Cuentos extraordinarios
Los cuentos no se pueden -no se deben- leer de un tirón, rastreando el hilo de una trama, como se leen las novelas. El cuento es la orfebrería de la escritura. Hay que leerlo con atención, dándole vueltas -como a las piedras preciosas- para admirar sus facetas, es decir, las estrategias de sus construcciones verbales, las formas en que produce un efecto.
Este libro que ganó un premio del Instituto de Cultura Puertorriqueña se debe leer así. Cada uno de sus 13 cuentos despide un destello singular. Las “instrucciones” a las que alude el título se refieren a las maneras -aquí ilustradas- de mirar el mundo a la altura del tiempo que vivimos. Si hay un denominador común, es la eficacia de la escritura, el dominio del lenguaje, la capacidad de sorprendernos con perspectivas insólitas. El humor y la emoción se disimulan tras propuestas temáticas inusuales que captan las coordenadas -actitudes, prácticas, circunstancias- de los tiempos que corren.
La colección abunda en sorpresas. Un cuento como “Mirador” distorsiona los supuestos convencionales sobre la relación básica entre tiempo y espacio. “El sueño de la razón produce monstruos”, tituló Goya uno de sus “Caprichos”: aquí los planes de un arquitecto para una ciudad progresista y ordenada se descalabran horriblemente. Como otra torre maldita de Babel, el edificio que construye es el dispositivo que produce la decadencia y aniquila el tiempo.
Varios cuentos relatan -por retazosuna historia: “Manual del padre muerto para hijas desorientadas”, “¿Olvidó su contraseña?” y “Cómo colgar un cuadro en el Viejo San Juan”. Las emociones que suscitan -melancolía, nostalgia, remordimientos también- se disimulan tras la narración fragmentada. Al recomponer el rompecabezas de la acción, percibimos la desorientación y tristeza ocasionadas por quiebras súbitas en el tejido usual de la vida, a pesar de los intentos de la voz narrativa por encubrir su impacto doloroso.
En “Técnica para matar coyotes”, se utiliza el recurso cinematográfico de la sobreimposición -poner una imagen sobre la otra, con lo cual se funden y confunden- aplicándosela a tres historias. La alternancia de enfoques responde, sin embargo, a un solo impulso emocional. Se trata de un difícil pero logrado trabajo literario.
“La leyenda del cantante de karaoke y la bailarina exótica (de Joyas clásicas del preciosismo barroco-pop, vol IV)”, supone un logro especial. El texto adorna una historia sórdida, ambientada en cabarets de mala muerte, protagonizada por una bailarina desnudista, un aficionado al karaoke y un maleante malhablado, con un andamiaje discursivo de palabras altisonantes (siguiendo la pauta paródica cervantina) que transforma la degradación del ambiente y los personajes en un enfrentamiento heroico. El lenguaje salva la brecha entre la realidad y el deseo (como en el caso del siguiente insulto: “¡Expelo mis inmundicias humanas sobre sus progenitoras, so consortes de íbices rumiantes!...”).
Hay claras y frecuentes alusiones literarias. En “Busco la salida”, varios personajes de ficción -el capitán Ahab, Emma Bovary, Ulises, Yago, Anna Karenina, entre otros- intentan eludir su destino literario, buscando desesperadamente reacomodar la escritura para no sucumbir a su suerte. “Jaguar amarillo” recuerda a Borges y su tema recurrente de la sustitución de trayectorias vitales. “Memorial al comando militar” es graciosísimo: crea un lenguaje para los extraterrestres que reconocen sus similitudes con los terríco- las (“tienen dos tuakis, dos zues, una fengua y cinco mucumbis en cada pami”), pero deciden invadirlos de todas maneras.
La mayoría de los cuentos de esta colección reivindica la vitalidad de un género que ha sido central para nuestra literatura. A pesar de que algunos, a nuestro entender -“Báez Funeral Home para servirle”, “¿Dónde están las iguanas?” y “Los Jonases: un catálogo”- no están a la altura de los demás, este es ciertamente uno de los mejores libros de cuentos publicados aquí en los últimos años.