La medicina y economía en medio de la crisis
El economista Vicente Feliciano publicó en El Nuevo Día una columna en la que abogaba por la derogación de la Ley 80. En la edición del sábado 7 de julio criticó a una oficial del Recinto de Ciencias Médicas que se lamentaba de que los graduados acababan su carrera con la deuda de un préstamo estudiantil. Él decía que el médico tiene el potencial de ganar más dinero que otras disciplinas, así es que una deuda de cien mil dólares para ellos no era gran cosa, y se deberían subvencionar otras carreras.
Mario Rubén García Palmieri y Francisco L. Raffucci, QPD, dos ilustres profesores médicos de nuestra escuela de medicina, estudiaron con beca de nuestro gobierno. Decían que era solo un acto de agradecimiento dedicar sus vidas a la educación médica, ya que su profesión había sido un regalo. Estudiar con una beca legislativa me facilitó dedicar mi vida a la educación médica. Nuestras escuelas de medicina están llenas de profesores prestos a cualquier sacrificio. No podemos dificultarles el camino. La esencia de la educación médica no es promover una tecnología, es iniciar al estudiante a una tradición milenaria humanista, en la que se antepone el bien del paciente a cualquier ganancia material del médico. La primera meta alimenta el ego, la segunda alimenta el alma. Reducir la medicina a un intercambio algorítmico de dólares y centavos es denigrarla. Si seguimos la recomendación de Feliciano, aseguramos la universalidad del estereotipo del médico comerciante, cuyas filas inevitablemente están aumentando.
El patriarca del estudio del mercado, Adam Smith, lo veía como un ente autorregulador que era accionado por el egoísmo, pero producía la riqueza de las naciones, y así beneficiaba a la mayoría. El intuía que esto era un arma de doble filo, y que sus daños se podían amortiguar con educación universal, y la regulación y protección por intelectuales mediante legisladores. La ética que apoya el mercado era el utilitarismo, que indicaba que el bien era lo que produjera placer a la mayoría.
Immanuel Kant ripostó con la ética deontológica, manifestada en su imperativo humanista que dice: “el ser humano es un fin, no un medio para un fin”. Yo le añado, aunque este segundo fin sea la riqueza de la nación. También quiero decir que el fin de la medicina es la expresión humanista de la empatía y el amor al prójimo, no es un medio para otro fin.
Max Weber, sociólogo alemán, fue profesor visitante en varias universidades norteamericanas a principio del siglo 20, intentando ver los efectos en los estudiantes de una nación altamente capitalista. Su conclusión fue poco halagadora: “son especialistas sin espíritu, sensualistas sin corazón; esta nulidad se imagina que su civilización ha llegado a niveles nunca antes alcanzados”.
La pregunta que queda por contestar es: ¿Es el humano quien sirve la economía, o es la economía quien sirve al ser humano?