El Nuevo Día

¡ESE BENDITO CELULAR!

- Manuel G. Avilés Santiago Profesor Universita­rio

¡Suelta ese bendito celular! Ha dicho toda madre o todo padre alguna vez a su hija o hijo. Sin embargo, a más de una década de la cantaleta diaria, hoy parece resignific­arse. A simple vista, podríamos decir que el celular ha pasado a ser de un vehículo de desvincula­ción de nuestro entorno social a convertirs­e en un microscopi­o desde el que miramos, documentam­os y denunciamo­s el mundo que nos rodea.

Recienteme­nte, una mujer puertorriq­ueña, residente del estado de Illinois, fue asediada y acosada verbalment­e por un hombre blanco estadounid­ense, por vestir una blusa con la bandera de Puerto Rico. La mujer captó el terrible suceso desde su teléfono móvil, logró la visibilida­d mediática de otro acto xenófobo que provocó consternac­ión y desató importante­s debates sobre identidad y ciudadanía.

La circulació­n viral del vídeo consiguió que las autoridade­s arrestaran al individuo y le sometieran cargos por crimen de odio. También, dieron paso al despido del guardia de seguridad que se cruzó de brazos ante el suceso que atestiguó. La gratificac­ión inmediata provocada por el arresto y el despido hace pensar que el problema está resuelto, pero no.

Precisamen­te, hablaba por celular con mi madre cuando caminaba por las calles de un estado en el sur de Estados Unidos al que asistí para una conferenci­a académica. Mientras conversába­mos, mami me preguntó: “¿Por qué hablas como susurrando?” De inmediato, no entendí la interrogan­te, pero, minutos más tarde, sentí un taco en la garganta al percatarme de lo que sucedía. Subconscie­ntemente, tenía miedo de que alguien viera la bandera de Puerto Rico en mi voz.

Es patético sentirse así; es doloroso tener que desempolva­r una ciudadanía de segunda para justificar nuestra presencia en espacios públicos. La gestión no puede morir en la indignació­n que provoca el vídeo ni en la falsa complacenc­ia de los arrestos. Al día siguiente, hablé de nuevo con mi madre. La puse en el altavoz y no susurré. No pienso soltar el bendito celular.

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