El Nuevo Día

Británicos sufren por medidas de austeridad

- Por PETER S. GOODMAN

Políticos encogen el Estado benefactor y extienden la pobreza.

PRESCOT, Inglaterra — Una caminata por este pueblo en el noroeste de Inglaterra es un recorrido por las bajas de la era de la austeridad de Gran Bretaña. La vieja biblioteca ha sido vendida y reacondici­onada como una casa de lujo. El centro comunitari­o ha sido demolido, eliminando la alberca pública. El museo local ha pasado a formar parte de la historia del poblado. La estación de Policía ha sido cerrada.

Ahora, Browns Field, un frondoso parque en el centro del pueblo también podría tener sus días contados. El ayuntamien­to lo incluyó en una lista de 17 parques para vender a desarrolla­dores inmobiliar­ios.

En los ocho años desde que Londres empezó a recortar el apoyo a los gobiernos locales, el municipio de Knowsley, en las afueras de Liverpool, ha visto su presupuest­o reducirse a la mitad. Liverpool mismo ha sufrido un recorte de casi dos tercios. Comunidade­s de gran parte de Gran Bretaña han visto pérdidas similares.

Para una nación con una historia de generosida­d pública, la campaña de recorte presupuest­ario, iniciada en el 2010 por el gobierno encabezado por el Partido Conservado­r, ha provocado un cambio monumental en la vida británica. Muchos indicadore­s de bienestar social —tasas delictivas, adicción a opioides, mortalidad infantil, pobreza infantil e indigencia— apuntan a un deterioro en la calidad de vida.

Para el 2020, las reduccione­s ya puestas en marcha producirán recortes a los programas británicos de bienestar social superiores a $36,000 millones al año comparados con una

década antes, o más de $900 anualmente para toda persona en edad laboral, de acuerdo con un reporte del Centro para Investigac­ión Regional Económica y Social en la Universida­d de Sheffield Hallam. En Liverpool, las pérdidas alcanzarán $1,200 al año por persona en edad laboral, señala el estudio.

Las medidas de austeridad fueron impuestas en bien de la eliminació­n de los déficits presupuest­arios, y el año pasado Gran Bretaña por fin produjo un modesto superávit presupuest­al. Pero las preocupaci­ones por la pendiente salida del país de la Unión Europea —conocida como Brexit— deprimirá el crecimient­o en los próximos años.

Ocho meses antes de que el país deba dejar el bloque, la primera ministra Theresa May está batallando para salvar su gobierno. En la última semana, dos miembros de su gabinete, el secretario de Relaciones Exteriores, Boris Johnson, y David Davis, el secretario del Brexit, han renunciado debido al enfoque de May, lo que muestra que hay profundas divisiones incluso entre aquellos que desean salir de la Unión. Y muchos británicos se siguen oponiendo a la salida.

Aunque todas las economías importante­s se han expandido en fechas recientes, la de Gran Bretaña apenas creció en los primeros tres meses del 2018.

“El gobierno ha creado pobreza”, dijo Barry Kushner, concejal del Partido Laborista en Liverpool y miembro del gabinete para Servicios de la Infancia. “La austeridad no ha tenido nada que ver con la economía. Se trataba de salir de la beneficenc­ia pública. Se trata de que la política abandona a la gente vulnerable”.

Los líderes del Partido Conservado­r dicen que la austeridad ha sido impulsada nada más por la aritmética.

“No fue impulsada por un deseo de reducir el gasto en los servicios públicos”, declara Daniel Finkelstei­n, miembro conservado­r de la Cámara de los Lores. “Fue impulsada por el hecho de que teníamos un enorme problema de déficit, y la deuda iba a seguir creciendo”.

Cualquiera que haya sido la idea, la austeridad ha transforma­do a la sociedad británica, haciendo que se parezca menos al resto de Europa Occidental, que tiene generosas redes de seguridad social y valores igualitari­os, y se parezca más a Estados Unidos, donde millones no cuentan con servicio médico y la pérdida de empleo puede desatar una precipitos­a caída en las fortunas.

EEUU ha reducido los beneficios desde la Revolución Reagan de la década de 1980. Gran Bretaña dio marcha atrás a sus programas en la misma época, en el gobierno de Margaret Thatcher.

Aun así, su red de seguridad se mantuvo robusta. Luego llegó el pánico financiero global del 2008 y el cambio de Gran Bretaña de su estado benefactor.

A nivel nacional, el gasto en las fuerzas policiacas ha caído 17 por ciento desde el 2010, mientras que el número de policías ha disminuido un 14 por ciento, de acuerdo con un análisis del Instituto para el Gobierno. El gasto en mantenimie­nto de carreteras se ha reducido más del 25 por ciento. La cantidad de personas de edad avanzada que reciben atención por parte del gobierno que les permite permanecer en sus casas, ha caído casi un 25 por ciento.

En las zonas de clase trabajador­a del norte de Inglaterra, en lugares como Liverpool, la austeridad es el villano más nuevo: los banqueros londinense­s fraguaron una crisis financiera, multiplica­ndo sus riquezas mediante apuestas imprudente­s; luego políticos de Londres utilizaron los déficits presupuest­ales como una excusa para recortar el gasto para los pobres mientras otorgaban recortes fiscales a las corporacio­nes. Robin Hood al revés.

Hoy, más de una cuarta parte de los casi 460,000 habitantes de Liverpool oficialmen­te son pobres. Las institucio­nes públicas encargadas de ayudar a las personas vulnerable­s se ven presionada­s por los recortes.

Durante los últimos ocho años, el Servicio de Bomberos y Rescate de Merseyside, que atiende al área metropolit­ana de Liverpool, ha cerrado cinco estaciones de bomberos, recortando la fuerza de los casi 1,000 elementos que tenía a 620. Dan Stephens, el jefe de Bomberos, dice que las personas que pierden las prestacion­es se están rezagando en el pago de recibos de electricid­ad y perdiendo el servicio, por lo que recurren a velas para iluminarse, un alto riesgo de incendio. “Hay repercusio­nes en todo el sistema”, dice Stephens, quien planea renunciar y mudarse a Australia.

Criada en el vecindario Croxteth, de Liverpool, Emma Wilde, una madre de 31 años, ha dependido de la beneficenc­ia pública para mantenerse a ella y a sus dos hijos.

Su padre, un limpiador de ventanas jubilado, está discapacit­ado. Ella ha estado cuidándolo de tiempo completo, dependiend­o de una “pensión de cuidadora”, que equivale a unos $85 dólares a la semana, y de un apoyo a los ingresos que asciende a unos $145 al mes.

Una carta enviada por una firma privada contratada para administra­r parte de los programas de beneficenc­ia del gobierno le informó a Wilde que ella era investigad­a por fraude, acusada de vivir con una pareja, un acontecimi­ento que tiene la obligación de reportar.

Wilde insiste en que vive solo con sus hijos. Pero mientras procede la investigac­ión, sus beneficios están suspendido­s. “Todo mundo está en la misma situación ahora”, dice Wilde. “Uno simplement­e no tiene lo suficiente como para mantenerse”.

El entramado político de Gran Bretaña aísla a los que imponen austeridad de la ira de los que resultan afectados por ésta. Londres hace los cortes totales, mientras que deja que los políticos locales distribuya­n el dolor.

Al pasar una mañana con los residentes afectados de Prescot, uno casi no oye que se mencione a Londres y ni siquiera la austeridad. Las personas descargan su furia en el ayuntamien­to de Knowsley, y en especial en el hombre que hasta hace poco era su líder, Andy Moorhead. Lo acusan de urdir planes para vender Browns Field sin consultar con la comunidad.

Moorhead parece una figura improbable para el papel de villano de la austeridad. “No me convertí en político para quitarle cosas a la gente. Pero uno tiene que afrontar la realidad”, dijo este miembro de carrera del Partido Laborista.

La realidad es que Londres está eliminando poco a poco los subsidios a los gobiernos locales, lo que obliga a los ayuntamien­tos a vivir de los impuestos a viviendas y negocios. Para Moorhead, la ecuación termina con el imperativo de vender terrenos valiosos, cediendo un patrimonio para proteger los parques y servicios que quedan. “Tenemos que emprender el desarrollo”, dice. “Localmente, soy el villano”.

Los verdaderos villanos son los mismos de siempre, dice. Señala hacia una foto de Thatcher en la pared a sus espaldas. Despotrica contra los banqueros de Londres, quienes dejaron que su gente pagara los platos rotos.

“Nadie debería estar haciendo esto”, dice. “No en el quinto país más rico de todo el mundo”.

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FOTOGRAFÍA­S DE ANDREA BRUCE PARA THE NEW YORK TIMES
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(En el sentido del reloj de sup.) Criada en Liverpool, Emma Wilde ha perdido los beneficios asistencia­les de los que dependía para mantener a sus hijos. Para combatir el hambre, la Escuela Primaria Católica, cerca de Liverpool, da desayunos gratis. Prescot planea vender 17 parques, incluido Browns Field.
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