Deseo instintivo de alterar nuestra mente
Ya sea que se trate de bebidas o drogas, los humanos siempre han buscado alterar su mente, incluso a costa de un enorme riesgo —pero quizás con una gran recompensa.
Este deseo también podría remontarse más allá de los humanos. De acuerdo con “A Short History of Drunkenness” (Una breve historia de la ebriedad), el origen de nuestra especie “se resume en nuestro amor por el alcohol”, escribió Tony Perrottet en The New York Times.
El libro de Mark Forsyth afirma que los primates eran lo suficientemente valientes para descender de los árboles para ponerse ebrios con fruta fermentada. Así comenzó la evolución —y sólo transcurrieron otros 10 millones de años para que los humanos empezaran a cultivar cebada “porque queríamos bebidas alcohólicas”.
Estas aseveraciones yacen junto a muchas otras hechas por Forsyth que son similares en hipérbole: el vino es la razón por la que el cristianismo se volvió tan popular; una prohibición al vodka desató la Revolución rusa; y el primer presidente de EE.UU., George Washington, ganó votos al ofrecer a la gente bebidas alcohólicas gratis.
“Todas las actitudes posibles hacia la embriaguez han sido puestas a prueba con el paso de los siglos”, escribió Perrottet. “Quizás la única constante es que el alcohol es una fuerza perturbadora que por su naturaleza misma frustra los esfuerzos por controlarla, desde el veto de los antiguos romanos a los depravados ritos báquicos en el primer siglo a.C. hasta el gran experimento estadounidense, la Prohibición”.
La Prohibición concluyó en 1933, pero han seguido cambiando las posturas de EE.UU. hacia el alcohol y hoy el hábito de beber en horas de trabajo está casi extinto.
“Unas décadas después del apogeo de la tristemente célebre ‘comida de tres martinis’, el acto de ordenar incluso un triste martini con tu comida en un día laboral es visto más o menos como el equivalente a sacar tu parafernalia de heroína y extenderla sobre la mesa entre platillo y platillo”, escribió Adam Sternbergh, editor y novelista, en The Times.
Sternbergh también argumenta que la culpable detrás de la desaparición de los tragos al mediodía no es la moralidad, sino algo más dudoso: la productividad.
Un sondeo realizado por la cervecería italiana Birra Moretti sobre los hábitos diurnos de bebida arrojó que los trabajadores estadounidenses no sólo no beben tanto como sus contrapartes italianos, sino que apenas tienen tiempo para comer.
“Esto podría explicar por qué hemos llegado a este momento inusitado en el que una microdosis de LSD para aumentar la productividad en la oficina es, en algunos lugares, más aceptable profesionalmente que beber una copa de vino”, escribió Sternbergh.
Efectivamente, han estado reapareciendo las drogas psicodélicas incluso en oficinas del Valle del Silicio.
Existe una cierta creencia de que estas drogas ilegales no son adictivas y que son más benévolas con el cuerpo que muchas otras cosas legales que se le introducen.
“Las drogas psicodélicas son para los estupefacientes lo que las pirámides son para la arquitectura —majestuosas, antiguas y un poco atemorizantes”, escribió Tom Bissell en una reseña de “How to Change Your Mind” (Cómo cambiar de opinión), de Michael Pollan. “A final de cuentas, el LSD es probablemente menos dañino para el cuerpo humano que un refresco de dieta”.
Pollan es tan persuasivo en su libro sobre drogas psicodélicas, que hace lo imposible: “hace que perder la cabeza suene como lo más cuerdo que puede hacer alguien”, escribió Bissell.