judía) provee un atisbo de la suerte que correrán personas como ella. Lo confirma una visita furtiva a Dachau, el primer campo de concentrac­ión, entonces para prisionero­s políticos.

Aparte de la magnífica caracteriz­ación de los dos personajes a través de los cuales se percibe la acción, la novela crea un suspenso extraordin­ario. El riesgo al que se exponen con el documento secreto (y el que corren los diplomátic­os al firmar el pacto) anima la narración.

Una excelente novela histórica sobre un incidente de la II Guerra Mundial poco -o nada- novelado anteriorme­nte.

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Munich Robert Harris New York: Alfred A. Knopf, 2017

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