El Nuevo Día

“Él me ha enseñado todo lo que sé”

La diseñadora y artesana Coralys Rodríguez García comparte con su padre, Gil Rodríguez Acosta, la pasión por la madera y la creación de accesorios diferentes

- POR Liz Sandra Santiago liz.santiago@gfrmedia.com

Cuando Coralys Rodríguez García cierra los ojos y se transporta a muchos de los buenos momentos de su niñez, se encuentra en el taller de madera que su padre mantiene en la parte trasera del hogar en Guaynabo.

No tiene que esforzarse mucho para escuchar el ronco sonido de la máquina pulidora o le parezca que llega a su nariz el aroma de la madera cuando se corta.

En ese taller y de la mano de su padre, Gil Rodríguez Acosta, Coralys vio nacer el proyecto que hoy día lleva por nombre Raw Eyewear Wooden Sunglasses, Eyewear and Accesories. Se trata de una marca de complement­os que son confeccion­ados utilizando maderas puertorriq­ueñas.

“Hace ya cinco años, en el 2012, mi papá me presentó la idea de hacer un producto que fuera netamente puertorriq­ueño, fácil de manejar en el taller de madera que tenemos y que estuviera constantem­ente en venta en el mercado. Qué mejor que unas gafas de sol para un país tropical en donde el sol brilla los 365 días del año. Era un producto que no existía en el mercado local y había una buena oportunida­d”, explica Coralys.

Por su parte, Gil cuenta la historia de la marca desde un ángulo diferente. Luego de dedicarle más de tres décadas a la industria de la banca, hace unos años, cuando comenzó a contemplar el retiro, sabía que no se quedaría en casa sin nada que hacer.

Buscaba la manera de mantenerse activo en su taller y de darle alas a los sueños de Coralys, la menor de sus tres hijas y quien había heredado esa pasión por el diseño y por darle nuevas formas a la madera.

“Coralys estuvo encantada con la idea porque a ella desde chiquita le gustaron las manualidad­es, las herramient­as y tiene un arte brutal para dibujar y diseñar. Ella es el cerebro de los diseños. Yo puse la idea y hago mucho del trabajo manual. En principio, yo hice esto para ella. Cuando yo no esté, quiero que ella tenga algo, la pulí y eso es lo que ha sucedido”, dice el orgulloso padre, quien aprendió el oficio de la carpinterí­a de su abuelo materno.

El primer año de trabajo fue arduo, pues lo dedicaron al diseño de los productos y hacer pruebas para lograr que el resultado final fuera exitoso. Los dos años siguientes tampoco fueron fáciles. Coralys dedicaba todo su tiempo a la confección de las gafas y su padre se dividía entre su trabajo a tiempo completo en el banco y a impulsar Raw Eyewear.

En ese periodo lograron un contrato para hacer gafas a una importante compañía de bebidas y a la vez recibían en el taller a estudiante­s de artes plásticas que deseaban hacer su práctica allí.

Desde hace dos años, cuando Gil se acogió a la jubilación, se integró por completo al taller y además de técnicas de trabajo, también le ha enseñado a su hija sobre la vida.

“Le he enseñado a Coralys que la empatía es muy importante. En la vida nos topamos con situacione­s que nos molestan, con gente que hace cosas que nos molestan y Coralys y yo hablamos muchos de eso”, menciona Gil.

EN EL DÍA A DÍA

La decisión de crear un negocio juntos los une. “Lo que siempre quise fue crear hijas que fueran autosufici­entes y que cuando yo no esté, puedan seguir para adelante sin la necesidad de nadie. Que me recuerden y digan ‘eso me lo enseñó mi papá”.

La ternura con la que se miran cuando hablan uno del otro es muy especial y deja ver la excelente relación que mantienen, aunque a veces ella “lo regañe” o él se queje si ella no lo deja escuchar salsa todo el tiempo en el taller.

“Ya hasta se le han pegado frases mías. Me siento muy orgulloso porque lo que yo planificab­a, que era que ella se quedara con el tema de las gafas, ya ha ocurrido. Ella trabaja las gafas sola y me he despegado de casi todos los procesos, para dedicarme ahora a la joyería. Ahí he estado poco a poco enseñándol­e la técnica de hacer los anillos”, menciona Gil.

Mientras tanto, Coralys destaca que uno de los aspectos que más disfruta de su trabajo es poder compartir con su papá, de quien admira su destreza para manipular la madera y los metales, su persistenc­ia en seguir aprendiend­o y ese buen carácter que le saca una sonrisa hasta en los momentos más tensos.

“Él me ha enseñado todo lo que sé. Estar a su lado a diario es un continuo aprendizaj­e. Aparte de su carácter y su personalid­ad, admiro su mente tan abierta y lo dispuesto que está a aprender cosas nuevas. Él no se detiene. Si ya aprendió algo, buscar estar en el próximo nivel y cómo lo puede hacer mejor. Siempre busca ayudar con los conocimien­tos que tiene. Eso lo admiro y me inspira”, destaca la hija.

Coralys es madre de un niño de cuatro años, llamado Matvey, quien ya visita el taller y ha comenzado a demostrar su talento.

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