DONDE HABITA EL CONSUELO
El contacto te hace sentir las pulsaciones y cómo con cada latir se van sosegando las tuyas dejándote saber que aunque no digieras nada de lo que está sucediendo, todo está bien
Que los seres queridos de los 4,645 encuentren paz en la luz de esa estrella que descansa en el firmamento
El intercambio de miradas conversa en silencio. No hay nada que decir, no hay necesidad de palabras. Se van acercando, conectando en el sentir. Un paso, dos, cinco… hasta llegar, hasta estar muy cerca uno frente al otro. Como piezas de rompecabezas tu cabeza encaja sobre el hombro del otro. Te dejas caer, sueltas la resistencia, la tensión, te desplomas, te refugias en ese rincón en el que puedes descansar, porque sabes que es ahí, en esa curva, que habita el consuelo.
Sobre ese cuello desnudas tu pena. Ahí no se juzga porque implícito está que el sigiloso espacio es vital, que hay que esperar, porque duele, duele mucho. En ese cobijo se es sombra y se es aurora. Los segundos pasan, luego los minutos, hasta que se borra todo lo que los rodea. Tratas de escapar, de volar, pero no alcanzas a ello. Inmóvil te quedas como si con tu quietud consiguieras detener o mejor aún adelantar el tiempo.
Es un área suave, delicada, vulnerable, donde el olor de la persona vive con mayor intensidad. Por ella corre la vida. El contacto te hace sentir las pulsaciones y cómo con cada latir se van sosegando las tuyas dejándote saber que, aunque no digieras nada de lo que está sucediendo, todo está bien, va a pasar, que se puede. La serenidad está en ese silencio, en ese acompasado latir, en ese hilo que te une a ese ser que tiene el poder de ayudarte a sanar. Para él es comprensible y entiende la necesidad de ese desplome sin el cual sería imposible ir despellejando ese desconsuelo para dar paso a la luz.
Sostenerse de alguien que está entrelazado a tu diario es parte de esa muda complicidad que trae la existencia. Volaste a donde tenías que llegar. Al cobijo de esa persona cuyo amor por ti es tan profundo que con discreción llora contigo, que tu dolor se convierte en su dolor y que alcanza a quedarse quieta sosteniéndote hasta el infinito porque en lo más profundo de su ser sabe que hay un mutuo compromiso de jamás dejarse caer.
Aun poniendo todas tus fuerzas resulta imposible mentir, no hay manera de disimular lo que se siente. No te percatas de que tu rostro se ha transformado en una pantalla en la que un desconocido al pasar vio una experiencia vivida, un dolor adormecido, una aflicción conocida. Y cuando crees que el alivio está muy lejos llega ese que pasó y con un abrazo arrulla el cansancio que cargas ante tu encrucijada. Nunca supiste quién fue, no sabes ni siquiera si lo podrías reconocer. Al pensarlo regresa el calor y el mudo consuelo que llegó con sus largos y suaves brazos. Solo recuerdas que sin pensarlo ni conocerte fue descanso.